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José Iglesias de la Casa

El majo de la guitarra, de Ramón Bayeu

El sacerdote salmantino José Iglesias de la Casa (1748-1791) se decantó en su poesía por los temas bucólicos y anacreónticos, los metros cortos y los tonos sentimentales y ligeros del gusto rococó.

SIENDO YO TIERNO NIÑO…

Siendo yo tierno niño,
iba recogiendo flores
con otra tierna niña,
por un ameno bosque,
cuando sobre unos mirtos
vi al Teyo Anacreonte,
que a Venus le cantaba
dulcísimos canciones.
Voyme al viejo y le digo:
«Padre, deje que toque
ese rabel que tiene,
que me gustan sus sones.»
Paró su canto el viejo,
afable sonriome,
cogiome entre sus brazos
y allí mil besos diome.
Al fin me dio su lira,
toquela, y desde entonces
mi blanda musa sólo,
sólo me inspira amores.


Juan Meléndez Valdés

La maja desnuda, de Francisco de Goya

Juan Meléndez Valdés (Badajoz, 1754 – Montpellier, 1817) es la personalidad poética más relevante del XVIII español. En su trayectoria podemos apreciar el gusto rococó, la poesía neoclásica y la veta prerromántica.

A MIS LECTORES

No con mi blanda lira
serán en ayes tristes
lloradas las fortunas
de reyes infelices,

ni el grito del soldado
feroz en crudas lides,
o el trueno con que arroja
la bala el bronce horrible.

Yo tiemblo y me estremezco,
que el numen no permite
al labio temeroso
canciones tan sublimes.

Muchacho soy y quiero
decir más apacibles
querellas y gozarme
con danzas y convites.

En ellos coronado
de rosas y alelíes,
entre risas y versos
menudeo los brindis.

En coros las muchachas
se juntan por oírme,
y al punto mis cantares
con nuevo ardor repiten.

Pues Baco y el de Venus
me dieron que felice
celebre en dulces himnos
sus glorias y festines.

Poesías, 1785.

LA VISIÓN DE AMOR

Por un florido prado
iba yo en compañía
de la zagala mía,
contento y descuidado.
El alma, suelta de pasiones graves,
con mi dulce rabel seguir curaba
ya el trino de las aves,
ya el be que a mis corderas escuchaba;
y así me deleitaba,
porque a un tierno muchacho le divierte
cualquier belleza que en natura advierte.

Vi que hacia mí venía
una doncella hermosa,
cual purpurante rosa,
que nunca visto había.
«La Musa», dijo, «soy de los amores.
No, zagalejo simple, te receles
cuando ves en suavísimos ardores
los hombres y aves, brutos y vergeles.
No cantes, no, cual sueles,
esa rusticidad de la natura,
que bien mayor mi numen te asegura.

Canta de tu zagala
la esplendente belleza,
su noble gentileza,
su enhiesto cuello y gala;
cántate de sus ojos hechizado;
y ciego en sus dulcísimos ardores,
haz que suene su nombre celebrado
por tu verso entre todos los pastores.
Coronado de flores,
sigue, tierno zagal, sigue a Cupido,
brazo con brazo a tu zagala asido.

En estos frescos valles
el ánimo se encanta;
corra feliz tu planta
sus tortuosas calles,
estancia amena de la Cipria diosa,
grata mansión de mil dríadas bellas,
do a alegre trisca incitan amorosas
en talle airoso cándidas doncellas.
Sigue, sigue sus huellas;
sigue, tierno zagal, sigue a Cupido,
brazo con brazo a tu zagala asido.

Mira allí prevenidas
entre parras espesas
cien opíparas mesas,
de cupidos servidas,
do los que inflama Amor van a sentarse.
Al Teyo mira, que el festín honrando,
ya empieza con los brindis a turbarse;
y entre lindas rapazas retozando,
te está dulce cantando:
Sigue, tierno zagal, sigue a Cupido,
brazo con brazo a tu zagala asido.

Corre, joven dichoso,
do el anciano te llama,
y con su copa inflama
tu pecho aún desdeñoso.
Ven, entra en los pensiles del Parnaso,
donde hallarás otros muchachos bellos,
cual Tibulo, Villegas, Garcilaso,
y alegre el niño Amor jugando entre ellos.
Ea, si quieres vellos,
sigue, tierno zagal, sigue a Cupido,
brazo con brazo a tu zagala asido.

