Mujer en una mesa con candelabros y frutas, de Hernando Viñes

La poeta murciana Carmen Conde (1907-1996) concilió en libros como Mujer sin edén (1947) el desarraigo existencial de la poesía de Dámaso Alonso con la nostalgia paradisíaca de Vicente Aleixandre, todo ello unido a una rotunda afirmación femenina.

GRACIA

Van a cantar las aves. Lo siento en mis costados.
Porque me tiemblan alas que nunca vi crecer.
Y súbitos los árboles sacuden sus mensajes
para que yo los coja y lleve por el viento.

Van a brotar más fuertes. Escucho que la tierra
desliza por mis plantas sus tibias humedades;
y un arroyo no nace si una mujer no quiere
que le ciña las piernas con su lienzo delgado.

Sé que vienen jardines. Sé que brincan corceles.
Aprender todo eso me ha costado la vida.
Y os la dejo en el mármol, por si alguno la hallara
y quisiera saber cómo se olvida tanto.

Mi fin en el viento, 1947.

DETENGO EL CAMINAR POR ESTOS VERSOS…

Detengo el caminar por estos versos
que recogen pedazos de memoria,
porque es mucho y es nada tanto tiempo
ofrecido a la fuga de una historia.

Aunque dije y diría, ¿qué palabra
es la exacta versión de lo infinito?
Aunque anduve y conté, ¿cómo se habla
para hacer que se entienda lo inaudito?

¡Oh, qué tierra la mía, tan extensa
y tan breve que cabe en mi persona!
Una zanja de fuego es su defensa
y un espino sin flores la corona.

Que los tibios y ajenos no se mezclen,
que ninguno me escuche cuando clame.
Estoy sola y lo sé (¡que no se acerquen!),
por la tierra de Dios, tierra de nadie.

En la tierra de nadie, 1960.