Gertrudis Gómez de Avellaneda (Cuba, 1814-1873) es una de las figuras más destacadas del romanticismo hispánico. Los tormentos de la pasión amorosa, el tedio ante la vida y la dignificación del papel de la mujer en la sociedad son algunos de los temas que recorren sus versos.
A LA POESÍA
¡Oh tú, del alto cielo,
Precioso don al hombre concedido!
¡Tú, de mis penas íntimo consuelo,
De mis placeres manantial querido!
¡Alma del orbe, ardiente Poesía,
Dicta el acento de la lira mía!
Díctalo, sí; que enciende
Tu amor mi seno, y sin cesar ansío
La poderosa voz -que espacios hiende-
Para aclamar tu excelso poderío;
Y en la naturaleza augusta y bella
Buscar, seguir y señalar tu huella.
¡Mil veces desgraciado
Quien -al fulgor de tu hermosura ciego-
En su alma inerte y corazón helado
No abriga un rayo de tu dulce fuego!
Que es el mundo sin ti templo vacío,
Cielo sin claridad, cadáver frío.
Mas yo doquier te miro;
Doquier el alma, estremecida, siente
Tu influjo inspirador. El grave giro
De la pálida luna, el refulgente
Trono del sol, la tarde, la alborada…,
Todo me habla de ti con voz callada.
En cuanto ama y admira
Te halla mi mente. Si huracán violento
Zumba y levanta el mar, bramando ira;
Si con rumor responde soñoliento
Plácido arroyo al aura que suspira…,
Tú alargas para mí cada sonido
Y me explicas su místico sentido.
Al férvido verano,
A la apacible y dulce primavera,
Al grave otoño y al invierno cano
Me embellece tu mano lisonjera;
Que alcanzan, si los pintan tus colores,
Calor el hielo, eternidad las flores.
¿Qué a tu dominio inmenso
No sujetó el Señor? En cuanto existe
Hallar tu ley y tus misterios pienso;
El universo tu ropaje viste,
Y en su conjunto armónico demuestra
Que tú guiaste la hacedora diestra.
¡Hablas! ¡Todo renace!
Tu creadora voz los yermos puebla:
Espacios no hay que tu poder no enlace
Y, rasgando del tiempo la tiniebla,
De lo pasado al descubrir ruinas,
Con tu mágica voz las iluminas.
Por tu acento apremiados,
Levántanse del fondo del olvido,
Ante tu tribunal, siglos pasados;
Y el fallo, que pronuncias -transmitido
Por una y otra edad en rasgos de oro-
Eterniza su gloria o su desdoro.
Tu genio independiente
Rompe las sombras del error grosero;
La verdad preconiza; de su frente
Vela con flores el rigor severo,
Dándole al pueblo, en bellas creaciones,
De saber y virtud santas lecciones.
Tu espíritu sublime
Ennoblece la lid; tu épica trompa
Brillo eternal en el laurel imprime;
Al triunfo presta inusitada pompa;
Y los ilustres hechos que proclama
Fatiga son del eco de la fama.
Mas si entre gayas flores
A la beldad consagras tus acentos;
Si retratas los tímidos amores;
Si enalteces sus rápidos contentos,
A despecho del tiempo, en tus anales
Beldad, placer y amor son inmortales.
Así en el mundo suenan
Del amante Petrarca los gemidos,
Los siglos con su canto se enajenan;
Y unos tras otros -de su amor movidos-
Van de Valclusa a demandar al aura
El dulce nombre del cantor de Laura.
¡Oh! No orgullosa aspiro
A conquistar el lauro refulgente,
Que humilde acato y entusiasta admiro
De tan gran vate la inspirada frente;
Ni ambicionan mis labios juveniles
El clarín sacro del cantor de Aquiles.
No tan ilustres huellas
Seguir es dado a mi insegura planta…
Mas -abrasada al fuego que destellas-,
¡Oh, ingenio bienhechor!, a tu ara santa
Mi pobre ofrenda estremecida elevo,
Y una sonrisa a demandar me atrevo.
Cuando las frescas galas
De mi lozana juventud se lleve
El veloz tiempo en sus potentes alas,
Y huyan mis dichas como el humo leve,
Serás aún mi sueño lisonjero,
Y veré hermoso tu favor primero.
Dame que pueda entonces,
¡Virgen de paz, sublime poesía!,
No transmitir ni en mármoles ni en bronces
Con rasgos tuyos la memoria mía;
Sólo arrullar, cantando mis pesares
A la sombra feliz de tus altares.
Poesías líricas, 1869.
ROMANCE
Contestando a otro de una señorita
No soy maga ni sirena,
Ni querub ni pitonisa,
Como en tus versos galanos
Me llamas hoy, bella niña.
Gertrudis tengo por nombre,
Cual recibido en la pila;
Me dice Tula mi madre,
Y mis amigos la imitan.
Prescinde, pues, te lo ruego,
De las Safos y Corinas,
Y simplemente me nombra
Gertrudis, Tula o amiga.
Amiga, sí; que aunque tanto
Contra tu sexo te indignas,
Y de maligno lo acusas
Y de envidioso lo tildas,
En mí pretendo probarte
Que hay en almas femeninas,
Para lo hermoso entusiasmo,
Para lo bueno justicia.
