Para la escritora lisboeta Ana Luísa Amaral (1956-2022), la poesía puede ser «un hogar donde se piense y se sienta de una manera más reposada, y no con esta velocidad loca con la que vivimos»; es el espacio mismo de la posibilidad (es poetizable tanto una cebolla como un planeta), es el lugar de la belleza, de lo simbólico y «el antídoto de la barbarie y del odio».
NI TÁGIDES, NI MUSAS
Ni tágides ni musas:
solo una fuerza que me viene de dentro,
de un punto de locura, de pozo
que me asusta,
seduciendo
Una fuente de hilos de agua
finísima
(un rayo de luna de más
la secaría)
Ni río ni lira
ni femenino grupo transbordando:
solo lo que heredé en fuerza no heredada,
en fuente donde la luz de luna
no está
Cosas de partir, 1993. Traducción de Pedro Serra.
NEM TÁGIDES, NEM MUSAS
Nem tágides nem musas:
só uma força que me vem de dentro,
de ponto de loucura, de poço
que me assusta,
seduzindo
Uma fonte de fios de água
finíssima
(raio de luar a mais
a secaria)
Nem rio nem lira
nem feminino grupo a transbordar:
só o que herdei em força não herdada,
em fonte onde o luar
não está
Coisas de Partir, 1993.
EL EXCESO MÁS PERFECTO
Quisiera un poema de respiración tensa
y sin pudor.
Con la elegancia redonda de las mujeres barrocas
y todo el envés del arbusto esbelto.
Un poema que Rubens envidiaría, al ver,
en la lejanía de tres siglos,
su cuerpo magnífico acostado sobre un diván,
y reclinados los brazos desnudos,
solo con pulseras tan (pero tan) preciosas,
y un angelito por arriba,
en su pequeño nicho de nube,
resguardándolo, dulce.
Un poema así quisiera.
En todo mucho más que las griegas dignidades
de equilibrio.
Un poema hecho de excesos y dorados,
y todavía muy bello en su pujanza oscura
y mística.
Ah, como quisiera yo un poema diferente
de la pureza del granito, y de la pureza de lo blanco,
y de la transparencia de las cosas transparentes.
Un poema exultando en la angustia,
un largo rododendro color sangre.
Una alameda entera de rododendros por donde el viento,
al pasar, se detuviera deslumbrado
y en desvelo. Y allí se quedase, aprisionado al cántico
de sus pulseras tan (pero tan)
preciosas.
Desnudo, de redondas formas, un poema así quisiera.
Una contrarreforma del silencio.
Música, música, música rellenándole el cuerpo
y el pelo trenzado de flores y de serpientes,
y una fuente de asombro polifónico
escurriéndole de los dedos.
Reclinado en diván forrado de terciopelo,
su desnudez redonda y plena
haría que grifos y sirenas palidecieran.
Y hacer los pobres templos, de líneas tan contenidas y puras,
temblar de miedo tan solo por el fulgor
de su mirada. Dorado.
Música, música, música y la explosión del color.
Acechando en la lejanía de tres siglos,
un Murillo callado, al ver qué sencillos eran sus ángeles
junto a los ángeles desnudos de este poema,
cantando en conjunción con otros
astros rubios
salmodias de amor y de perfecto exceso.
Góngora palidece, como los grifos,
ahora que lo contempla.
Esta contrarreforma del silencio.
Su mano erguida rumbo al cielo, cargada
de nada—
A veces el paraíso, 1998. Traducción de Pedro Serra.
O EXCESSO MAIS PERFEITO
Queria um poema de respiração tensa
e sem pudor.
Com a elegância redonda das mulheres barrocas
e o avesso todo do arbusto esguio.
Um poema que Rubens invejasse, ao ver,
lá do fundo de três séculos,
o seu corpo magnífico deitado sobre um divã,
e reclinados os braços nus,
só com pulseiras tão (mas tão) preciosas,
e um anjinho de cima,
no seu pequeno nicho feito nuvem,
a resguardá-lo, doce.
Um tal poema queria.
Muito mais tudo que as gregas dignidades
de equilíbrio.
Um poema feito de excessos e dourados,
e todavia muito belo na sua pujança obscura
e mística.
Ah, como eu queria um poema diferente
da pureza do granito, e da pureza do branco,
e da transparência das coisas transparentes.
Um poema exultando na angústia,
um largo rododendro cor de sangue.
Uma alameda inteira de rododendros por onde o vento,
ao passar, parasse deslumbrado
e em desvelo. E ali ficasse, aprisionado ao cântico
das suas pulseiras tão (mas tão)
preciosas.
Nu, de redondas formas, um tal poema queria.
Uma contra-reforma do silêncio.
Música, música, música a preencher-lhe o corpo
e o cabelo entrançado de flores e de serpentes,
e uma fonte de espanto polifónico
a escorrer-lhe dos dedos.
Reclinado em divã forrado de veludo,
a sua nudez redonda e plena
faria grifos e sereias empalidecer.
E aos pobres templos, de linhas tão contidas e tão puras,
tremer de medo só da fulguração
do seu olhar. Dourado.
Música, música, música e a explosão da cor.
Espreitando lá do fundo de três séculos,
um Murillo calado, ao ver que simples eram os seus
anjos
junto dos anjos nus deste poema,
cantando em conjunção com outros
astros louros
salmodias de amor e de perfeito excesso.
Gôngora empalidece, como os grifos,
agora que o contempla.
Esta contra-reforma do silêncio.
A sua mão erguida rumo ao céu, carregada
de nada—
Às Vezes o Paraíso, 1998.