En la poesía de Laura Campmany (Madrid, 1962) hay una lograda simbiosis entre literatura y vida, además de un notable dominio de la forma.
SONETO
En un soneto cabe cualquier cosa:
la tarde del revés, la golondrina
que asoló con sus alas mi oficina,
y el humo, convertido en mariposa.
Le cabe la certeza luminosa
del rayo que ni cesa ni fulmina.
Le cabe la soberbia gongorina
que urdió en la noche el nombre de la rosa.
Si abarcará universos literales,
campos, espigas, lunas, mares, montes,
que, por caber, le caben catedrales
y lirios que resumen horizontes.
¿Y dices que no cabe el amor nuestro?
Si me das un papel, te lo demuestro.
Del amor o del agua, 1993.
ESCUCHA: CANTA UN PÁJARO…
Escucha: canta un pájaro
y lo hace sin ruido.
Lo hace sin atril ni partitura.
Sin tos, sin vanidad, sin circunstancia.
Tan solo con su pico,
tan solo con su música
gozosamente innata.
Le canta al sol naciente,
y al cielo, que clarea,
y a la tierra, plural y bulliciosa,
y a su dulce momento,
y a su día.
Canta porque está alegre
y no sabe ocultarlo.
Mañana callará
y será igual de puro su silencio.
En eso se parece a los buenos poetas…
Yo lo voy a escuchar mientras escribo.
Mientras digo la gracia de su canto
y lo bien que celebra que está vivo.
«Oficio de poeta», I. El ángel fumador, 2012.
UN LIBRO DE POEMAS…
Un libro de poemas
nace, como los hombres,
del placer y el dolor.
Viene al mundo en los flacos hospitales,
o en el bosque sombrío,
o camino de casa o del trabajo,
o en la playa serena,
o en la noche callada,
o en la silla de siempre,
o en la cama aturdida,
en cualquier estación,
a cualquier hora,
y para la memoria o el olvido,
y para la verdad o la impostura,
exactamente igual que las personas.
Es una densa y frágil criatura
a sus propios efectos condenada.
Mejor saberlo a tiempo:
que un libro de poemas
o es un mundo, o no es nada.
«Oficio de poeta», VII. El ángel fumador, 2012.