Gallinas, de Víctor Delfín

En la poesía del peruano Manuel Scorza (1928-1983) caben la imagen tradicional y la surrealista, la exaltación épica y la intimidad lírica, lo social y lo amoroso.

EPÍSTOLA A LOS POETAS QUE VENDRÁN

Tal vez mañana los poetas pregunten
por qué no celebramos la gracia de las muchachas;
tal vez mañana los poetas pregunten
por qué nuestros poemas
eran largas avenidas
por donde venía la ardiente cólera.

Yo respondo:
por todas partes oíamos el llanto,
por todas partes nos sitiaba un muro de olas negras.
¿Iba a ser la Poesía
una solitaria columna de rocío?
Tenía que ser un relámpago perpetuo.

Mientras alguien padezca,
la rosa no podrá ser bella;
mientras alguien mire el pan con envidia,
el trigo no podrá dormir;
mientras llueva sobre el pecho de los mendigos,
mi corazón no sonreirá.

Matad la tristeza, poetas.
Matemos a la tristeza con un palo.
No digáis el romance de los lirios.
Hay cosas más altas
que llorar amores perdidos:
el rumor de un pueblo que despierta
¡es más bello que el rocío!
El metal resplandeciente de su cólera
¡es más bello que la espuma!
Un Hombre Libre
¡es más puro que el diamante!

El poeta libertará al fuego
de su cárcel de ceniza.
El poeta encenderá la hoguera
donde se queme este mundo sombrío.

Las imprecaciones, 1955.

LOS POETAS

Ustedes, poetas,
¿qué creían?
Cantaban
bellísimas canciones;
en vuestra tarde hermosa
sólo sonaba
el murmullo amarillo de la fuente;
los poetas tejían
enredaderas de espuma
alrededor de las muchachas;
los poetas decían:
las aguas son transparentes
como si debajo agitaran candelabros encendidos.

Aquí algo humeaba;
no era nada,
era gente desconocida;
el humo salía de los ojos del mundo,
quemaba cines, mataba flores,
y ustedes, poetas, cantaban.

¡Era difícil interrumpir la melodía!
Cómo iban los poetas a decir:
«No hay papas»,
«Está sucia mi camisa»,
«La niña llora por su pan descalabrado»,
«No tengo para el alquiler»,
«No puedo, vuelva a fin de mes».

Ay, poetas,
ahora el beso
en los labios se nos pudre;
muertos estamos
de comer barbudas aves.

En verdad, os digo:
antes de que cante el gallo,
lloraréis mil veces.

Las imprecaciones, 1955.