Proserpina en invierno, de Guillermo Pérez Villalta

Víctor Botas (Oviedo, 1945-1994) escribió poemas de tono intimista y factura clásica; sus versos, sentimentales e irónicos, están llenos de referencias a la gran literatura grecolatina.

CON INDECISA PLUMA VOY PONIENDO…

Con indecisa pluma voy poniendo
indecisas palabras. (Quiero darte
un poco de mi espíritu.) Es difícil
llenar tanto papel con unas líneas
capaces de emoción. A cada paso
se bifurca el camino y aparecen
otros nunca pensados; sólo uno,
que no sabré encontrar, es el preciso.
Escribo, pues, errando las ideas
y sus vanas palabras. (Se parece
bastante este oficio a esa otra busca
más rica, que es la vida. La ventaja
de la ficción consiste en que, si quiero,
rompo la hoja. Puedo repetirme.)

Las cosas que me acechan, 1979.

YO NO CANTO. YO ESCANCIO MIS FRACASOS…

Yo no canto. Yo escancio mis fracasos,
mis penas y alegrías, y esa ingente
memoria que no ha de abandonarme
mientras la luz perdure en el ocaso
del sol para mis ojos. Yo dialogo
en voz baja, y mi verso es tan pobre
como un trozo de pan. Yo soy un craso
error que nunca ceja, y un silencio
que emerge de la noche. Tengo todo:
esa tarde, tu ausencia, plata, lodo…

Las cosas que me acechan, 1979.

YO SÉ QUE MIS PALABRAS TE PARECEN…

Yo sé que mis palabras te parecen
cosas sin importancia; te equivocas:
perdurarán intactas y el transcurso
de los días del tiempo y de sus noches
no las marchitará. Vendrá un futuro
momento en que otros labios, aún secretos,
acaso las pronuncien no sin cierto
temblor. Tú y yo seremos polvo, y distintos
mármoles vocearán nuestras victorias
y el hierro habrá cedido al prepotente
rumor de la clepsidra. Mas tus ojos
seguirán alentando en cada línea,
perennemente jóvenes. También algo
de aquel jardín que nunca compartimos.

Las cosas que me acechan, 1979.

RETÓRICA

La silenciosa plata de la luna
allá arriba, en la noche.
Los graves ojos verdes de Atenea,
según nos cuenta Homero.
La rosa y la belleza aterradora
de una mujer. El tiempo
y las aguas inquietas de los ríos.
Los dientes y las perlas.
Una luz en un cuarto, proyectando
la sombra codiciada e inalcanzable.
Los jardines. Las fuentes. Las gacelas
gráciles como el viento, como tu
grácil paso esquivo de gacela. Esa guirnalda
de delicados pétalos dolientes
que te ciñe las sienes. Aquel pájaro
que canta en una jaula
hasta la muerte. La vida –ah de la vida, nadie
me responde– también igual que un río
que va a dar a la mar, que es el morir.
Retórica
sobada. Persistentes
metáforas eternas con que urdir,
siglo a siglo un poema –el único
poema– que un puñado de fatuos está tramando.

Retórica, 1992.