Febrero, de Lucio Muñoz

La poesía de Félix Grande (Mérida, 1937-2014), ideológicamente afín a la de los poetas de la generación del 50, se halla más próxima, en el lenguaje, a las nuevas formas expresivas de finales de los 60.

EL ABOGADO DEL POEMA

A veces un poema es un chorro de pus, un cuenco de infección, el termómetro de una peste, la cosa que el buitre picotea, la geología de una claudicación descomponiéndose; el túmulo corroído bajo el que una derrota yace, sin manos ya, en un silencio tumefacto.

Cómo entregar el caldo de la vergüenza o de la cobardía, cómo entregar la materia más humillante, qué inútil corazón celebraría las lavacias que quedan en el baño, qué monstruo o loco o enfermo nos agradecería esa mugre que escurre el trapo de las lamentaciones.

Hay una vieja trampa en el arte, que atrapa la parte más horrenda del artista y la parte más hedionda de su público, y las agita entre la equívoca sonata del lenguaje, y forma así, desde hace siglos, un simulacro de comunicación. No hay perversión mayor que ese disfraz. Bello parece el acto de ayudar al condenado a cavar su agujero: y sin embargo es monstruoso. Desde hace siglos viene sucediendo. Es una de las formas del arte.

También desde hace siglos se vienen sucediendo los artistas feroces que dicen sí con su ronquera, empujando con su cabeza por entre las ruinas que la época y la nada desencadenan sobre ellos. Albañiles inusitados que usan sus propias grietas como cenefas de la casa, que toman sus propios cascotes y los añaden a los muros del edificio, tiritando de esfuerzo. Al miedo, a la desgracia, a la desilusión, les ponen de nombre Calumnia. Y buscan los culpables, como busca aire puro el tísico.

Hay también un lejano vendaval de artistas amamantados en la pesadumbre, pero que muerden su pezón y escupen de vez en vez la leche de que se sustentan. Son agónicos espirales que a nadie quieren persuadir con su espanto. Perdieron acaso la furia, conservaron la integridad. Levantan su mirada sombría y dicen a su gente entrañable: soy más un síntoma que un ser, si me veneras me traicionas y te traicionas, escupe al menos como yo, no cedas. Y vuelven a morder su leche, a necesitarla, a escupirla.

Gangrena, pesadumbre insolente o pedazo del edificio. Ciudad, barrio ululante o sótano de la conciencia. Yo sé de un hombre que muerde furioso al pezón enigmático. Que reintegra hacia el muro común los cascotes de su ruina. Que abre también la boca para ensuciar al tiempo con todas sus digestiones imposibles. Una parte de él interroga. Contraataca otra parte. Pero otra parte aumenta el equívoco repugnante de la infelicidad. Ignora quién de él vencerá en él. Juzgad ese combate.

Como yo juzgo el vuestro.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche, 1969.

POÉTICA

Tal como están las cosas
tal como va la herida

puede venir el fin
desde cualquier lugar

Pero caeré diciendo
que era buena la vida

y que valía la pena
vivir y reventar

Puedo morir de insomnio
de angustia o de terror

o de cirrosis o de
soledad o de pena

Pero hasta el mismo fin
me durará el fervor

me moriré diciendo
que la vida era buena

Puedo quedar sin casa
sin gente sin visita

descalzo y sin mendrugo
ni nada en mi alacena

Sospecho que mi vida
será así y ya está escrita

Pero caeré diciendo
que la vida era buena

Puede matarme el asco
la vergüenza o el tedio

o la venal tortura
o una bomba homicida

ni este mundo ni yo
tenemos ya remedio

Pero caeré diciendo
que era buena la vida

Tal como están las cosas
mi corazón se llena

de puertas que se cierran
con cansancio o temor

Pero caeré diciendo
que la vida era buena:

La quiero para siempre
con muchísimo amor

La noria, 1984