José de Espronceda (1808-1842) representa, en España, el Romanticismo liberal más exaltado. Una caterva de personajes rebeldes y marginales pueblan una obra que oscila entre lo lírico y lo narrativo.
EL ÁNGEL Y EL POETA
ÁNGEL
¿Osas trepar, poeta, a la montaña
de oro del cenit?
POETA
¡Quienquiera seas,
ángel sublime, del empíreo cielo
radiante aparición, o del profundo
príncipe condenado a eterno duelo
y a llanto eterno, dame que del mundo
rompa mi alma la prisión sombría,
mis pies desprende de su lodo inmundo,
y en alas de Aquilón álzame y guía!
ÁNGEL
¡Oh, hijo de Caín! Sobre tu frente
tu orgullo irreverente
grabado está, y tu loco desatino:
do tus negros informes pensamientos,
las nubes que en oscuro remolino
sobre ella apiñan encontrados vientos,
y el raudo surco de amarilla lumbre,
que en pálida vislumbre,
ráfaga incierta de la luz divina,
sus sombras ilumina,
muéstranme en ti al poeta,
¡el alma en guerra con su cuerpo inquieta
muéstranme en ti la descendencia, en fin,
rebelde y generosa de Caín!
¡Tú más alto, poeta, que los reyes,
tú, cuyas santas leyes
son las de tu conciencia y sentimiento;
que a penetrar el pensamiento arcano
osas alzar tu noble pensamiento,
del mismo Dios, en tu delirio insano!
¡Y sientes en tu espíritu la grave,
maravillosa música suave,
y del mundo sonoro la armonía!
¡Qué ineficiente y fría
sientes vil la palabra a tu deseo,
y en vértigo perpetuo y devaneo,
y en insomnio te agitas
y en pos de tu ansiedad te precipitas!
¡Que ora tras la esperanza,
que acaso finges, tu ilusión se lanza,
ora piedad imploras
y con la hiel de los recuerdos lloras,
ora desesperado desafías
rebelde a Dios y en tu rencor porfías!!
¡Álzate, en fin, y rompe tu cadena,
y el alma noble y de despecho llena
a las regiones célicas levanta
y rueden en montón bajo tu planta
los cetros, las tiaras, las coronas,
la hermosura y el oro, el barro inmundo,
cuanto es escoria y resplandor del mundo
y en tu mente magnífica eslabonas!
POETA
¡Sí, levántame, sí; sobre las alas
cabalgue yo del huracán sombrío,
cruce mi mente las etéreas salas,
llene mi alma al seno del vacío!
Sobre mi frente el rayo se desprenda,
mi frente en Dios, mi planta en el profundo,
y al contemplar al hacedor del mundo
¡mi espíritu en su espíritu se encienda!
¡Oh, ángel! ¡Yo he vivido
en la inmensa baraja confundido
de los hombres; y títulos y honores
mi orgullo desdeñó: sobre mi frente
reflejaba tal vez ricos colores
la luz de la esplendente poesía,
y esta marca divina que llevaba
de los hombres tal vez me distinguía
y sobre ellos tal vez me levantaba!
¡Un vago indefinible sentimiento,
como el sutil aliento
del aura leve del abril florido,
en mi espíritu insomne se agitaba,
y en doliente gemido
sólo del triste corazón sentido,
pasando por mi alma suspiraba!
¡Ni palabra, ni grito, ni lamento
hallé a expresar bastante
esta secreta voz del pensamiento,
este vertiginoso e incesante
movimiento del ánimo y trastorno!
Yo apostrofaba al mundo en su carrera,
giraba el mundo indiferente en torno,
y vano y débil mi lamento era.
¡Oh! ¡Mi triste lamento
era un leve sonido en la armonía
del eterno tormento
del mundo y su agonía!
Cada grano de arena, cada planta,
el vil insecto, la indomable fiera
que con rugidos el desierto espanta,
el águila altanera,
que el sol a mirar sube
sobre el vellón de la remota nube,
¡oí lanzaban la doliente queja
de su eterno dolor y su amargura!
¡Marañada madeja
este mundo de duelo y desventura!
¡Las aguas de las fuentes suspiraban,
las copas de los árboles gemían,
las olas de la mar se querellaban,
los aquilones de dolor rugían!…
Fragmento inédito del Diablo Mundo, en El Iris, núm. 1, Madrid, 1841.