Eros castigado por Venus, fresco pompeyano

Horacio (65-8 a.C.) es, dentro de la lírica latina, un maestro del equilibrio formal y la contención. Sus versos están llenos de matices y de certera ironía. Su Epístola a los Pisones es la más conocida de las artes poéticas del clasicismo: «Estudiad los modelos griegos; leedlos noche y día», aconsejó.

UN MONUMENTO ME ALCÉ…

Un monumento me alcé
más duradero que el bronce,
más alto que las pirámides
de regia, fúnebre mole.
Uno que ni el Aquilón
ni aguaceros roedores
vencerán, ni cuantos siglos
rápido el tiempo amontone.

Yo entero no moriré:
gran parte de mí a los golpes
vedada está de la Parca;
e irá creciendo mi nombre,
fresco entre coros de aplausos
de nuevas generaciones,
mientras haya ojos que miren
el augusto sacerdote
y muda Vesta, subiendo
al Capitolio del orbe.

Yo, si bien de humilde cuna,
seré proclamado noble,
en el yermo donde al cabo
Fauno reinó entre pastores,
y donde el violento Bufido
al mar estruendoso corre.
Lo seré porque el primero
fui yo quien al duro albogue
del latino arrancar supe
eolios líricos sones.

Préciate, pues, de tus méritos
oh inflamadora Melpómene
y mis cabellos tu mano
con lauro délfico adorne.

Odas, libro tercero, oda XXX, 20 a. C. Traducción de Rafael Pombo.

EXEGI MONUMENTUM AERE PERENNIUS…

Exegi monumentum aere perennius
regalique situ pyramidum altius,
quod non imber ed
ax, non Aquilo inpotens
possit diruere aut innumerabilis
annorum series et fuga temporum.
Non omnis moriar multaque pars mei
uitabit Libitinam; usque ego postera
crescam laude recens, dum Capitolium
scandet cum tacita uirgine pontifex.
Dicar, qua uiolens obstrepit Aufidus
et qua pauper aquae Daunus agrestium
regnauit populorum, ex humili potens
princeps Aeolium carmen ad Italos
deduxisse modos. Sume superbiam
quaesitam meritis et mihi Delphica
lauro cinge uolens, Melpomene, comam.

Q. HORATI FLACCI CARMINVM LIBER TERTIVS, XXX

ARTE POÉTICA

Epístola a los Pisones

Si por capricho uniera un dibujante
a un humano semblante
un cuello de caballo, y repartiera
del cuerpo en lo restante
miembros de varios brutos, que adornara
de diferentes plumas, de manera
que el monstruo, cuya cara
de una mujer copiaba la hermosura,
en pez enorme y feo rematara;
al mirar tal figura,
¿dejarais de reíros, oh Pisones?
Pues, amigos, creed que a esta pintura
en todo semejantes
son las composiciones
cuyas vanas ideas se parecen
a los sueños de enfermos delirantes,
sin que sean los pies ni la cabeza
partes que a un mismo cuerpo pertenecen.
Pero dirán que con igual franqueza
siempre pudieron atreverse a todo
pintores y poetas. Lo sabemos:
y cuando esta licencia concedemos,
pedimos nos la den del mismo modo;
mas no será razón valga este fuero
para mezclar con lo áspero lo suave,
con la serpiente el ave,
o con tigre feroz manso cordero.

A veces a un principio altisonante
que grandes cosas entra prometiendo,
suele alguno zurcir tal cual remiendo
de púrpura brillante,
como cuando describe, por ejemplo,
ya el bosque de Diana, ya su templo;
o el arroyuelo que la fértil vega
acelerado y tortuoso riega;
o bien el caudaloso
curso del Rin, o el Iris lluvioso,
pero allí nada de esto era del caso.
Sabrás pintar acaso
un ciprés. ¿Y qué sirve, si el que viene
a darte su dinero te previene
le pintes un marítimo fracaso
en que él, sobre una tabla destrozada,
sin esperanza de la vida, nada?
Si hacer una tinaja era tu intento,
¿por qué, dando a la rueda movimiento,
te ha de salir al fin un pucherillo?
Cualquier asunto, pues, o pensamiento
debe siempre ser único y sencillo.

A todos, o a los más, una apariencia
del buen gusto deslumbra con frecuencia.
–¡Oh tú, padre Pisón, Pisones hijos
dignos de padre tal!– Cuando procuro
que no pequen mis versos de prolijos,
tan breve quiero ser que soy obscuro;
otro su estilo tanto pule y lima
que le quita el vigor, le desanima;
quiere aquél ser sublime, y es hinchado;
este que, acobardado,
teme la tempestad y no alza el vuelo,
siempre humilde se arrastra por el suelo;
y el que intenta de un modo extraordinario
el asunto más simple hacer muy vario,
surcando el mar a un jabalí figura
y a un delfín penetrando la espesura;
pues, sin el arte, quien un vicio evita,
en vicio no menor se precipita.

En la tienda más próxima a la escuela
en que a esgrimir enseña Emilio, habita
un escultor que con primor cincela
las uñas de una estatua, y aun imita
en bronce el pelo suave;
pero el conjunto de la estatua entera
le sale mal porque ajustar no sabe
las partes al total, como debiera.
Si acaso a este hombre copio,
cuando de componer me da la idea,
es contra mi intención; porque es lo propio
que si yo presumiera de ojos bellos
y de negros cabellos,
y una nariz tuviera tosca y fea.

Tome el que escribe asunto que no sea
superior a sus fuerzas: reflexione
cuál es la carga que en sus hombros pone,
y si pueden con ella, o los abruma:
piénselo bien; y en suma,
quien elige argumento
adecuado a su genio y su talento,
hallará sin violencia
método perceptible y elocuencia.
O me engaña mi propio entendimiento,
o no es la menor gracia y excelencia
que este método mismo en sí contiene
que de las cosas que decir conviene,
algunas desde luego se refieran,
y otras para otro tiempo se difieran.

El que un poema escriba
que al lector ponga en justa expectativa,
algunos pensamientos aproveche,
y otros con sabia crítica deseche.

El inventar palabras pide tiento,
delicadeza pide y miramiento.
Hablarás elegante, si reúnes
diestramente dos términos comunes,
y una voz nueva de los dos resulta.
Cuando a explicar te vieres obligado
una cosa moderna, extraña, oculta,
será lícito inventes
vocablos que jamás hayan llegado
a oídos de tus rancios ascendientes;
como tengas prudencia
para usar con templanza esta licencia.
Una dicción formada nuevamente
será bien admitida
si su origen dimana
de alguna griega fuente,
y con leve inflexión viene traída;
pues la severa crítica romana
no ha de negar a Vario y a Virgilio
lo que concedió a Plauto y a Cecilio.
¿Habrá algún envidioso que me impida
aumentar ciertas voces a mi idioma,
después que Enio y Catón enriquecieron
el lenguaje de Roma,
y nuevos nombres a las cosas dieron?
Siempre se pudo, y es razón se pueda
fabricar algún término reciente
con el sello corriente
del día, a imitación de la moneda.
Bien así como el bosque se despoja,
al declinar el año, de la hoja,
y otra fresca se viste, así perecen
los vocablos añejos,
y otros, que brotan, medran y florecen.
Están los hombres y sus obras lejos
de la inmortalidad; aunque se emprenda
abrir el Puerto Julio, en que defienda
Neptuno de los fríos
vientos septentrionales los navíos,
(obra digna de un rey) o se pretenda
convertir en sembrado
la Laguna Pontina,
que el remo antes surcó y hoy el arado,
dando ya grano a la región vecina;
o sea que se intente
refrenar la corriente
del río que a las mieses fue dañino,
y enseñarle a seguir mejor camino.
Mas si a este modo es fuerza que perezca
toda mortal hechura,
¿quién hará que la gracia y hermosura
de los idiomas viva y permanezca?
Muchas voces veremos renovadas
que el tiempo destructor borrado había;
y al contrario, olvidadas
otras muchas que privan en el día;
pues nada puede haber que no se altere
cuando el Uso lo quiere,
que es de las lenguas dueño, juez y guía.
El que enseñó primero
en qué especie de verso convenía
cantar guerras fatales,
y hazañas de los fuertes generales
y de los reyes, fue el antiguo Homero.

