El poema es para Vicente Valero (Ibiza, 1963) arte de la palabra y emoción compartida. En sus versos, serenos, se produce un sostenido equilibrio entre realismo y simbolismo, percepción y meditación.
OFICIO
Y penetrando así, en lo más hondo
nuestro, como llamados,
en ese espacio único no dicho todavía,
repleto de fantasmas:
¿sabemos algo más, sabemos algo?
Hemos dado por fin con aquel sueño:
las fábulas gastadas,
esta memoria nuestra a punto de romperse
en un golpe de mar,
la verdadera edad de los que huyeron,
corriendo, hacia lo otro,
con los bolsillos llenos de preguntas
y la boca reseca…
¿Cuándo empezamos de verdad, o dónde
termina todo, en qué?
Iluminados por la paradoja:
sólo sé que hemos ido abriendo el apetito
a fuerza de saciarnos con promesas…
Este mar, el mar: ¿quién podrá agotarlo?
Los restos de la noche:
remos rotos y conchas amarillas,
este dolor que da la luz, que impone
la claridad ahora.
En este espacio único, tan nuestro,
repleto de fantasmas:
llegan de aquí y de allá, todas las noches.
No dejan de asomarse.
Ponemos voz y letra a su memoria.
No dejan de querernos: es su única manera
de estar entre nosotros todavía.
Y así nos acercamos, lentamente,
sin saber muy bien cómo,
pero pisando la ceniza última,
al punto más distante y cercano a la vez
de lo desconocido:
el cuerpo intacto, puro, soñado, del poema.
¿Qué queda, entonces, nuestro,
de nosotros,
o para quién dejamos de ser lo que hemos sido?
Teoría solar, 1992.