Ve cuál las palomitas
se arrullan amorosas,
o susurrar gozosas
punzantes abejitas,
y allá, bajo una hiedra enmarañada,
gemir dos venturosos amadores,
la sien de mirto y rosa entrelazada,
y a Venus derramar sobre ellos flores.
Aquí, que es todo ardores,
sigue, tierno zagal, sigue a Cupido,
brazo con brazo a tu zagala asido».

Dijo Erato amorosa,
y en una vega amena,
de aves parleras llena,
dejonos cariñosa;
y yo y mi zagaleja nos entramos
en una gruta retirada, umbría,
y quién más pudo arder allí probamos,
y ella mi amor, y el suyo yo vencía.
Desde tan fausto día
sigo, siervo feliz, sigo a Cupido,
brazo con brazo a mi zagala asido.

Poesías, 1797.


Tomás de Iriarte

El ideal ilustrado de «enseñar deleitando» preside la labor literaria del escritor canario Tomás de Iriarte (1750-1791): en teatro, se decantó por la comedia moralizante; y en poesía, por la fábula, género al que da nueva vida gracias al uso de variadas formas métricas que se ajustan a los más diversos temas.

LA RANA Y EL RENACUAJO

¡Qué despreciable es la poesía de mucha hojarasca!

En la orilla del Tajo
hablaba con la Rana el Renacuajo,
alabando las hojas, la espesura
de un gran cañaveral y su verdura.

Mas luego que del viento
el ímpetu violento
una caña abatió, que cayó al río,
en tono de lección dijo la Rana:
«Ven a verla, hijo mío;
por de fuera muy tersa, muy lozana;
por dentro toda fofa, toda vana».

Si la Rana entendiera poesía,
también de muchos versos lo diría.

Fábulas literarias, 1782.

EL MONO Y EL TITIRITERO

Sin claridad no hay buena obra.

El fidedigno padre Valdecebro,
que en discurrir historias de animales
se calentó el cerebro,
pintándolos con pelos y señales;
que en estilo encumbrado y elocuente
del unicornio cuenta maravillas,
y el ave-fénix cree a pie-juntillas
(no tengo bien presente
si es en el libro octavo o en el nono),
refiere el caso de un famoso Mono.

Éste, pues, que era diestro
en mil habilidades, y servía
a un gran titiritero, quiso un día,
mientras estaba ausente su maestro,
convidar diferentes animales
de aquellos más amigos,
a que fuesen testigos
de todas sus monadas principales.
Empezó por hacer la mortecina;
después bailó en la cuerda a la arlequina,
con el salto mortal y la campana:
luego el despeñadero,
la espatarrada, vueltas de carnero,
y al fin, el ejercicio a la prusiana.
De estas y de otras gracias hizo alarde,
mas lo mejor faltaba todavía,
pues imitando lo que su amo hacía,
ofrecerles pensó, porque la tarde
completa fuese, y la función amena,
de la linterna mágica una escena.
Luego que la atención del auditorio
con un preparatorio
exordio concilió, según es uso,
detrás de aquella máquina se puso;
y durante el manejo
de los vidrios pintados,
fáciles de mover a todos lados,
las diversas figuras
iba explicando con locuaz despejo.
Estaba el cuarto a oscuras,
cual se requiere en casos semejantes;
y aunque los circunstantes
observaban atentos,
ninguno ver podía los portentos
que con tanta parola y grave tono
les anunciaba el ingenioso Mono.

Todos se confundían, sospechando
que aquello era burlarse de la gente.
Estaba el Mono ya corrido, cuando
entró maese Pedro de repente,
e informado del lance, entre severo
y risueño, le dijo: «Majadero,
¿de qué sirve tu charla sempiterna,
si tienes apagada la linterna?»

Perdonadme, sutiles y altas musas,
las que hacéis vanidad de ser confusas:
¿Os puedo yo decir con mejor modo
que sin la claridad os falta todo?

Fábulas literarias, 1782.