Solo era en algún tiempo la elegía,
con versos desiguales,
propia de quien se queja y de quien llora;
pero también con ella suele ahora
pintar su dicha el que algún bien consigue.
Sobre quién fue su autor gran competencia
hay entre los gramáticos; y aún sigue
el pleito sin que nadie dé sentencia.
La rabiosa impaciencia
dictó al poeta Arquíloco sus yambos.
El sublime coturno en la tragedia,
y el zueco en la comedia
esta clase de metro usaron ambos,
que imita bien el familiar discurso;
que, aplacando el bullicio del concurso,
llama las atenciones
y cuadra a las dramáticas acciones.

Calíope misma inspira
para que se celebren con la lira
los dioses, o los héroes, o el atleta
en luchas triunfante,
o el caballo arrogante
que en la carrera vence, o los amores
de juventud inquieta
o ya del libre Baco los loores.

¿Por qué razón me han de llamar poeta,
si no sé distinguir estos colores,
ni dar a cada estilo su decoro?
¿Qué? ¿Tendré por afrenta o menosprecio
aprender lo que ignoro,
antes que ser toda mi vida un necio?

Nunca el asunto cómico permite
trágicos versos; ni el atroz convite
de Tiestes vulgares expresiones,
como narracion cómica, tolera.
Ninguna de estas dos composiciones
se aparte de sus límites y esfera.
Con todo, hay ocasiones
en que, elevando el tono la Comedia,
declama airado Cremes en lenguaje
adecuado a más alto personaje;
y en otras se lamenta la Tragedia
con el humilde y popular estilo.
Así, queriendo Télefo y Peleo,
pobres y desterrados sin asilo,
a lástima incitar los circunstantes,
la afectación excusan y el rodeo
de términos pomposos, retumbantes.

No basta a los poemas que elegantes
a los preceptos del primor se ajusten,
si dulcemente el ánimo no mueven.
Es menester que lleven
tras sí los corazones donde gusten:
como en el hombre es natural reírse
siempre que oye reír, lo es igualmente,
siempre que ve afligidos, afligirse;
y si contigo quieres me lamente,
tú mismo debes antes lamentarte:
solo así en tu dolor me cabrá parte.
Cualquiera de los dos que sin destreza
(¡oh Télefo, oh Peleo!) represente
su papel, ha de darme risa, o sueño.
Debe el triste explicarse con tristeza,
el enojado, amenazar con ceño,
decir jocosos chistes el risueño,
y el serio, conservar grave entereza;
pues la Naturaleza
desde luego formó los corazones
propensos a sentir las variaciones
de la fortuna: infúndeles la ira;
o júbilo les causa; o les inspira
melancólico humor que los abate;
y hace que, fiel intérprete, relate
la lengua los afectos interiores.
Cuando a la situación de los actores
no vienen las palabras apropiadas,
la nobleza y la plebe
se burlarán riendo a carcajadas.
Diferenciarse en gran manera debe
lo que habla un dios de lo que un héroe dice;
lo que expresa un anciano
a quien la madurez caracterice,
de lo que un mozo intrépido y liviano;
lo que una gran matrona representa,
de lo que su afectuosa confidenta;
lo que habla un mercader que ansioso viaja,
de lo que un aldeano
que su heredad fructífera trabaja.
Ni el asirio se explique
como el nacido en Colcos, ni se aplique
de Argos al ciudadano
el estilo que es propio del tebano.

Si pintas, ¡oh escritor!, los caracteres,
o bien sigue la fama de la Historia,
o haz que no tengan los que tú fingieres
circunstancia u acción contradictoria.
Si a la escena sacar de nuevo quieres
al afamado Aquiles, hazle activo,
arrebatado, inexorable, altivo;
no reconozca ley ni guarde fuero,
y todo se lo apropie con su acero.
Sea inflexible y bárbara Medea;
Ino llore en acento lastimero;
Ío vagante sea;
osténtese Ixión traidor, malvado,
y Orestes de las Furias agitado.

Cuando un carácter expresar dispones
no usado en algún drama,
o un héroe nuevo en el teatro expones,
obre desde el principio de la trama
hasta el fin de ella igual y consiguiente.
Difícil es pintar exactamente
los caracteres que podemos todos
fingir con libertad de varios modos.
Harás mejor si alguna acción imitas
sacada de la Ilíada de Homero,
que no en ser el primero
que represente historias inauditas.
De esta suerte el asunto
que para todos es un campo abierto,
será ya tuyo propio; mas te advierto
no sigas (que esto es fácil) el conjunto,
la serie toda, el giro y digresiones
que usa el original que te propones;
ni a la letra le robes y traduzcas
como intérprete fiel que nada inventa,
ni seas tan servil, que te reduzcas,
por copiar muy puntual aquel dechado,
a algún temible estrecho
del cual salir no puedas sin afrenta,
cual fuera si te vieses obligado
a describir un hecho
que no se acomodase
a la ley de un poema de otra clase.

Ni has de empezar diciendo
como el otro poeta adocenado:
«Cantar del celebrado
Príamo la fortuna y guerra emprendo.»
¿Qué saldrá, al fin, de esta arrogante oferta
pregonada con tanta boca abierta?
De parto estaba todo un monte; y luego,
¿qué vino a dar a luz? Un ratoncillo.
¡Oh cuánto más juicioso, más sencillo
es el principio del poeta griego!:
«Dime, oh Musa, el varón que aniquilada
dejó de Troya la ciudad sagrada;
y tanta muchedumbre
vio de extrañas costumbres y naciones.»
Su intento es dar, después del humo, lumbre;
no lumbre, y después humo,
hasta llegar por grados a lo sumo
del primor en las bellas descripciones
de Caribdis, de Scila, del gigante
Polifemo, y del rey de Lestrigones.
No así aquel escritor extravagante
que cantó de Diomedes el regreso,
y el poema empezó desde el instante
en que llevó la muerte
a Meleagro: de la misma suerte
que el otro que escribir todo el suceso
de la guerra troyana se propuso
desde que Leda los dos huevos puso.
Homero velozmente se adelanta
al fin e intento de la acción que canta;
y como si estuvieran sus lectores
ya de antemano impuestos
en los diversos lances anteriores
que a su poema sirven de supuestos,
los arrebata al punto
y los pone en el medio de su asunto,
dejando siempre aparte
toda aquella porción de su argumento
que no puede, aun limada por el arte,
adquirir brillantez y lucimiento.
Su ficción es tan grata, y de tal modo
mezcla con ella la verdad, que en todo
con el principio el medio allí concuerda,
y con el medio el fin nunca discuerda.

Ahora, pues, autor, oye y aprende
lo que de ti deseo,
y lo que todo el público pretende.
Si quieres atraer al coliseo
oyentes que sentados se mantengan
hasta que bajen el telón, y vengan
a pedir el aplauso acostumbrado,
las diversas costumbres especiales
de cada edad observa con cuidado,
distinguiendo las prendas naturales
que a los mudables años pertenecen,
y que en las varias índoles se ofrecen.

La tierna criatura,
que lo que oye refiere,
y ya en andar se suelta y asegura,
solo jugar con sus iguales quiere;
sin causa muestra ceño, u alegría;
y cada hora condición varía.

Ya libre de ayo el mozo
que aun no empieza a trocar en barba el bozo,
caballos y lebreles apetece,
y del campo de Marte el ejercicio.
Blando es, cual cera, a la impresión del vicio;
a quien le da consejos aborrece;
piensa tarde en lo útil; del dinero
usa con desperdicio;
es vano y altanero;
codicia cuanto ve, y al punto olvida
lo que antes fue la cosa más querida.

En las inclinaciones diferente,
la varonil edad busca riqueza;
busca también amigos; y ya empieza
a mirar por su honor; evita y siente
cometer algún yerro, o bastardía
de que se afrente, o se desdiga un día.

