Presencias, de Goyo Domínguez

La poesía del valenciano Vicente Gallego (1963) destaca por la palabra rigurosa y exacta y el equilibrio entre vivencia y reflexión. A la conciencia de la precariedad de la condición humana, Gallego opone su rotunda voluntad de afirmación de la vida aun con su precio inevitable de muerte.

MI IDEA DEL AUTOR

(A man of no fortune and with a name to come)
Wim Mertens

Entrego muchas horas a mi cuarto,
comparo algunas tardes, por ejemplo,
a un animal prehistórico y herido,
o a la dama que arroja, lentamente,
su lencería oscura a mi ventana.
Pero sé que la tarde es sólo eso:
una costumbre antigua de mis ojos.
Me reprocho a menudo muchas cosas
a las que no me atrevo, y los errores
que a veces cometió mi atrevimiento.
Procuro parecer un poeta mundano,
como John Donne, profundo y algo frívolo,
que se cuente conmigo en cualquier fiesta,
aunque suelen mis versos, y mi vida,
traicionar esa imagen.
No sabría explicaros, con rigor,
por qué razón escribo, abandono
esa fatiga a mis colegas doctos,
mas no quiero curarme el vicio absurdo
de las letras. Me gustan las mujeres,
pero ellas, por más que yo lo intento,
no me ayudan a ser un mujeriego.
Por su causa he sufrido de verdad
–jamás finjo el dolor que hay en mis versos,
aunque finja tal vez otros motivos–.
Se podría decir que soy feliz
en general, sin sorna ni entusiasmo,
y me veo corriente –aunque me gusto–,
creedme que lo siento, pues habría
querido para mí más altas metas,
otros tiempos proclives a la gloria.
Intento sin embargo acomodarme
a este papel que a veces me incomoda
por discreto, por triste o por amargo.
Hago inventario de los nombres idos
–procuro hacerlo con palabras bellas–,
y pierdo el tiempo censurando al tiempo
su actitud descortés para con todos.

Los ojos del extraño, 1986-90.

CANTAR DE CIEGO

De ciego es mi cantar,
porque halla vena
donde nunca lo sabe,
y allí aprende
su letra y mi verdad,
que es el decirlo.

Pasado lo pasado,
malgastadas
la carne y las razones,
y no habiendo
noticia del propósito, cantemos,
por que sea el trabajo más liviano.

De ciego es mi cantar,
pero no es mío,
que lo escuché de boca
de la que yo más quiero.
Y si cuatro monedas os sobraran,
ponedlas a su cuenta, que en mi plato
yo no busco dineros.

Es sencillo el milagro
cuando el milagro quiere:
que encontrada
su música parece
mejor la flor al que la ve, mejor
y aun acaso más cierta.

Es sencillo el milagro
y de tal suerte
que hace luz en la cripta,
abre la nuez,
y pone en danza lúbrica a la muerte.

Cantar de ciego, 2005.

LA ROSA MONTARAZ

A Carlos Marzal

De los aceites,
cuál,
sino ese claro
que brota en la palabra
bien prensada,
que escurre,
cuando gusta,
dorada,
la gota,
la primera,
y es entonces
un ebrio resbalar siempre hacia arriba,
dispuestos a ceder,
y en la obediencia
suave, femenina,
de dejarnos llevar luego hacia dentro
donde giran las raras
luces raras,
y una hermética flor
que huele más.

Qué aventura
mejor
que este soltarnos
con el aceite fino
del idioma
en busca de esa flor,
la misma y sola,
la de ayer,
que no hay otra
y es de todos, y aquí
el uno ya le toma
el pétalo más tierno,
y otro da
con el redondo aroma,
y un tercero
como al descuido coge
su entera envergadura,
y la flor
todavía
–qué mejor aventura–
toda está para aquel que llega luego,
completa y renovada,
y ese viene y le roba
la corola también y no se acaba
en el darse,
y se da,
para ti
y para mí,
la recóndita flor,
la en alto toda.

La nunca averiguada,
esa es la nuestra,
la de las aspas duras,
la llena
de peligros
–qué mejor aventura–,
la del colmo y la rueda,
la que sabe librarnos,
la rosa montaraz,
la exhaladora.

Yo la quise traer,
sólo el viento la lleva.

Cantar de ciego, 2005.