La obra poética de Eduardo Lizalde (México, 1929-2022), heredera de la poesía maldita (Baudelaire, Rimbaud, Artaud…), está recorrida por la figura del tigre, representación simbólica de los bajos instintos del ser humano.

PARA EL ODIO ESCRIBO…

Para el odio escribo.
Para destruirte, marco estos papeles.
Exprimo el agrio humor del odio
en esta tinta,
hago temblar la pluma.

En estas hojas,
que escupo hasta secarme, arrojo
todo el odio que tengo.
Y es inútil. Lo sé.
Sólo te digo una cosa:
si estas últimas líneas
fueran gotas,
serían de orines.

«Grande es el odio, 5», en El tigre en casa, 1970.

DE PRONTO, SE QUIERE ESCRIBIR VERSOS…

De pronto, se quiere escribir versos
que arranquen trozos de piel
al que los lea.

Se escribe así, rabiosamente,
destrozándose el alma contra el escritorio,
ardiendo de dolor,
raspándose la cara contra los esdrújulos,
asesinando teclas con el puño,
metiéndose pajuelas de cristal entre las uñas.

Uno se pone a odiar como una fiera,
entonces,
y alguien pasa y le dice:
“vente a cenar, tigrillo,
la leche está caliente”

«Grande es el odio, 6», en El tigre en casa, 1970.

AMADA…

Amada:
Ya que un museo del bien
sería una simple galería desierta,
puede ponerse un poco de estiércol al poema.
No importa que haya piojos incrustados
en las vetas de este rayo purísimo de sol.
Bastará que el rayo, moteado y asonante
con sus imperfecciones,
—como el largo pelo de un jaguar
que va del blanco al negro
cada diez centímetros—,
consiga iluminar el punto en que descansa el ojo.

Alguna joya interna en descomposición
ha de tener el galgo
que perfora el aire de sus velocidades.
Un hueco de figuras
tendrá el óleo de Staël.
Un poro sin reflejo habrá en el agua.
Así la virgen, no lo será del todo,
desde el principio.
Parte de prosa ha de tener el verso.

Ceguera o gafedad dejan precisamente
estar aquí, como la puerta en sus cimientos de termite.
Los dioses hurgan en sus pantalones,
sin que nadie los vea,
los huecos enraizados al bolsillo.

La paloma misma oculta
todas sus bombas biliares bajo plumas distraídas.

La paloma es también una granada sin gatillo.

«Fiesta, 6», en El tigre en casa, 1970.

YO DISFRUTÉ EN LA FIESTA…

Yo disfruté en la fiesta.
Perseguí estas mínimas
bestezuelas volátiles
que comen y hablan miel,
entré a saco en los restos
del esplendor antiguo,
me harté con los jardines de gorjeos
cultivados por Góngora y su gente,
anduve entre lagartos ebrios,
monté garzas copiadas de un poema famoso,
hice buches —dorados, eso sí—
con versos pretendidamente filosóficos,
noemas aterciopelados
por las íes y las úes…
y empiezo a hablar así,
póngome a hablar en seco, de amor,
a estas alturas.

«Fiesta, 10», en El tigre en casa, 1970.

PROSA Y POESÍA

La prosa es bella
-dicen los lectores.
La poesía es tediosa:
no hay en ella argumento,
ni sexo, ni aventura,
ni paisajes,
ni drama, ni humorismo,
ni cuadros de la época.
Eso quiere decir que los lectores
tampoco entienden la prosa.

La zorra enferma, 1974.