Para el malagueño Francisco Ruiz Noguera (1951), el poema es resultado del “buceo en la memoria con las armas del lenguaje”. Su lírica entronca con la tradición simbolista: evocación, sugerencia y ritmo son los pilares sobre los que se asienta.
TIERRA DE NADIE
Un espacio entre brumas
donde apenas si vemos
el trazo del camino,
una brisa rizada
en un estanque quieto,
un rumor presentido
en el silencio hueco de la noche,
la ilusión engañosa
de un horizonte fijo:
es la tierra de nadie
que marca la frontera
entre nuestro propósito
y la página en blanco.
No siempre, para hollarla, la palabra
(ese afán desmedido
para balizar la nada)
es seguro astrolabio:
siempre queda lo incierto de la ruta,
así la sugerencia en el poema.
Simulacro de fuego, 1993.
INGENIUM / ARS
Supóngase una tarde como esta,
el otoño mediado:
ni amenaza de sombra
ni estridencia de luz en la ventana.
Abajo, la ciudad,
con la calma aparente
que da la lejanía,
teje ya su bufanda
de grises para enero.
En fin
–poniendo coto al verbo–, ya sabéis,
una tarde apacible del otoño.
Si al reclamo continuo, en esta tarde,
se niega la palabra,
¿cuál será la coartada que te salve?,
¿tiraremos los dardos a la musa
–oh blanco de infortunios–,
tan reclamada siempre, tan fantasma,
tan antigua, la pobre, y tan veleta,
que no hay forma de ver
dónde esconde el aliento de su vuelo?
Pero, si al fin acude la palabra,
y derrama la mano su detritus
sobre el blanco terrible de la hoja,
¿a quién poner la vela?,
¿en qué altar quemaremos el incienso?
Simulacro de fuego, 1993.