Una tropa de afanes importuna
al hombre anciano asalta,
ya porque junta bienes de fortuna,
y por ruindad mezquina
para usar de ellos ánimo le falta,
ya porque en él domina
la fría timidez y la tardanza.
Con su irresolución nada termina;
difícilmente admite la esperanza;
tiene a la vida un inmortal cariño;
siempre gruñe, o se queja;
de la boca no deja
los elogios del tiempo en que era niño;
y aburre con sermones y regaños
a todos los que tienen menos años.

Si creciendo la edad, mil bienes trae,
se los lleva tras sí cuando decae:
y porque nunca a bulto
papel de anciano al mozo se adjudique,
ni al niño el de un adulto,
conviene que se aplique
el autor a estudiar las propiedades
que inseparables son de las edades.

Cualquier lance en la escena se reduce
o a representación, o a narrativa.
Cierto es que hace impresión menos activa
lo que por los oídos se introduce
que lo que por los ojos se aprehende,
y el mismo espectador por sí lo entiende.
Mas tal vez no conduce
que algún hecho en las tablas se practique;
sino que al pueblo explique
una fiel narración lo que no vea.
Ni sus hijos a vista de la gente
despedace Medea;
ni cueza las entrañas
de sus sobrinos el malvado Atreo;
ni ave se vuelva Progne, ni serpiente
Cadmo; pues maravillas tan extrañas,
cuando me las pintáis tan neciamente,
repugnantes me son, y no las creo.

Para que un drama al público entretenga,
y este le pida siempre con deseo,
ni más ni menos de cinco actos tenga.
Conducido en tramoya un dios no venga
que el final desenredo facilite,
cuando el enredo un dios no necesite.
Ni en cada escena llegarán a cuatro
las personas que ocupen el teatro.

Haga las veces de un actor el Coro;
y entre los actos sea lo que entone
tan conforme al propósito y decoro
de la acción, que con ella se eslabone.
Al hombre honrado aliente y patrocine;
únase al buen amigo;
aplaque al irritado y apadrine
al que de la maldad es enemigo;
aplauda la inocencia y la delicia
de la mesa en que reina la templanza;
la debida alabanza
tribute a la benéfica justicia;
cante las leyes, y el estado quieto
de aquel pueblo feliz en que las puertas
con libertad segura estén abiertas;
sea fiel al secreto;
y a las deidades ruegue
que la fortuna a los soberbios niegue
el logro de sus gustos,
y atienda a las miserias de los justos.

La flauta a los principios, como ahora,
con cercos de latón no se adornaba,
y no era del clarín competidora.
Con sencillez al coro acompañaba,
siendo corta y de pocos agujeros.
Del soplo a los impulsos más ligeros
en todos los asientos bien se oía,
los cuales todavía
no eran, como hoy, estrechos y apiñados.
Allí un escaso número asistía
de vecinos contados,
tan píos y modestos como honrados.
Pero más adelante,
cuando el pueblo latino
se vio con más haciendas triunfante,
extendiendo sus muros, y en las fiestas
impunemente se entregaba al vino,
y al pasatiempo en público y de día;
Música y Poesía
más libres fueron ya, más descompuestas.
¿Y qué otra cosa producir podía
la ignorancia del rústico aldeano
que al fin de su labor se hallaba ocioso,
unido con el culto ciudadano,
y la mezcla del bueno y el vicioso?
Así después al arte primitivo
movimiento más vivo,
más variedad y lujo dio el flautista;
y en el tablado con desenvoltura
arrastraba, a la vista
del pueblo, rozagante vestidura.
De la propia manera
la lira, que antes fue grave instrumento,
en sus cuerdas y voces tuvo aumento;
y remontó su estilo hasta la esfera
el coro con insólita osadía.
Su moral documento
que indagar pretendía
cuanto es útil al hombre, y las secretas
sendas investigar de lo futuro,
usó un idioma enfático y obscuro,
cual era el de los délficos profetas.

El mismo autor que a disputar se puso
de la tragedia el premio (que algún día
era el vil padre de la grey cabría)
inventó luego el uso
de sátiros desnudos en la escena;
y una farsa mordaz, de burlas llena
introducir pensó, sin detrimento
del serio y grave estilo. Fue su intento
que hallase el vulgo en las festivas sales
la grata novedad y el atractivo,
cuando en los sacrificios bacanales
la excesiva licencia
del comer y beber era incentivo
del desenfreno y pública insolencia.
Si alegrar deben la tragedia triste
los sátiros burlescos, decidores,
alternen los autores
de tal modo las veras con el chiste,
que aquel dios, o aquel héroe que se viste
de rica grana y oro anteriormente,
después no se presente
hablando en el lenguaje humilde y llano
de las tiendas más viles de la plebe;
o por querer usarle muy lozano,
y distante del ínfimo, se eleve
a la excelsa región del aire vano.
Aquestos versos frívolos, chanceros
mezclarse en la tragedia no debieran;
mas ya que en ella sátiros se ingieran,
no sean disolutos ni groseros.
Súfralos con modestia y parsimonia,
a imitación de la matrona honesta
que se ve en ciertos días de gran fiesta
precisada a bailar por ceremonia.

Si yo, Pisones míos, me ocupara
en satíricos dramas de este modo,
no me explicara libremente en todo
con locución desaliñada y clara;
ni del trágico estilo me apartara
tanto que confundiera
con lo que hablase Davo,
que hace en comedias el papel de esclavo,
y la atrevida Pitias que el dinero
saca al viejo Simón, lo que dijera
Sileno, ayo de un dios, y compañero.
Fingiera yo sobre un trivial asunto
una acción bien seguida, de manera
que oyéndola cualquiera,
se figurase al punto
que él otro tanto haría,
y poniéndose a ello, viese que era
inútil el sudor y la porfía.
¡Tanto puede una serie de incidentes
ligados a un buen plan, y consiguientes!
¡Gracias tan singulares
caben en las materias más vulgares!

Los faunos que en las selvas se han criado,
por mi voto, jamás en el tablado
han de hablar el idioma
que por calles y plazas se usa en Roma;
ni pronunciar cual jóvenes galanes
tiernas y delicadas expresiones,
ni decir indecencias de truhanes,
o soeces dicterios y baldones;
que aunque esto es lo que agrada
a los que compran nueces y tostones,
nunca lo escucha con paciencia el gremio
de gente bien nacida y bien criada,
como digno de aplausos o de premio.

Llaman yambo el pie rápido en que venga
una sílaba larga tras la breve.
El verso yambo de seis de ellos nace;
y esta rapidez hace
que de trímetro yambo el nombre lleve,
aunque seis, y no tres, medidas tenga.
Solía constar antes
de yambos puros, todos semejantes;
pero después acá, porque al oído
más noble y más pausado sonar pueda,
los graves espondeos ha admitido,
complaciente y sufrido;
con tal que no les ceda
segundo o cuarto puesto,
que reservarse para sí ha dispuesto.
Pocos trímetros hechos de esta suerte
se hallan en los poetas Accio y Enio,
(aunque se aplauda de ambos el ingenio)
en los cuales se advierte
de lentos espondeos la abundancia,
que o bien arguyen una incuria omisa,
o demasiada prisa,
o del arte y sus reglas ignorancia.
Pero no, no son todos jueces rectos,
que en un poema vean los defectos
de armonía y cadencia;
y es grande la licencia
que a nuestros escritores
han dado injustamente los lectores.
Mas ¿esto me valdrá para que escriba
sin regla ni concierto?
O bien ¿será razón que, aunque conciba
que todos, si cometo un desacierto,
me le habrán de notar, quiera, no obstante,
seguro, y con descuido,
llevar mis desatinos adelante,
porque otros el perdón han obtenido?
Y al fin, aun cuando acierto
a observar bien las reglas en mi escrito,
¿qué habré logrado? La censura evito,
pero ¿merezco elogio? No por cierto.
Revolved, pues, vosotros, ¡oh Pisones!,
las obras de los griegos noche y día.
Mas podrán replicar: ¿no merecía
en el tiempo de antaño aclamaciones
la aguda poesía
en que Plauto mezclaba sus gracejos?
Sí; pero aquellos viejos
los admiraron con bondad paciente,
y aun estoy por decir que neciamente;
si ya no es tanta la torpeza mía
y la vuestra también, que confundamos
la gracia con la vil chocarrería,
y cuando los pies métricos contamos
ya por los dedos, ya por el oído,
apenas distingamos
lo que es verso arreglado y bien medido.

