Poesía amorosa, poesía existencial y poesía social son las tres vertientes que animan la inspirada obra de Isaac Felipe Azofeifa (1909-1997), uno de los fundadores de la poesía moderna en Costa Rica.
OH, TEMPESTAD DE FORMAS
Oh, tempestad, a dónde, a dónde me conduces, lleno de ti,
girando en el vacío, arrebatado por tu cruel ventura.
Yo quiero descansar, pero me avienta tu pulmón de violencia,
me arrebata tu vértigo, a dónde, a dónde me conduces.
Sobre tu móvil lomo avanzo, retrocedo, giro sobre mí mismo,
todas las cosas que conozco y recuerdo se precipitan en tu vórtice.
Ah, los pequeños animales que ahora están pegados a la tierra,
que tu ímpetu ignoran, tu dominio, tu posesión voraz del hombre.
Esta cima conquisto cada día, esta región de vendavales,
este mundo infinito donde nada subsiste y todo permanece.
Participo de este poder creador de seres, en sí mismo sin límites,
me hundo en la pasión paridora del cosmos, me deseo, me elijo,
desafío, asciendo entre castigos y catástrofes, y en lo alto,
pongo mi libertad, la tuya, la de todos, la del mundo infinito.
Oh, tempestad de formas!
Que la estéril rutina no me encadene a su vil gramática,
a su camino donde las estatuas ya son blancas vacas muertas,
y los paseantes se saludan -qué tal, qué tal-, mientras adulan
el pasado, y escupen juicios hacia el presente sin futuro,
hasta que el día es una alberca de peces muertos y agua inmóvil.
Dame la llama interior, dame la rebelión, dame lo real,
dame la puerta abierta hacia los otros,
dame aceptar activamente,
libremente vivir aún lo que es necesario.
Oh, aventura!
De tus manos espero seguir recibiendo el bien perfecto
de la súbita iluminación del rayo,
de la ilusión que se derrumba como un muro.
Dame vivir heroicamente,
aunque este reto sea tan pequeño que cabe
toda mi libertad en la forma interior de este verso.
Vigilia en pie de muerte, 1962.
YO SOY MI PROPIA PALABRA
Yo soy mi propia palabra.
Yo soy los libros que leo.
Yo soy el pueblo que amo y que está hecho
de miseria y palabras.
Yo soy el mar de palabras y deseos que navego.
¡Oh savia viva, río de sangre, raíz mía!
Yo soy don Quijote soñador, pero también Justo Sánchez, jornalero,
y José Arcadio Buendía, loco de sueños como don Quijote,
pero también Roque Chaves, que me trae
lechugas y naranjas.
Yo soy mi santo civil, García Monge,
pero también Mendoza, mi ladino abogado,
y soy mi Luis de Góngora, lengua de artífice irónico,
pero también José Salvatierra, el albañil.
Y Cortázar, Darío, Asturias, la Mistral, Carmen Lyra,
y Neruda, pero también Antonio Siles, jardinero,
y Unamuno, y Don Ramón del Valle Inclán, pero también
la triste doña Emilce, doméstica, con su vocabulario desusado,
y don Vito el sastre, y Jaime, el vendedor,
y don Jacinto en su tienda,
pero también los sonetos de Julián Marchena,
y los cantos para niños de Carlos Luis,
y la poesía de piedra y lumbre de Mario Picado,
y la cólera cívica de Luis Barahona, que acaban de morir
y ahora hojeo sus libros incorruptibles
en el estanque de otro tiempo.
Yo soy mi propia palabra.
Herramienta de trabajo de Isaac Felipe, obrero
de la lengua castellana, torcidos los renglones,
y atareado de versos, lector sin hora de descanso,
que cada amanecer sale a cazar metáforas semidormidas
como un furtivo ladrón de estrellas poéticas
y compone el poema escuchándose como músico
y a veces también pide silencio universal
como si estuviera ayudándole a Dios
a crear una nueva criatura
con trabajo digno de alegría y justo descanso,
como acabo ahora, cuando amanece, este poema, y digo que
entero, como persona,
el hombre está en su palabra.
El mundo se aclara y forma
si el hombre da su palabra.
Tiene dignidad de hombre
el hombre por su palabra.
La mentira le corrompe
si no enfrenta su palabra.
Dada en falso, le descubre,
sin hombredad, su palabra.
Tuvo el mundo su principio
en una sola palabra.
Y crea la patria humana
el hombre, con su palabra.
Ensayo sobre la palabra (en seis discursos líricos), 1988.