De acuerdo con Gabriela Mistral, “no ha habido en la América un poeta de mayor inspiración, ni un romántico más aristocrático que Julio Flórez” (Colombia, 1867-1923). Su poesía, pasional y truculenta, en torno al amor y la muerte, gozó de una gran popularidad en su tiempo.
¡OH POETAS!
Nosotros los cansados de la vida,
los pálidos, los tristes,
los que vamos sin rumbo en el mar hondo
de la duda, entre escollos y entre sirtes;
nosotros los ceñudos
náufragos, soñadores de imposibles;
los que damos en cláusulas candentes
el corazón, aunque sangriento, virgen;
nosotros los cobardes
de esta contienda mundanal y horrible,
porque sentimos el dolor ajeno,
porque gemimos, ¡ay! por los que gimen;
nosotros los que vamos
sin saber nuestro fin ni nuestro origen,
con los ojos clavados en la eterna
sombra, en busca de un astro que nos guíe;
ya que no nos es dable
ver la virtud preponderante y libre;
pero sí el llanto y la miseria abajo,
y en la eminencia el deshonor y el crimen;
ya que el siglo expirante
rueda a la noche lóbrega y sin límites
de la insondable eternidad cual monstruo
mudo y brutal como la esfinge;
llevando en su carrera
la fe del corazón y las terribles
garras ensangrentadas,
como las garras con que apresa el buitre;
ya que el talento es sombra
y luz el oro, con el cual consiguen
los perversos las honras, las conciencias
y hasta el azul donde el Señor sonríe;
ya que la humanidad,
doliente, enferma, aunque solloce y vibre
como el mar en su lecho tenebroso,
del cielo ni una lágrima recibe;
ya que la fuerza bruta
no pone ciega a sus desmanes dique,
y con fiereza y saña
echa el dogal y la garganta oprime,
dejemos las endechas
empalagosas, vana y sutiles:
No más flores, ni pájaros, ni estrellas…
es necesario que la estrofa grite.