Fue Tespis el poeta
que en la Grecia inventó, según es fama,
nuevo trágico drama,
y que en una carreta
por los pueblos llevó representantes
recitando unas veces
y otras cantando, con las turbias heces
del vino embarnizados los semblantes.
Formando luego Esquilo
de no muy altos leños un tablado,
de una ropa talar ordenó el uso
a los actores; máscara les puso;
y haciéndolos hablar en alto estilo,
les destinó el coturno por calzado.
De esta misma tragedia
fue la antigua comedia
sucesora feliz, bien aplaudida;
pero siendo insolente sin medida,
degeneraba en vicio tan nocivo,
que presto dio motivo
a que se contuviera
su audacia con ley pública y severa;
y enmudeciendo ignominiosamente
el coro a su despecho,
perdió el libre derecho
de ser ultrajador y maldiciente.

Ya no han dejado asunto
por tocar nuestros hábiles poetas;
pero hoy en ningún punto
merecen alabanzas más completas
que en separarse de la griega historia,
y al teatro sacar con nueva gloria
las notables acciones de romanos,
unos en las comedias pretextatas,
en que entran los primeros ciudadanos;
otros en las togatas,
en que hablan gentes de inferior esfera.
Y acaso en letras más ilustre fuera
que lo es en armas el país del Lacio,
si ya las obras de la docta pluma
limasen los ingenios con espacio.
Vosotros, descendientes del gran Numa,
condenad todo verso
que con diez correcciones,
después de muchos días y borrones,
no haya quedado bien pulido y terso.

Porque pensó Demócrito que el arte
es menos esencial en el poeta
que el genio, y porque rígido decreta
que todo el que no tenga alguna parte
de loco, no ha de entrar en el Parnaso,
se ven a cada paso
algunos que se dejan
crecer uñas y barba expresamente;
se retiran del trato de la gente,
y de los baños públicos se alejan.
Tienen por evidente
que del renombre de poeta ufanos
pueden estar, con no poner en manos
del barbero Licino
las testas en que el tino
perdieron de tal modo
que acaso restaurarle no podría
el heléboro todo
que en tres Islas Antíciras se cría.
¡Harto necio soy yo, por vida mía,
que me tomo al entrar la primavera
para evacuar la bilis un purgante!
Si no fuera por esto, ¿quién pudiera
versificar mejor, más elegante?
Mas yo no expongo a tanta costa el juicio.
De piedra de amolar haré el oficio,
que, aunque por sí no corta,
hace que corte el hierro: y nada importa
el no ser yo escritor, para que explique
cuál es la obligación y el ejercicio
de todo aquel que a serlo se dedique:
cómo encuentra caudal la poesía;
qué es lo que a un buen poeta instruye y forma;
de lo decente, o no, cuál es la norma;
adónde ya el error, ya el arte guía.

Del escribir con propiedad y peso
el principio y la fuente es tener seso.

En su filosofía
Sócrates la materia nos enseña
de cosas que decir: y al que ya tiene
bien previsto el asunto en que se empeña,
la explicación naturalmente viene.
Así, quien sabe el proceder humano
que con patria y amigo usar conviene;
cómo ha de amar al padre y al hermano,
cómo a su huésped; qué cuidado encierra
o el empleo de un padre del Senado,
o el de otro magistrado,
o ya el de un general que va a la guerra,
ese es quien bien adapta y establece
lo que a cada sujeto pertenece.
El sabio imitador con gran desvelo
ha de atender, si observa mi mandato,
a la Naturaleza, que el modelo
es de la humana vida y moral trato;
de cuyo original salga una copia
con la expresión más verdadera y propia.
La comedia, tal vez, que se hermosea
con las varias sentencias, y observancia
de buenos caracteres, aunque sea
pobre de arte, energía, y elegancia,
más entretiene al pueblo, y le recrea
que el verso sin substancia,
que suena bien, y al fin es fruslería.

Las Musas a los griegos el ingenio
dieron, y del lenguaje la armonía;
aspiran todos por nativo genio
a ser solo de honor y fama ricos.
Pero acá los romanos desde chicos
saben hacer prolijas particiones
de un as, o de una libra, en cien porciones.
Diga el hijo de Albino el Usurero:
–Si de cinco dozavas
descontar una quiero,
¿cuánto resta? ¡Ea, di! ¿Por qué no acabas?
–Queda un tercio cabal. –¡Bien ajustado!
Sabrás cuidar tu hacienda. Y di: ¿si añado
una dozava más a aquellas cinco,
¿qué suma? –Una mitad. Cuando este ahínco
en allegar caudal, y esta carcoma
del perverso interés domina en Roma,
¿qué versos esperamos que hoy se escriban
que con jugo de cedro preservados,
y en tablas colocados
de bruñido ciprés, durables vivan?

Los poetas desean
o que sus obras instructivas sean,
o divertidas; o contengan cosas
al paso que agradables, provechosas.
Si enseñar quieres, concisión observa;
que el humano concepto,
cuando es breve el precepto,
percibe dócil y puntual conserva;
y todo lo superfluo y no del caso
rebosa, cual licor que colma el vaso.
Lo que con fin de recrear se invente,
a la verdad se acerque en lo posible:
la cómica ficción no represente
por antojo, u capricho lo increíble;
ni a la bruja que un niño tragó entero,
se le saquen del vientre carnicero.
Senadores ancianos
vituperan las obras que no instruyen,
y caballeros jóvenes romanos
de las muy serias y profundas huyen.
Mas todos con su voto contribuyen
al que enseñar y deleitar procura,
y une la utilidad con la dulzura.
El libro en que ambos méritos se incluyen
a los libreros Sosios da dinero;
pasar el mar merece;
al autor ennoblece,
y le asegura un nombre duradero.

Pero son disculpables ciertas faltas;
pues no siempre despide
la cuerda el son que el tocador la pide,
que en vez de voces bajas, da las altas;
ni siempre el tirador al blanco acierta.
Cuando yo en un poema acaso advierta
gran numero de gracias singulares,
perdonaré lunares,
si fueren pocos; porque habrán nacido
o de leve descuido,
o de humana flaqueza… Mas, a espacio;
que no siempre hay perdón. Cuando reacio
escribe el mal copiante (aunque le enmiendan)
una misma mentira,
no, no merece que su excusa atiendan.
Si el que tañe la lira,
en una cuerda siempre se equivoca,
¿quién no se ha de reír de lo que toca?
Al que yerra a menudo, yo comparo
con Quérilo el Poeta,
de quien me admiro y río, si reparo
que, por acierto raro,
una cosa discreta,
o a lo más dos o tres, hay en su escrito;
y al contrario, me irrito
si el buen Homero se descuida, o duerme.
Pero también es fuerza convencerme
de que en libro tan lato
no es mucho que al autor dé sueño un rato.

Pintura y Poesía se parecen;
pues en ambas se ofrecen
obras que gustan más vistas de lejos;
y otras, no estando cerca, desmerecen.
Cuál debe colocarse en parte obscura;
cuál de la luz no teme los reflejos,
ni del perito la sutil censura:
por la primera vez agrada aquella;
esta, diez veces vista, aún es más bella.

¡Oh tú, hermano mayor de los Pisones,
aunque el cielo prudencia darte quiso
y de tan sabio padre las lecciones,
ten en memoria este importante aviso!
En ciertas profesiones
se puede tolerar la medianía.
Suele un jurisconsulto, un abogado,
no tener la elocuente valentía
de Mesala, ni ser tan gran letrado
como es Aulo Caselio; y aun, con todo,
mérito no le falta en cierto modo;
mas poetas medianos,
ni los sufren los dioses soberanos
ni tampoco los hombres,
ni menos los aguantan
los mismos duros postes en que plantan
carteles con sus obras y sus nombres.
Cual suele en un banquete regalado
causar gran desagrado
de una orquesta infeliz la disonancia,
o para ungirse una pomada rancia,
o bien la adormidera
con la miel de Cerdeña mal mezclada;
porque aquella función muy bien pudiera
ser buena, sin que de esto hubiera nada;
así la Poesía,
que para dar recreo fue inventada,
en vil y despreciable degenera,
si del perfecto grado se desvía.
El que de lidiar bien no se gloría,
no va al Campo de Marte;
y el que ignora con qué arte
pelota, disco y trompo se manejan,
se abstiene de jugar, por si motejan
con risas insolentes
su poca habilidad los concurrentes.
Mas cualquier necio ya, si se le antoja,
a hacer versos se arroja.
Y ¿por qué no, si es hombre que proviene
de estirpe noble y clara;
mucho más, cuando tiene
suficiente dinero
para ser recibido caballero,
y nadie puede echarle nada en cara?

