La poesía torrencial, proteica y transgresora de Saúl Ibargoyen (Uruguay, 1930) indaga en las “atmósferas estremecidas” del mundo contemporáneo, ese “gran cambalache espiritual, estético e ideológico”.
ARTE POÉTICA
Recojo largas
notas de tango
que suelen caer de los balcones,
y el hambre de tantos perros
que surcan su olvido
de calles y nombres.
Estoy atento al desempeño
que entiendo corresponde
a mi esperanza,
que aunque la nombre apenas,
como al paso,
es quien me empuja
y me distrae
del sopor, del humo,
del sucio latido de la vida.
Tomo nota, además, de mi cuerpo:
invento un río
que entre piel y hueso
va creciendo,
e incluyo estos instantes
en que el mundo
declina su pasión
y me alimenta.
Pasión para una sombra, 1959.
REGRESOS
Regresan las musas de sus viajes profundos:
en el rostro estallan mínimas arrugas y lunares.
Las pieles de cada mano retienen
el sabor de contactos súbitamente lejanos
el calor del pan tejido con harinas extrañas
el olor de otras manos que de golpe envejecieron.
Regresan las musas como estandartes
lastimados por la guerra
porque una especie de destino
las aleja de todos los lugares
las aparta de una oscura quietud
de un esperado reencuentro
las retira de una órbita de contactos transparentes
las impulsa hacia una dimensión
de palabras perdidas.
Regresan las musas a rescatar
pedazos de la saliva propia
trozos de los propios gestos como sombras
que nadie vio ni barrió ni quitó
de los platos y vasos desnudos
de las servilletas huérfanas
de las mesas en derrumbe
del esqueleto de las sillas desoladas
de los manteles como bichos solitarios
de los teléfonos ahogándose en medio
de un humo certero implacable.
Regresan las musas:
¿alguna vez se fueron
se apartaron en verdad de sí
y de aquí?
¿algún día acabarán de llegar?
Rojo es el silencio, 2007.