A TI ME QUEJO, APOLO JUSTICIERO…

A ti me quejo, Apolo justiciero,
de que nunca en mis versos fui dichoso:
si sátiras escribo, me hago odioso;
y si elogios, me llaman lisonjero.

Soy, si escribo de burlas, chocarrero;
si por lo serio canto, soy un soso;
si al lauro teatral aspiro ansioso,
es mi Censor cualquiera Majadero.

Llevando yo al Parnaso esta querella,
respondió Apolo: «Al que profesa mi arte
persigue siempre esa infeliz estrella;

pero el mejor remedio quiero darte:
canta las gracias de tu Orminta bella,
tendrás a todo el mundo de tu parte».

Soneto VII, en «Poesías varias», Obras en verso y prosa de Tomás de Iriarte, 1787.

SITUACIÓN CRÍTICA DE UN POETA

Ofréceme, tal vez, la fantasía
un concepto feliz para un soneto;
entre escribir o no, discurro inquieto;
siento en mí, ya valor, ya cobardía.

Resuélvome a empezar; mas no querría
que me engañase un ímpetu indiscreto;
y teniendo a los críticos respeto,
ya se acalora el numen, ya se enfría.

Batallo en mi interior, dudo y vacilo;
me hace cosquillas, súfrolas un rato;
escribo un poco; párome y cavilo.

¡Qué tentación! En vano la combato.
Y al fin, ¿qué haré? –Para quedar tranquilo,
componer el soneto es más barato.

Soneto X, en «Poesías varias», Obras en verso y prosa de Tomás de Iriarte, 1787.


José Cadalso

María de las Nieves Michaela Fourdinier, de Luis Paret

El gaditano José Cadalso (1741-1782) publicó sus poesías bajo el título de Ocios de mi juventud (1773), donde se percibe la influencia de la poesía bucólica y sentimental, de tono menor, a la manera del griego Anacreonte.

VUELVE, MI DULCE LIRA…

Vuelve, mi dulce lira,
vuelve a tu estilo humilde,
y deja a los Homeros
cantar a los Aquiles.
Canta tú la cabaña
con tonos pastoriles,
y los épicos metros
a Virgilio no envidies.
No esperes en la corte
gozar días felices,
y vuélvete a la aldea,
que tu presencia pide.
Ya te aguardan zagales
que con flores se visten,
y adornan sus cabezas
y cuellos juveniles.
Ya te esperan pastores,
que deseosos viven
de escuchar tus canciones,
que con gusto repiten.
Y para que sus voces
a los ecos admiren
y repitan tus versos
los melodiosos cisnes,
vuelve, mi dulce lira,
vuelve a tu tono humilde,
y deja a los Homeros
cantar a los Aquiles.

Ocios de mi juventud, 1973.


Gaspar Melchor de Jovellanos

Alegoría de las Bellas Artes, de Manuel Bayeu

El gijonés Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811) es la figura más importante de la Ilustración española. En su epístola A sus amigos de Salamanca invita a éstos al cultivo de una poesía comprometida con la ideología ilustrada.

JOVINO A SUS AMIGOS DE SALAMANCA

Est quodam prodire tenus, si non datur ultra.

(Horacio, Epis. I, lib. I, v. 32).

A vosotros, oh ingenios peregrinos,
que allá, del Tormes en la verde orilla,
destinados de Apolo, honráis la cuna
de las hispáneas musas renacientes;
a ti, oh dulce Batilo, y a vosotros,
sabio Delio y Liseno, digna gloria
y ornamento del pueblo salmantino;
desde la playa del ecuóreo Betis
Jovino el gijonense os apetece
muy colmada salud; aquel Jovino
cuyo nombre, hasta ahora retirado
de la común noticia, ya resuena
por las altas esferas, difundido
en himnos de alabanza bien sonantes,
merced de vuestros cánticos divinos
y vuestra lira al sonoroso acento;
salud os apetece en esta carta,
que la tierna amistad y la más pura
gratitud desde el fondo de su pecho
con íntima expresión le van dictando;
que pues le niega el hado el dulce gozo
de estrechar con sus brazos vuestros pechos,
de urbanidad y suave amor henchidos,
podrá al menos grabar en estas letras
la dulce sensación que en su alma imprime
del vuestro amor la tierna remembranza.