Tal es tu entendimiento y tu cordura,
que no harás ni dirás violentamente
cosa en que el numen obre renitente;
mas si algo, por ventura,
escribes algún día,
sujétalo de Mecio a la censura,
como a la de tu padre y a la mía;
y tenlo hasta nueve años reservado;
porque mientras inéditos guardares
tus pergaminos, puedes con cuidado
corregir los defectos que repares;
mas es inútil esperar la vuelta
de la palabra que una vez se suelta.

A los hombres feroces
el sacro Orfeo, intérprete divino,
separó con lo dulce de sus voces
del estado brutal en que vivían,
siendo uno de otro bárbaro asesino:
y por tales acciones
todos le atribuían
que domó fieros tigres y leones.
Del mismo modo los tebanos muros
edificó Anfión, que con los sones
del acorde instrumento
tras sí llevaba los peñascos duros,
dóciles al poder del blando acento.
Entonces la mejor sabiduría
era la que prudente discernía
ya del público bien el bien privado,
o ya de lo profano lo sagrado;
refrenaba la torpe demasía
de tener las mujeres por comunes;
los matrimonios conservaba inmunes,
sanas reglas dictando a los esposos;
se aplicaba a fundar pueblos dichosos,
y grababa las leyes en madera.
Llegaron a adquirir de esta manera
los divinos poetas alta gloria,
dando a sus versos inmortal memoria.
Luego la poesía
del celebrado Homero y de Tirteo
los varoniles ánimos movía
al logro ilustre del marcial trofeo.
Ya el respetable oráculo de Apolo
explicaba tan solo
en verso sus decretos;
ya de Naturaleza los secretos
en verso se enseñaban igualmente:
el favor de los reyes soberanos
solicitar en verso era frecuente;
y hallaron los humanos
en las varias poéticas ideas
gusto y descanso al fin de sus tareas.
Esto refiero aquí, noble Mancebo,
porque el arte canoro
de las discretas Musas y de Febo
alguna vez no tengas por desdoro.

Dudan si el verso digno de alabanza
del natural ingenio se deriva,
o bien del artificio y enseñanza.
Yo creo que el estudio nada alcanza
sin la fecundidad de la inventiva;
ni la imaginación inculta y ruda
es capaz por sí sola del acierto;
pues han de darse, unidas de concierto,
naturaleza y arte mutua ayuda.
El atleta robusto que su brío
desea ver premiado en la carrera,
se agitó mucho cuando joven era,
sufrió mucho también; expuesto anduvo
siempre al calor y al frío;
y en fin, del vino y del amor se abstuvo.
El flautista que diestro
hoy el cántico pitio entonar sabe,
aprendió con un rígido maestro.
Mas ya basta decir en tono grave:
nadie, nadie me excede
en hacer un poema prodigioso.
Ruin sea por quien quede;
que otro me deje atrás no es decoroso;
ni confesar, con injuriosa nota,
que en lo que no aprendí soy un idiota.

Como al puesto en que hay géneros de venta
convoca un pregonero
numeroso tropel de compradores:
así el poeta a quien su campo renta,
y tiene medios de imponer dinero,
atrae a la ganancia aduladores.
Si da una buena mesa además de esto
y sale por fiador del que en pobreza
ha caído por ser mala cabeza,
y de un pleito funesto
le liberta benévolo, yo apuesto
que no tendrá la dicha, ni el buen tino
de conocer qué amigo es falso, o fino.
A quien hubieres hecho algún presente,
o hacérsele medites,
para oír versos tuyos no le cites;
pues si lleno de júbilo se siente,
clamará: «¿Bueno! ¡Lindo! ¡Bravamente!»
Pálido se pondrá; y aun por ventura
llorará de amistad y de ternura;
saltará en el asiento,
dando fuertes patadas de contento.
Cual suelen demostrar los que alquilados
van a llorar a un duelo,
en acciones y en voz más desconsuelo
que los que están de veras angustiados;
tal siente, al parecer, el lisonjero
más que el panegirista verdadero.

Cuéntase de los grandes potentados,
que, para hacer de alguno confianza,
le dan a beber vino sin templanza:
con repetidos brindis le atormentan,
hasta que experimentan
si de amistad, por su reserva, es digno.
En caso de que escribas poesías,
harás mal si te fías
de adulador maligno
que en astucias imita a la raposa.

Cuando a Quintilio Varo
un autor recitaba alguna cosa,
le decía bien claro:
«Corrige sin temor esto u aquello».
Si el otro replicaba: «No es posible,
pues dos veces o tres me he puesto a ello»,
le ordenaba inflexible
volver al yunque el verso mal forjado.
Mas si el autor buscaba en su pecado
disculpas, en lugar de correcciones,
ya no empleaba en vano
ni tiempo, ni razones;
y al escritor dejaba mano a mano
con su obra idolatrada,
sin más rival que le estorbase en nada.

El que es hombre de bien, y hombre de pulso,
sabrá tachar el verso flojo, insulso;
condenará los ásperos e ingratos;
su pluma borrara con negra raya
aquellos en que gracia y arte no haya;
cercenará los frívolos ornatos;
lo que está obscuro, mandará se aclare;
sin que tampoco apruebe
el equívoco ambiguo en que repare;
notando, en fin, cuanto mudarse debe.
Aristarco será, censor severo;
no de aquellos que dicen «yo no quiero
en materia tan leve
disgustar a un amigo por sincero».
Estas leves materias
algún día tendrán resultas serias,
cuando ya el adulado se haya visto
entre todos ridículo y malquisto;
pues el hombre sensato
no menos que a un ictérico, a un leproso,
y a un demente lunático y furioso,
huye y teme al poeta mentecato.
La turba de muchachos imprudente
es solo quien le acosa y quien le hostiga;
y alguno que inocente
no ve cuánto se expone el que le siga.
Si, vomitando versos remontados,
se extravía aquel loco y se desmanda,
corriendo a todos lados,
cual cazador que tras los mirlos anda,
y se cae en un hoyo, u en un pozo,
clamando con sollozo:
«¡Favor, señores! ¿No hay quien me socorra?»
Nadie hallará que a libertarle corra.
Mas si alguno, acudiendo en tal fracaso,
le echa una cuerda, yo diré al momento:
«¿Qué sabes tú si acaso
se arrojó por su gusto, y si su intento
es que no se le saque del mal paso?»
Y citaré la muerte
de Empédocles, poeta de Agrigento;
la cual fue de esta suerte:
como pasar quería
por un dios inmortal, se arrojó un día
con la mayor frescura al Etna ardiente.
Piérdanse los poetas libremente
cada vez que les diere tal manía;
pues conservar la vida al que se muere
por gusto propio, es tanta tiranía
como matar al que morir no quiere.
No es ya la vez primera
que ha intentado este raro desatino;
y aunque de aquel conflicto bien saliera,
no quisiera dejar de ser divino,
ni olvidara el anhelo que le inflama
de adquirir con tal muerte nombre y fama.
No se sabe, en verdad, por qué delito
al poeta infundió su mala estrella
de escribir siempre versos el prurito:
si profanó tal vez la sepultura
de su padre, orinándose sobre ella;
o arrancó por ventura,
cometiendo un sacrílego atentado,
la señal que denota ser sagrado
el lugar triste en que cayó centella.
Lo cierto es que, frenético y rabioso,
a manera del oso
que de su jaula quebrantó la reja,
a ignorantes ahuyenta y a discretos
con los atroces versos que recita;
al que una vez cogió, ya no le deja,
le asesina leyendo mamotretos;
y a sanguijuela terca se asemeja,
que de la piel que chupa no se quita
hasta que está de sangre bien ahíta.

