La poesía del argentino Luis Alberto Ambroggio (1945), desnuda y breve, busca la complicidad del lector a través de un lenguaje directo, de aparente sencillez.
LOS HABITANTES DEL POETA
La Afrodita sin brazo izquierdo
del Museo Británico
irradia sueños empolvados
y lo acompaña.
Espíritus, musas, hechos con dirección desconocida,
ídolos húmedos,
sombras con tatuajes de calendario,
sombras que miran con agujas de olvido
jamás se van de la fiesta.
Protagonizan soledad y derrota
un mundo de héroes conquistados.
El poeta no está solo.
Reza el diario de Ana Frank
y resucita muertos.
Un lugar, al otro lado del mundo,
le quita el sueño.
El silencio lo deja exhausto y grita muertes premeditadas.
En un amor dos caen sepultados
durante noches sin límites.
Con la sociedad que el poeta crea,
escucha las dulces flautas de Tesalia.
La belleza lo tortura en el banco del juicio.
Asume la topografía del cuervo
y enciende con símbolos una danza transparente.
Cosecha amantes en la blancura de las olas
en el tiempo Redondo de la luna.
Muere antes de morir
en el cementerio inconcluso de los recuerdos.
En su fuga imposible
nunca está solo el poeta.
Lo poseen voces inasibles y punzantes,
lo consume el aroma fatal de su amada,
la palabra, esa divinidad salvaje
que copula con espejos indisolubles.
Los habitantes del poeta, 1997.
CREACION
Dios creó al poeta
para que alimente con cuidado
engendros
mitologías
y en medio de feroces insomnios,
suelte un día un dios,
hecho de papel.
Los habitantes del poeta, 1997.
EL TESTIGO SE DESNUDA
A Nela Río
¿Para qué escribo?
Para crucificarme y resucitar luego como tierra húmeda e inocente.
Para ser el último y el primero.
Para detener de una vez el río en la mano y beber agua.
Para que quienes beban las gotas sepan que hay río.
Porque los colmillos hacen ruido de frío, piedra y furia
Y porque las sombras de mis días y noches pierden todos los jeroglíficos.
Para que me entiendan y no me entiendan los que pasean en las calles con sombreros de todo tipo.
Para que quienes entiendan me inventen sin dolores de espalda.
Escribo para sembrar cenizas de colores en la soledad vasta y el gran silencio
Y porque sin besar, beso, y sin morir, muero.
Y me escapo con las manos llenas de insomnios indignos
Para transformar las noches en una luz feliz y el día en dos sueños rojos.
Escribo para repetirme hasta el olvido y recordarlo en cada verso
Y porque así el principio y el fin se tornan inagotables.
El testigo se desnuda, 2002.