Cincinato abandona el arado para dictar leyes a Roma, de Juan Antonio Ribera

José María Blanco White (Sevilla, 1775 – Liverpool, 1841)  es uno de los pilares fundamentales del romanticismo español. Emigrado a Londres, sirvió de puente entre los liberales españoles exiliados y el romanticismo inglés. Escribió en español y en inglés.

ODA A LAS MUSAS

¿Cuál deidad o cuál héroe, lira mía,
Resonará en tus cuerdas? ¿Qué sagrados
Himnos o cúyos nombres entonados
Gloriosa harán tu suave melodía?
¿Cuál hecho las riberas
Del Permeso florido,
Entre el rüido
De su corriente
Escucharán, bañando las praderas
Más dulce y blandamente?

A ti solo, glorioso, eterno coro,
A quien del Pindo la mansión sagrada
El cielo dio, mi voz, por ti inspirada,
Cantará y de tus dones el tesoro.
Tus glorias, si el aliento,
Soberano me enciende,
Por cuanto extiende
Sus resplandores,
Delio, se escucharán, y el ancho viento
Llevará tus loores.
Por vos, oh claras ninfas de Helicona,

Por vos su pecho arrebatado mira
El dichoso mortal a quien la lira
Disteis y en ella celestial corona.
Por vos Naturaleza
No le esconde su seno,
Mas ya sereno
Su rostro puro
Pródiga muestra y la inmortal belleza
No oculta en velo oscuro.

Mira entonces la faz resplandeciente
De la madre común enardecido,
Y con sonora voz canta atrevido
El seno oculto a la profana gente.
Canta cómo la Aurora,
Con sonrosada mano
Al soberano
Febo el camino
Prepara, y con la bella luz colora
Del semblante divino.

Cuál bordando las nubes de rubíes
Y el viento dulcemente humedeciendo,
El campo dilatado va cubriendo
Con encarnadas rosas y alelíes;
Cuál, si bramó alterado
El austro o noto fiero
En placentero
Aliento leve,
Ante su hermoso rostro ya mudado,
Las tiernas flores mueve.

Canta cuál la carrera en su seguida
Emprende Febo, cómo la ancha esfera,
De sus rayos bañada, reverbera
La eterna luz que al mundo le da vida;
Cómo, precipitado
Ante el carro umbroso,
Con paso odioso
El tiempo anhela
Y de fugaces horas rodeado
Con prestas alas vuela.

Canta cómo al Océano sonoro
Llegando, de su luz en la onda fría
Despoja el carro que ilumina el día
Y tiempla en ella el eje ardiente de oro,
Canta la noche oscura
Siguiendo sus pisadas,
Y las calladas
Horas, que al mundo
Descanso dan de la fatiga dura
En silencio profundo.

¡Ah, sí! Pródigo el cielo en ti derrama,
Sagrado coro, en abundante vena
Sus dones y de honor se mira llena
La tierra por tu aliento e ilustre llama.
Salve, pues, y amoroso
Tu fuego da a mi pecho,
Que en él deshecho
Diré tu gloria,
Del tiempo haré mi nombre victorioso
Y eterna mi memoria.

1796.