Epístola a los Pisones, 10 a. C. Traducción de Tomás de Iriarte.

ARS POETICA

Epistula ad Pisones

Humano capiti ceruicem pictor equinam
iungere si uelit et uarias inducere plumas
undique collatis membris, ut turpiter atrum
desinat in piscem mulier formosa superne,
spectatum admissi, risum teneatis, amici?
Credite, Pisones, isti tabulae fore librum
persimilem, cuius, uelut aegri somnia, uanae
fingentur species, ut nec pes nec caput uni
reddatur formae. «Pictoribus atque poetis
quidlibet audendi semper fuit aequa potestas.»
Scimus, et hanc ueniam petimusque damusque uicissim,
sed non ut placidis coeant immitia, non ut
serpentes auibus geminentur, tigribus agni.
Inceptis grauibus plerumque et magna professis
purpureus, late qui splendeat, unus et alter
adsuitur pannus, cum lucus et ara Dianae
et properantis aquae per amoenos ambitus agros
aut flumen Rhenum aut pluuius describitur arcus;
sed nunc non erat his locus. Et fortasse cupressum
scis simulare; quid hoc, si fractis enatat exspes
nauibus, aere dato qui pingitur? Amphora coepit
institui; currente rota cur urceus exit?
Denique sit quod uis, simplex dumtaxat et unum.

Maxima pars uatum, pater et iuuenes patre digni,
decipimur specie recti. Breuis esse laboro,
obscurus fio; sectantem leuia nerui
deficiunt animique; professus grandia turget;
serpit humi tutus nimium timidusque procellae;
qui uariare cupit rem prodigialiter unam,
delphinum siluis adpingit, fluctibus aprum.
In uitium ducit culpae fuga, si caret arte.
Aemilium circa ludum faber imus et unguis
exprimet et mollis imitabitur aere capillos,
infelix operis summa, quia ponere totum
nesciet. Hunc ego me, siquid componere curem,
non magis esse uelim quam naso uiuere prauo
spectandum nigris oculis nigroque capillo.

Sumite materiam uestris, qui scribitis, aequam
uiribus et uersate diu quid ferre recusent,
quid ualeant umeri. Cui lecta potenter erit res,
nec facundia deseret hunc, nec lucidus ordo.

Ordinis haec uirtus erit et uenus, aut ego fallor,
ut iam nunc dicat iam nunc debentia dici,
pleraque differat et praesens in tempus omittat,
hoc amet, hoc spernat promissi carminis auctor.

In uerbis etiam tenuis cautusque serendis
dixeris egregie, notum si callida uerbum
reddiderit iunctura nouum. Si forte necesse est
indiciis monstrare recentibus abdita rerum, et
fingere cinctutis non exaudita Cethegis
continget dabiturque licentia sumpta pudenter,
et noua fictaque nuper habebunt uerba fidem, si
Graeco fonte cadent parce detorta. Quid autem
Caecilio Plautoque dabit Romanus, ademptum
Vergilio Varioque? Ego cur, adquirere pauca
si possum, inuideor, cum lingua Catonis et Enni
sermonem patrium ditauerit et noua rerum
nomina protulerit? Licuit semperque licebit
signatum praesente nota producere nomen.
Vt siluae foliis pronos mutantur in annos,
prima cadunt, ita uerborum uetus interit aetas,
et iuuenum ritu florent modo nata uigentque.
Debemur morti nos nostraque. Siue receptus
terra Neptunus classes Aquilonibus arcet,
regis opus, sterilisue diu palus aptaque remis
uicinas urbes alit et graue sentit aratrum,
seu cursum mutauit iniquom frugibus amnis,
doctus iter melius, mortalia facta peribunt,
nedum sermonem stet honos et gratia uiuax.
Multa renascentur quae iam cecidere, cadentque
quae nunc sunt in honore uocabula, si uolet usus,
quem penes arbitrium est et ius et norma loquendi.

Res gestae regumque ducumque et tristia bella
quo scribi possent numero, monstrauit Homerus.
Versibus impariter iunctis querimonia primum,
post etiam inclusa est uoti sententia compos;
quis tamen exiguos elegos emiserit auctor,
grammatici certant et adhuc sub iudice lis est.
Archilochum proprio rabies armauit iambo;
hunc socci cepere pedem grandesque coturni,
alternis aptum sermonibus et popularis
uincentem strepitus et natum rebus agendis.
Musa dedit fidibus diuos puerosque deorum
et pugilem uictorem et equom certamine primum
et iuuenum curas et libera uina referre.

Discriptas seruare uices operumque colores
cur ego, si nequeo ignoroque, poeta salutor?
Cur nescire pudens praue quam discere malo?
Versibus exponi tragicis res comica non uult;
indignatur item priuatis ac prope socco
dignis carminibus narrari cena Thyestae.
Singula quaeque locum teneant sortita decentem.

Interdum tamen et uocem comoedia tollit,
iratusque Chremes tumido delitigat ore;
et tragicus plerumque dolet sermone pedestri
Telephus et Peleus, cum pauper et exul uterque
proicit ampullas et sesquipedalia uerba,
si curat cor spectantis tetigisse querella.

Non satis est pulchra esse poemata; dulcia sunto
et, quocumque uolent, animum auditoris agunto.
Vt ridentibus adrident, ita flentibus adsunt
humani uoltus; si uis me flere, dolendum est
primum ipsi tibi; tum tua me infortunia laedent,
Telephe uel Peleu; male si mandata loqueris,
aut dormitabo aut ridebo. Tristia maestum
uoltum uerba decent, iratum plena minarum,
ludentem lasciua, seuerum seria dictu.
Format enim natura prius non intus ad omnem
fortunarum habitum; iuuat aut impellit ad iram,
aut ad humum maerore graui deducit et angit;
post effert animi motus interprete lingua.
Si dicentis erunt fortunis absona dicta,
Romani tollent equites peditesque cachinnum.
Intererit multum, diuosne loquatur an heros,
maturusne senex an adhuc florente iuuenta
feruidus, et matrona potens an sedula nutrix,
mercatorne uagus cultorne uirentis agelli,
Colchus an Assyrius, Thebis nutritus an Argis.

Aut famam sequere aut sibi conuenientia finge
scriptor. Honoratum si forte reponis Achillem,
impiger, iracundus, inexorabilis, acer
iura neget sibi nata, nihil non arroget armis.
Sit Medea ferox inuictaque, flebilis Ino,
perfidus Ixion, Io uaga, tristis Orestes.
Siquid inexpertum scaenae committis et audes
personam formare nouam, seruetur ad imum
qualis ab incepto processerit et sibi constet.
Difficile est proprie communia dicere, tuque
rectius Iliacum carmen deducis in actus
quam si proferres ignota indictaque primus.
Publica materies priuati iuris erit, si
non circa uilem patulumque moraberis orbem,
nec uerbo uerbum curabis reddere fidus
interpres nec desilies imitator in artum,
unde pedem proferre pudor uetet aut operis lex.

Nec sic incipies, ut scriptor cyclicus olim:
«Fortunam Priami cantabo et nobile bellum».
Quid dignum tanto feret hic promissor hiatu?
Parturient montes, nascetur ridiculus mus.
Quanto rectius hic, qui nil molitur inepte:
«Dic mihi, Musa, uirum, captae post tempora Troiae
qui mores hominum multorum uidit et urbes».
Non fumum ex fulgore, sed ex fumo dare lucem
cogitat, ut speciosa dehinc miracula promat,
Antiphaten Scyllamque et cum Cyclope Charybdim.
Nec reditum Diomedis ab interitu Meleagri,
nec gemino bellum Troianum orditur ab ouo;
semper ad euentum festinat et in medias res
non secus ac notas auditorem rapit, et quae
desperat tractata nitescere posse relinquit,
atque ita mentitur, sic ueris falsa remiscet,
primo ne medium, medio ne discrepet imum.

