Trigales nublados, de Ricardo Macarrón

El madrileño Luis Felipe Vivanco (1907-1975), componente de la generación del 36, se decantó por una poesía en torno a la familia, el amor humano, el sentimiento religioso y la naturaleza. Sus versos, armoniosos y claros, son de corte clásico.

ARTE POÉTICA

1

Lo digno es ser contado por Dios de otra manera.
(Como ese rostro apenas distinto de la tierra,
de los surcos que ara, o ese cuerpo –y sus pasos–
que se vuelve de espaldas a un tiempo repetido
para aprender la inédita lección de las distancias,
donde están las cortezas de los árboles:
sus dibujos menudos como sueños.)
Lo digno es un desvío, y un desprecio (desde este
sitio, desde estos viejos tejados y esta parra).
Mirar de otra manera –con mirada de uno–
más bien hacia otra parte,
fijarse en los rincones en donde crece el alma,
y aprender…
(Y ser libre porque sufro de veras
por cosas verdaderas, y porque tomo en serio
–¡muy en serio!– las cosas que hay que tomar en serio.)

2

No te parezcas nunca, oh aprisionada, oh alma,
más que el valle del Tiétar (y al resol de la Sagra).
Lo digno es ser intacta geografía, ser nombre
de pueblo (o esa recua que pasa entre blasfemias).

No te parezcas nunca, oh alma, oh cañariega,
más que al tronco de un árbol (un nogal o un castaño).
Lo digno es ser olivo después de vareado,
restaurando su copa de cielo con estrellas.

No te parezcas nunca (lejos de las estatuas),
más que al gesto arraigado de este alcornoque, oh alma,
¡mi vocación de suelo con encinas, mi espera
pedregosa de Dios, mi activo cauce seco!

3

Cuando la luz del monte se olvida de ser piedra
y en la tarde hay un verde lucero melancólico,
cuando la luna roja, cuando los pinos quietos,
cuando la noche grande y el croar de las ranas.

Siempre acuden… (son gritos, veraneantes, radios).
No quieren recibir, sino dar, igualarnos a todos.
Quieren que el pan y el cáñamo, que las coplas que canto,
la ermita solitaria, la sombra del barranco…
Quieren que nadie cierre su ventana y escuche
con atención sonámbula otra voz en la noche.

Y siempre acuden… (pero acuden en vano),
cuando pisamos juntos la humildad de esta hora,
cuando miramos juntos con regreso en los ojos,
cuando las manos…, cuando la vida y sus raíces,
cuando el amor suspenso y el croar de las ranas.

El descampado, 1957.