Naturaleza madrastra
No fue (lo ves en ti misma)
Con la mitad de la especie
Que la razón ilumina.
No son las fuerzas corpóreas
De las del alma medida,
No se encumbra el pensamiento
Por el vigor de las fibras.
Perdona, pues, si no acato
Aquel fallo que me intimas;
Como no acepto el elogio
En que lo envuelves benigna.
No, no aliento ambición noble,
Como engañada imaginas,
De que en páginas de gloria
Mi humilde nombre se escriba.
Canto como canta el ave,
Como las ramas se agitan,
Como las fuentes murmuran,
Como las auras suspiran.
Canto porque al cielo plugo
Darme el estro que me anima;
Como dio brillo a los astros,
Como dio al orbe armonías.
Canto porque hay en mi pecho
Secretas cuerdas que vibran
A cada afecto del alma,
A cada azar de la vida.
Canto porque hay luz y sombras,
Porque hay pesar y alegría,
Porque hay temor y esperanza,
Porque hay amor y hay perfidia.
Canto porque existo y siento,
Porque lo bello me admira,
Porque lo bello me encanta,
Porque lo malo me irrita.
Canto porque ve mi mente
Concordancias infinitas,
Y placeres misteriosos,
Y verdades escondidas.
Canto porque hay en los seres
Sus condiciones precisas:
Corre el agua, vuela el ave,
Silba el viento, y el sol brilla.
Canto sin saber yo propia
Lo que el canto significa,
Y si al mundo, que lo escucha,
Asombro o lástima inspira.
El ruiseñor no ambiciona
Que lo aplaudan cuando trina
Latidos son de su seno
Sus nocturnas melodías.
Modera, pues, tu alabanza,
Y de mi frente retira
La inmarchitable corona
Que tu amor me pronostica.
Premiando nobles esfuerzos,
Sienes más heroicas ciña;
Que yo al cantar solo cumplo
La condición de mi vida.
Poesías líricas, 1869.
EL GENIO POÉTICO
A mi respetable amigo el Excmo. Sr. D. Juan Nicasio Gallego
Parece, brilla, pasa la hermosura,
Cual flor que nace y muere en la mañana;
Sombra es el mando, sueño la ventura,
Humo y escoria la grandeza humana:
Las moles de arrogante arquitectura,
Con que su nombre en ensalzar se afana,
Voraz el tiempo -que incesante vuela-
Con la huesa del pobre las nivela.
Ceden al peso de tan férrea mano
Torres soberbias, cúpulas doradas…
Los monumentos del poder romano
Ya escombros son y ruinas mutiladas.
De Menfis y Palmira en polvo vano
Se dispersan las glorias olvidadas,
Y de la antigua Grecia los prodigios
Dejan apenas débiles vestigios.
Piélago sin riberas ni reposo,
Hinchado de perennes tempestades,
Sigue el tiempo su curso impetuoso,
Siempre tragando y vomitando edades.
A su impulso cediendo poderoso,
En desiertos se truecan las ciudades,
Y leyes, aras, púrpura y diadema
Se hunden al fallo de su ley suprema.
Todo sucumbe a la eternal mudanza;
Por ley universal todo perece;
El genio sólo a eternizarse alcanza,
Y como el sol eterno resplandece.
Al porvenir su pensamiento lanza,
Que con el polvo de los siglos crece,
Y en las alas del tiempo suspendido,
Vuela sobre las simas del olvido.
La gloria de Marón el orbe llena;
Aun suspiramos con Petrarca amante;
Aun vive Milton, y su voz resuena
En su querube armado de diamante.
Rasgando nubes de los tiempos, truena
El rudo verso del terrible Dante,
Y desde el Ponto hasta el confín Ibero,
Retumba el eco del clarín de Homero.
Aun conservan las Musas cual tesoro
La inspiración de Sófocles profundo,
Y ornado de su trágico decoro
Se alza Racine, admiración del mundo…
Aun nos arranca Shakespeare el lloro;
Aun nos cautiva Calderón fecundo;
Que la palabra augusta del poeta
A la ley de morir no está sujeta.
Pontífice feliz de la belleza,
En cuyo amor purísimo se enciende,
Él domina del vulgo la rudeza,
Y con soplo inmortal su culto extiende.
Le enseña arcanos mil naturaleza,
Y otra mística voz, que él solo entiende;
Porque, huésped del mundo inteligible,
Vive con lo existente y lo posible.
De cuantos seres, de su ingenio hechura,
Divinizó la griega fantasía,
Y al nombre excelso de deidad más pura
Desaparecieron del Olimpo un día,
Tan sólo el culto inextinguible dura
Del numen de la hermosa poesía,
En cuyas aras el incienso humea
Por cuanto ciñe el mar y el sol otea.
¡Mil veces venturoso, ilustre amigo,
Quien como tú merece sus favores,
Y del lauro que ostentas y bendigo
Se adorna con divinos resplandores!
Bien que de lejos, tus pisadas sigo,
Llevando el ara mis humildes flores,
Y al escuchar los ecos de tu fama,
Siento que activa emulación me inflama.
Poesías líricas, 1869.