Tu quid ego et populus mecum desideret audi,
si plosoris eges aulaea manentis et usque
sessuri donec cantor. «Vos plaudite» dicat.
Aetatis cuiusque notandi sunt tibi mores,
mobilibusque decor naturis dandus et annis.
Reddere qui uoces iam scit puer et pede certo
signat humum, gestit paribus conludere et iram
colligit ac ponit temere et mutatur in horas.
inberbus iuuenis tandem custode remoto
gaudet equis canibusque et aprici gramine Campi,
cereus in uitium flecti, monitoribus asper,
utilium tardus prouisor, prodigus aeris,
sublimis cupidusque et amata relinquere pernix.
Conuersis studiis aetas animusque uirilis
quaerit opes et amicitias, inseruit honori,
commisisse cauet quod mox mutare laboret.
Multa senem circumueniunt incommoda, uel quod
quaerit et inuentis miser abstinet ac timet uti,
uel quod res omnis timide gelideque ministrat,
dilator, spe longus, iners auidusque futuri,
difficilis, querulus, laudator temporis acti
se puero, castigator censorque minorum.
Multa ferunt anni uenientes commoda secum,
multa recedentes adimunt. Ne forte seniles
mandentur iuueni partes pueroque uiriles;
semper in adiunctis aeuoque morabitur aptis.

Aut agitur res in scaenis aut acta refertur.
Segnius inritant animos demissa per aurem
quam quae sunt oculis subiecta fidelibus et quae
ipse sibi tradit spectator; non tamen intus
digna geri promes in scaenam multaque tolles
ex oculis, quae mox narret facundia praesens.
Ne pueros coram populo Medea trucidet,
aut humana palam coquat exta nefarius Atreus,
aut in auem Procne uertatur, Cadmus in anguem.
Quodcumque ostendis mihi sic, incredulus odi.

Neue minor neu sit quinto productior actu
fabula, quae posci uolt et spectanda reponi;
nec deus intersit, nisi dignus uindice nodus
inciderit; nec quarta loqui persona laboret.

Actoris partis chorus officiumque uirile
defendat, neu quid medios intercinat actus,
quod non proposito conducat et haereat apte.
Ille bonis faueatque et consilietur amice
et regat iratos et amet peccare timentis;
ille dapes laudet mensae breuis, ille salubrem
iustitiam legesque et apertis otia portis;
ille tegat commissa deosque precetur et oret,
ut redeat miseris, abeat Fortuna superbis.

Tibia non, ut nunc, orichalco uincta tubaeque
aemula, sed tenuis simplexque foramine pauco
adspirare et adesse choris erat utilis atque
nondum spissa nimis complere sedilia flatu,
quo sane populus numerabilis, utpote paruos,
et frugi castusque uerecundusque coibat.
Postquam coepit agros extendere uictor et urbes
latior amplecti murus uinoque diurno
placari Genius festis impune diebus,
accessit numerisque modisque licentia maior.
Indoctus quid enim saperet liberque laborum
rusticus urbano confusus, turpis honesto?
Sic priscae motumque et luxuriem addidit arti
tibicen traxitque uagus per pulpita uestem;
sic etiam fidibus uoces creuere seueris
et tulit eloquium insolitum facundia praeceps,
utiliumque sagax rerum et diuina futuri
sortilegis non discrepuit sententia Delphis.
Carmine qui tragico uilem certauit ob hircum,
mox etiam agrestis Satyros nudauit et asper
incolumi grauitate iocum temptauit eo quod
inlecebris erat et grata nouitate morandus
spectator functusque sacris et potus et exlex.
Verum ita risores, ita commendare dicacis
conueniet Satyros, ita uertere seria ludo,
ne quicumque deus, quicumque adhibebitur heros,
regali conspectus in auro nuper et ostro,
migret in obscuras humili sermone tabernas,
aut, dum uitat humum, nubes et inania captet.
Effutire leuis indigna tragoedia uersus,
ut festis matrona moueri iussa diebus,
intererit Satyris paulum pudibunda proteruis.
Non ego inornata et dominantia nomina solum
uerbaque, Pisones, Satyrorum scriptor amabo,
nec sic enitar tragico diferre colori
ut nihil intersit Dauusne loquatur et audax
Pythias, emuncto lucrata Simone talentum,
an custos famulusque dei Silenus alumni.
Ex noto fictum carmen sequar, ut sibi quiuis
speret idem, sudet multum frustraque laboret
ausus idem; tantum series iuncturaque pollet,
tantum de medio sumptis accedit honoris.
Siluis deducti caueant me iudice Fauni
ne, uelut innati triuiis ac paene forenses,
aut nimium teneris iuuenentur uersibus unquam
aut inmunda crepent ignominiosaque dicta;
offenduntur enim quibus est equos et pater et res,
nec, siquid fricti ciceris probat et nucis emptor,
aequis accipiunt animis donantue corona.

Syllaba longa breui subiecta uocatur iambus,
pes citus; unde etiam trimetris adcrescere iussit
nomen iambeis, cum senos redderet ictus,
primus ad extremum similis sibi; non ita pridem,
tardior ut paulo grauiorque ueniret ad auris,
spondeos stabilis in iura paterna recepit
commodus et patiens, non ut de sede secunda
cederet aut quarta socialiter. Hic et in Acci
nobilibus trimetris adparet rarus, et Enni
in scaenam missos cum magno pondere uersus
aut operae celeris nimium curaque carentis
aut ignoratae premit artis crimine turpi.
Non quiuis uidet inmodulata poemata iudex,
et data Romanis uenia est indigna poetis.
Idcircone uager scribamque licenter? An omnis
uisuros peccata putem mea, tutus et intra
spem ueniae cautus? Vitaui denique culpam,
non laudem merui. Vos exemplaria Graeca
nocturna uersate manu, uersate diurna.
At uestri proaui Plautinos et numeros et
laudauere sales, nimium patienter utrumque,
ne dicam stulte, mirati, si modo ego et uos
scimus inurbanum lepido seponere dicto
legitimumque sonum digitis callemus et aure.
Ignotum tragicae genus inuenisse Camenae
dicitur et plaustris uexisse poemata Thespis
quae canerent agerentque peruncti faecibus ora.
Post hunc personae pallaeque repertor honestae
Aeschylus et modicis instrauit pulpita tignis
et docuit magnumque loqui nitique coturno.
Successit uetus his comoedia, non sine multa
laude; sed in uitium libertas excidit et uim
dignam lege regi; lex est accepta chorusque
turpiter obticuit sublato iure nocendi.
Nil intemptatum nostri liquere poetae,
nec minimum meruere decus uestigia Graeca
ausi deserere et celebrare domestica facta,
uel qui praetextas uel qui docuere togatas.
Nec uirtute foret clarisue potentius armis
quam lingua Latium, si non offenderet unum
quemque poetarum limae labor et mora. Vos, o
Pompilius sanguis, carmen reprehendite quod non
multa dies et multa litura coercuit atque
praesectum deciens non castigauit ad unguem.
Ingenium misera quia fortunatius arte
credit et excludit sanos Helicone poetas
Democritus, bona pars non unguis ponere curat,
non barbam, secreta petit loca, balnea uitat;
nanciscetur enim pretium nomenque poetae,
si tribus Anticyris caput insanabile nunquam
tonsori Licino commiserit. O ego laeuus
qui purgor bilem sub uerni temporis horam!
Non alius faceret meliora poemata; uerum
nil tanti est. Ergo fungar uice cotis, acutum
reddere quae ferrum ualet exsors ipsa secandi;
munus et officium, nil scribens ipse, docebo,
unde parentur opes, quid alat formetque poetam,
quid deceat, quid non, quo uirtus, quo ferat error.

Scribendi recte sapere est et principium et fons.
Rem tibi Socraticae poterunt ostendere chartae,
uerbaque prouisam rem non inuita sequentur.
Qui didicit, patriae quid debeat et quid amicis,
quo sit amore parens, quo frater amandus et hospes,
quod sit conscripti, quod iudicis officium, quae
partes in bellum missi ducis, ille profecto
reddere personae scit conuenientia cuique.
Respicere exemplar uitae morumque iubebo
doctum imitatorem et uiuas hinc ducere uoces.

