El orensano José Ángel Valente (1929-2000) concibe la poesía como medio de conocimiento de la realidad. En su trayectoria, a la reflexión sobre lo histórico sucede la meditación sobre el sentido del ser.
NADA ESTÁ ESCRITO
Nada está escrito.
Ni un nombre. Lo cumplido
no es mío. Abierto
está mi ser a lo posible. Voy.
Y sin saber pregunto
adónde voy,
porque nada está escrito.
Ni un labio, ni la luz
que en su extensión reposa,
ni ese cuerpo fugaz
un instante entregado
al aire, más real,
que súbito lo crea.
Quedan las formas sólo,
vacías, lo vivido,
la memoria anegando
vanamente palabras.
Duro entre los mortales
oficios es el canto.
Porque yo he dicho amor
o primavera o muerte,
y no te he pronunciado,
única y mía,
mi palabra final
en mí desde el principio.
Amor o primavera
o muerte. El mundo empieza
aún. Tú estás en mí
futura, trémula,
no dicha, haciendo
luz posible mis labios
bajo este cielo abierto
donde nada está escrito.
Nada está escrito, 1952-1953.
LA ROSA NECESARIA
La rosa no;
la rosa sólo
para ser entregada.
La rosa que se aísla
en una mano, no;
la rosa
connatural al aire
que es de todos.
La rosa no,
ni la palabra sola.
La rosa que se da
de mano en mano,
que es necesario dar,
la rosa necesaria.
La compartida así,
la convivida,
la que no debe ser
salvada de la muerte,
la que debe morir
para ser nuestra,
para ser cierta.
Plaza,
estancia, casa
del hombre,
palabra natural,
habitada y usada
como el aire del mundo.
A modo de esperanza, 1954.
PRIMER POEMA
No debo
proclamar así mi dolor.
Estoy alegre o triste y ¿qué importa?
¿a quién ayudaré?
¿qué salvación podré engendrar con un lamento?
Y, sin embargo, cuento mi historia,
recaigo sobre mí, culpable
de las mismas palabras que combato.
Paso a paso me adentro,
preciosamente me examino,
uno a uno lamento mis cuidados
¿para quién,
qué pecho triste consolaré,
qué ídolo caerá,
qué átomo del mundo moveré con justicia?
Remotamente quejumbroso,
remotamente aquejado de fútiles pesares,
poeta en el más venenoso sentido,
poeta con palabra terminada en un cero
odiosamente inútil,
cuento los caedizos latidos
de mi corazón y ¿qué importa?
¿qué sed o qué agobiante
vacío llenaré de un vacío más fiero?
Poeta, oh no,
sujeto de una vieja impudicia:
mi historia debe ser olvidada,
mezclada en la suma total
que la hará verdadera.
Para vivir así,
para ser así anónimamente
reavivada y cambiada,
para que el canto, al fin,
libre de la aquejada
mano, sea sólo poder,
poder que brote puro
como un gallo en la noche,
como en la noche, súbito,
un gallo rompe a ciegas
el escuadrón completo de las sombras.
Poemas a Lázaro, 1960.
SEGUNDO HOMENAJE A ISIDORE DUCASSE
Un poeta debe ser más útil
que ningún ciudadano de su tribu.
Un poeta debe conocer
diversas leyes implacables.
La ley de la confrontación con lo visible,
el trazado de líneas divisorias,
la de colocación de un rompeaguas
y la sumaria ley del círculo.
Ignora en cambio el regicidio
como figura de delito
y otras palabras falsas de la historia.
La poesía ha de tener por fin la verdad práctica.
Su misión es difícil.
Breve son, 1968.
ARTE DE LA POESÍA
Implacable desprecio por el arte
de la poesía como vómito inane
del imberbe del alma
que inflama su pasión desconsolada
de vecinal nodriza con eólicas voces.
Implacable desdén por el que llena
de rotundas palabras, congeladas y grasas,
el embudo vacío.
Por el meditador falaz de la nuez foradada,
por el que escribe ¡ay! y se pone peana,
por el decimonónico, el pajizo, el superfluo, el obvio,
por el que anda aún entre seres y nadas
flatulentos y obscenos,
por el tonto tenaz,
por el enano,
por el viejo poeta que no sabe
suicidarse a tiempo debajo de su mesa,
por el confesional,
por el patético,
por el llamado, en fin, al gran negocio,
y por el arte de la poesía ejercido a deshora
como una compraventa de ruidos usados.
El inocente, 1970.
UN JOVEN DE AYER CONSIDERA SUS VERSOS
Cómo han envejecido nuestros poemas
(como cartas de amor destinadas a nadie),
cómo han ido cayendo de sus dientes abajo,
acribillados,
asaeteados,
náufragos.
En el gran muro blanco
la ejecución de nuestros actos no es sangrienta.
Los muñecos desarbolados,
descabezados,
por el certero tirador de casetón de feria
popular.
Qué verbena del tiempo.
Lo que no es nuestro, inútil es.
Busquemos otra cosa para entregar la vida
entre líneas menores,
otra decoración,
otro piso pequeño de más modesto lujo
y un nuevo amor
y otra fidelidad menos posible.
El inocente, 1970.
RETRATO DEL AUTOR
Digo a mi perro:
Je suis un poète.
J’ai quarante ans
et je suis content.
Mi perro me contempla
con la fijeza de la incomprensión.
Hay, existe, se ha manifestado
el milagro del público lector,
mon semblable, mon frère.
¡Hurra!
El inocente, 1970.
EL POEMA
Si no creamos un objeto metálico
de dura luz,
de púas aceradas,
de crueles aristas,
donde el que va a vendernos, a entregarnos, de pronto
reconozca o presencie metódica su muerte,
cuándo podremos poseer la tierra.
Si no depositamos a mitad del vacío
un objeto incruento
capaz de percutir en la noche terrible
como un pecho sin término,
si en el centro no está invulnerable el odio,
tentacular, enorme, no visible,
cuándo podremos poseer la tierra.
Y si no está el amor petrificado
y el residuo del fuego no pudiera
hacerlo arder, correr desde sí mismo, como semen o lava,
para arrasar el mundo, para entrar como un río
de vengativa luz por las puertas vedadas,
cuándo podremos poseer la tierra.
Si no creamos un objeto duro,
resistente a la vista, odioso al tacto,
incómodo al oficio del injusto,
interpuesto entre el llanto y la palabra,
entre el brazo del ángel y el cuerpo de la víctima,
entre el hombre y su rostro,
entre el nombre del dios y su vacío,
entre el filo y la espada,
entre la muerte y su naciente sombra,
cuándo podremos poseer la tierra,
cuándo podremos poseer la tierra,
cuándo podremos poseer la tierra.
El inocente, 1970.
MATERIA
Convertir la palabra en la materia
donde lo que quisiéramos decir no pueda
penetrar más allá
de lo que la materia nos diría
si a ella, como un vientre,
delicado aplicásemos,
desnudo, blanco vientre,
delicado el oído para oír
el mar, el indistinto
rumor del mar, que más allá de ti,
el no nombrado amor, te engendra siempre.
Interior con figuras, 1976.