Músico, de Koki Ruiz

La poesía de Gladys Carmagnola de Medina (Paraguay, 1939-2015) persigue la expresión de vivencias personales y la denuncia social. Su lenguaje, claro, transparente, está lleno de dulzura y ternura.

RAZONES

Para cuando no sirvan las palabras
aunque vivan las horas,
araño la corteza de una sílaba
e intento atrapar su magia
ahora.

Para cuando no guarde misterios
con los cuales nutrir mi corazón, la aurora;
o su luz no me alcance
para desbaratar las sombras
o te hable y no me escuches
o me mires
y no me reconozcas,
debo seguir acumulando letras
ahora.

A la intemperie, 1984.

A MI PAPELERA

Porque me has sido fiel
desde que mi memoria lo recuerda,
préstame tus oídos
y recibe mi confidencia:

creo que tú comprendes desde entonces
que pretendo escribir mi nombre a mi manera,
que deseo elegir yo sola el molde
y trazar sin ayuda cada letra.

Por eso ensayo, tacho, borroneo,
y te regalo páginas enteras
o hermosas pelotitas de papel.
Son tuyas más de las que yo quisiera.

No te asombre. Tú sabes que este oficio
de buscar la palabra verdadera
tiene extrañas,
sutiles herramientas.

Ayúdame a buscarlas
quedándote a mi lado, servicial, atenta,
hasta que alguna vez
ya vieja -tú-
desde tu imprescindible sitio veas
cómo logro escribir
tras una antigua puerta.

Y ahora sigamos.
Pero antes recuerda
que nunca como hoy
he valorado tanto tu prudencia.

A la intemperie, 1984.

INDAGACIÓN

Me pregunto
por qué este arar poemas
con tanta falta que hace arar
–con idéntico amor, con igual entusiasmo– en las capueras.

¿Quizá porque me nutro de los frutos
de esta siembra?

En realidad no importa
ignorar la respuesta
mientras haya quien pueda alimentarse
de la cosecha.

Igual que en las capueras, 1989.

¿CREES EN LA POESÍA DISFRAZADA DE LUZ…?

¿Crees en la poesía disfrazada de luz,
de primavera, flores sin espinas
que desde un pedestal –mármol o lodo–
nos recrimina?

No contestes aún, hermano. Escúchame:
Yo creo en la poesía
que al mostrarnos la luz,
con ella nos envuelve e ilumina;
la que de los crepúsculos y sombras
jamás se olvida;
la que en flores y aromas nos embriaga,
y nos pincha.

Creo
en el supremo don de la poesía
que nace sin amarras y sin ídolos;
que llama a nuestra puerta como una leal amiga,
que entra en nuestro hogar,
se sienta a nuestro lado en cualquier silla
a compartir el pan
que nos legó el afán de cada día
si queda aún; si no,
se hace pan ella misma.

Creo
en esa poesía
que vive con nosotros y dialoga
con palabras excelsas o sencillas:
poesía que consuela,
poesía que alimenta y acaricia,
poesía que sacude y acompaña
en la desesperanza o la alegría.

Creo, por sobre todo, en la palabra
que guarda entre sus sílabas
lo que no por razones idiomáticas
obligatoriamente se mutila.

Sí. Creo desde hace tiempo
en la entrelínea
–la que, para nosotros, de la muerte
arranca, y nos lo entrega, un retazo de vida–.

Ahora que me entiendes puedo oírte:
Hermano: ¿Crees en la poesía?

Igual que en las capueras, 1989.