Interdum speciosa locis morataque recte
fabula nullius ueneris, sine pondere et arte,
ualdius oblectat populum meliusque moratur
quam uersus inopes rerum nugaeque canorae.

Grais ingenium, Grais dedit ore rotundo
Musa loqui, praeter laudem nullius auaris;
Romani pueri longis rationibus assem
discunt in partis centum diducere. «Dicat
filius Albini: si de quincunce remota est
uncia, quid superat?. . . Poteras dixisse. — Triens. — Eu!
Rem poteris seruare tuam. Redit uncia, quid fit? »
Semis». An, haec animos aerugo et cura peculi
cum semel imbuerit, speramus carmina fingi
posse linenda cedro et leui seruanda cupresso?

Aut prodesse uolunt aut delectare poetae
aut simul et iucunda et idonea dicere uitae.
Quicquid praecipies, esto breuis, ut cito dicta
percipiant animi dociles teneantque fideles.
Omne superuacuum pleno de pectore manat.
Ficta uoluptatis causa sint proxima ueris,
ne quodcumque uolet poscat sibi fabula credi,
neu pransae Lamiae uiuum puerum extrahat aluo.
Centuriae seniorum agitant expertia frugis,
celsi praetereunt austera poemata Ramnes.
Omne tulit punctum qui miscuit utile dulci,
lectorem delectando pariterque monendo;
hic meret aera liber Sosiis, hic et mare transit
et longum noto scriptori prorogat aeuum.

Sunt delicta tamen quibus ignouisse uelimus;
nam neque chorda sonum reddit quem uolt manus et mens,
poscentique grauem persaepe remittit acutum,
nec semper feriet quodcumque minabitur arcus.
Verum ubi plura nitent in carmine, non ego paucis
offendar maculis, quas aut incuria fudit,
aut humana parum cauit natura. Quid ergo est?
Vt scriptor si peccat idem librarius usque,
quamuis est monitus, uenia caret, et Citharoedus
ridetur, chorda qui semper oberrat eadem,
sic mihi, qui multum cessat, fit Choerilus ille,
quem bis terque bonum cum risu miror; et idem
indignor quandoque bonus dormitat Homerus;
uerum operi longo fas est obrepere somnum.

Vt pictura poesis; erit quae, si propius stes,
te capiat magis, et quaedam, si longius abstes;
haec amat obscurum, uolet haec sub luce uideri,
iudicis argutum quae non formidat acumen;
haec placuit semel, haec deciens repetita placebit.

O maior iuuenum, quamuis et uoce paterna
fingeris ad rectum et per te sapis, hoc tibi dictum
tolle memor, certis medium et tolerabile rebus
recte concedi; consultus iuris et actor
causarum mediocris abest uirtute diserti
Messallae nec scit quantum Cascellius Aulus,
sed tamen in pretio est; mediocribus esse poetis
non homines, non di, non concessere columnae.
Vt gratas inter mensas symphonia discors
et crassum unguentum et Sardo cum melle papauer
offendunt, poterat duci quia cena sine istis,
sic animis natum inuentumque poema iuuandis,
si paulum summo decessit, uergit ad imum.
Ludere qui nescit, campestribus abstinet armis,
indoctusque pilae disciue trochiue quiescit,
ne spissae risum tollant impune coronae;
qui nescit, uersus tamen audet fingere. Quidni?
Liber et ingenuus, praesertim census equestrem
summam nummorum uitioque remotus ab omni.
Tu nihil inuita dices faciesue Minerua;
id tibi iudicium est, ea mens. Siquid tamen olim
scripseris, in Maeci descendat iudicis auris
et patris et nostras, nonumque prematur in annum
membranis intus positis; delere licebit
quod non edideris; nescit uox missa reuerti.

Siluestris homines sacer interpresque deorum
caedibus et uictu foedo deterruit Orpheus,
dictus ob hoc lenire tigris rabidosque leones;
dictus et Amphion, Thebanae conditor urbis,
saxa mouere sono testudinis et prece blanda
ducere quo uellet. Fuit haec sapientia quondam,
publica priuatis secernere, sacra profanis,
concubitu prohibere uago, dare iura maritis,
oppida moliri, leges incidere ligno.
Sic honor et nomen diuinis uatibus atque
carminibus uenit. Post hos insignis Homerus
Tyrtaeusque mares animos in Martia bella
uersibus exacuit, dictae per carmina sortes,
et uitae monstrata uia est et gratia regum
Pieriis temptata modis ludusque repertus
et longorum operum finis: ne forte pudori
sit tibi Musa lyrae sollers et cantor Apollo.

Natura fieret laudabile carmen an arte,
quaesitum est; ego nec studium sine diuite uena
nec rude quid prosit uideo ingenium; alterius sic
altera poscit opem res et coniurat amice.
Qui studet optatam cursu contingere metam,
multa tulit fecitque puer, sudauit et alsit,
abstinuit uenere et uino; qui Pythia cantat
tibicen, didicit prius extimuitque magistrum.
Nunc satis est dixisse: «Ego mira poemata pango;
occupet extremum scabies; mihi turpe relinqui est
et, quod non didici, sane nescire fateri.»

Vt praeco, ad merces turbam qui cogit emendas,
adsentatores iubet ad lucrum ire poeta
diues agris, diues positis in fenore nummis.
Si uero est unctum qui recte ponere possit
et spondere leui pro paupere et eripere atris
litibus implicitum, mirabor si sciet inter
noscere mendacem uerumque beatus amicum.
Tu seu donaris seu quid donare uoles cui,
nolito ad uersus tibi factos ducere plenum
laetitiae; clamabit enim: «Pulchre, bene, recte»,
pallescet super his, etiam stillabit amicis
ex oculis rorem, saliet, tundet pede terram.
Vt qui conducti plorant in funere dicunt
et faciunt prope plura dolentibus ex animo, sic
derisor uero plus laudatore mouetur.
Reges dicuntur multis urgere culillis
et torquere mero, quem perspexisse laborent
an sit amicitia dignus; si carmina condes,
numquam te fallent animi sub uolpe latentes.
Quintilio siquid recitares: «Corrige, sodes,
hoc» aiebat «et hoc»; melius te posse negares,
bis terque expertum frustra; delere iubebat
et male tornatos incudi reddere uersus.
Si defendere delictum quam uertere malles,
nullum ultra uerbum aut operam insumebat inanem,
quin sine riuali teque et tua solus amares.
Vir bonus et prudens uersus reprehendet inertis,
culpabit duros, incomptis adlinet atrum
transuorso calamo signum, ambitiosa recidet
ornamenta, parum claris lucem dare coget,
arguet ambigue dictum, mutanda notabit,
fiet Aristarchus, nec dicet: «Cur ego amicum
offendam in nugis?» Hae nugae seria ducent
in mala derisum semel exceptumque sinistre.

Vt mala quem scabies aut morbus regius urget
aut fanaticus error et iracunda Diana,
uesanum tetigisse timent fugiuntque poetam,
qui sapiunt; agitant pueri incautique sequuntur.
Hic dum sublimis uersus ructatur et errat,
si ueluti merulis intentus decidit auceps
in puteum foueamue, licet «succurrite» longum
clamet «io ciues», non sit qui tollere curet.
Si curet quis opem ferre et demittere funem,
«qui scis an prudens huc se deiecerit atque
seruari nolit?» dicam, Siculique poetae
narrabo interitum. Deus inmortalis haberi
dum cupit Empedocles, ardentem frigidus Aetnam
insiluit. Sit ius liceatque perire poetis;
inuitum qui seruat, idem facit occidenti.
Nec semel hoc fecit nec, si retractus erit, iam
fiet homo et ponet famosae mortis amorem.
Nec satis apparet cur uersus factitet, utrum
minxerit in patrios cineres, an triste bidental
mouerit incestus; certe furit, ac uelut ursus,
obiectos caueae ualuit si frangere clatros,
indoctum doctumque fugat recitator acerbus;
quem uero arripuit, tenet occiditque legendo,
non missura cutem nisi plena cruoris hirudo.

Q. HORATI FLACCI ARS POETICA.