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André Chénier

La vendedora de amorcillos, de Joseph-Marie Vien

El poeta neoclásico francés André Chénier (1762-1794), una de las víctimas del Reinado del Terror en la Revolución Francesa, tomó como modelos a los poetas griegos. Su poesía es bucólica y sentimental.

INVOCACIÓN A LA POESÍA

¡Ninfa tierna y bermeja, oh joven Poesía!
¿Qué bosque en este día elige tu retiro?
¿Qué flores, tras la onda en que se van tus pasos,
bajo pies delicados, se inclinan suavemente?
¿Dónde te buscaremos? Mira la estación nueva:
sobre su blanco rostro, ¡qué purpúreo destello!
Cantó la golondrina; Céfiro está de vuelta:
regresa con sus bailes; amor renacer hace.
Sombra, praderas, flores son sus gratos parientes,
y Júpiter se goza contemplando a su hija,
esta tierra en que dulces versos, apresurados,
brotan, por todas partes, de tus dedos graciosos.
En el río que baja por los húmedos valles
para ti ruedan versos dulces, sonoros, líquidos.
Versos, que en masa se abren por el sol descubiertos,
son las fecundas flores de cáliz encarnado.
Y montes, en torrentes que blanquean sus cimas,
lanzan versos brillantes al fondo del abismo.

Bucólicas, 1785-1787. Traducción de Paco García.


Conde de Noroña

Alegoría del Teatro con Apolo, Talía y Melpómene, de Zacarías González Velázquez

El castellonense Gaspar María de Nava Álvarez, Conde de Noroña (1760-1815), anticipó el gusto romántico por lo oriental en sus Poesías asiáticas (traducciones). En su primera recopilación de poemas (1799), predomina, sin embargo, el estilo rococó.

DE MÍ MISMO

¡Cuántas veces he roto
aquellos mamotretos
en donde conservaba
mis mal forjados versos,
porque me figuraba
que en boca de un guerrero
disuenan las ternezas
fastidian los requiebros!
Pero entonces la Musa,
juntando con empeño
los trozos esparcidos
acá y allá en el suelo,
me decía enojada:
¿Quién te ha dicho que el pecho,
en donde yo resido,
es débil, sin aliento?
Díganlo por mí Ercilla,
Mendoza, Rebolledo,
Garcilaso y Cadalso,
honor de los modernos.
Los unos sus laureles
con mirto entretejieron
y los otros con sangre
sellaron sus trofeos.
Las almas apagadas,
los cuerpos como hielo
no sirven para Marte,
no son gratos a Venus,
ni en el Parnaso encuentran
el más humilde asiento
pues el Dios que allí manda
es todo luz y fuego.
Así toma la pluma,
continúa escribiendo,
que la trompa y la lira
saben sonar de acuerdo.
A su voz no resisto,
su mandato obedezco,
tomo la pluma y sólo
me inspira el pecho versos.


José Iglesias de la Casa

El majo de la guitarra, de Ramón Bayeu

El sacerdote salmantino José Iglesias de la Casa (1748-1791) se decantó en su poesía por los temas bucólicos y anacreónticos, los metros cortos y los tonos sentimentales y ligeros del gusto rococó.

SIENDO YO TIERNO NIÑO…

Siendo yo tierno niño,
iba recogiendo flores
con otra tierna niña,
por un ameno bosque,
cuando sobre unos mirtos
vi al Teyo Anacreonte,
que a Venus le cantaba
dulcísimos canciones.
Voyme al viejo y le digo:
«Padre, deje que toque
ese rabel que tiene,
que me gustan sus sones.»
Paró su canto el viejo,
afable sonriome,
cogiome entre sus brazos
y allí mil besos diome.
Al fin me dio su lira,
toquela, y desde entonces
mi blanda musa sólo,
sólo me inspira amores.


Juan Meléndez Valdés

La maja desnuda, de Francisco de Goya

Juan Meléndez Valdés (Badajoz, 1754 – Montpellier, 1817) es la personalidad poética más relevante del XVIII español. En su trayectoria podemos apreciar el gusto rococó, la poesía neoclásica y la veta prerromántica.

A MIS LECTORES

No con mi blanda lira
serán en ayes tristes
lloradas las fortunas
de reyes infelices,

ni el grito del soldado
feroz en crudas lides,
o el trueno con que arroja
la bala el bronce horrible.

Yo tiemblo y me estremezco,
que el numen no permite
al labio temeroso
canciones tan sublimes.

Muchacho soy y quiero
decir más apacibles
querellas y gozarme
con danzas y convites.

En ellos coronado
de rosas y alelíes,
entre risas y versos
menudeo los brindis.

En coros las muchachas
se juntan por oírme,
y al punto mis cantares
con nuevo ardor repiten.

Pues Baco y el de Venus
me dieron que felice
celebre en dulces himnos
sus glorias y festines.

Poesías, 1785.

LA VISIÓN DE AMOR

Por un florido prado
iba yo en compañía
de la zagala mía,
contento y descuidado.
El alma, suelta de pasiones graves,
con mi dulce rabel seguir curaba
ya el trino de las aves,
ya el be que a mis corderas escuchaba;
y así me deleitaba,
porque a un tierno muchacho le divierte
cualquier belleza que en natura advierte.

Vi que hacia mí venía
una doncella hermosa,
cual purpurante rosa,
que nunca visto había.
«La Musa», dijo, «soy de los amores.
No, zagalejo simple, te receles
cuando ves en suavísimos ardores
los hombres y aves, brutos y vergeles.
No cantes, no, cual sueles,
esa rusticidad de la natura,
que bien mayor mi numen te asegura.

Canta de tu zagala
la esplendente belleza,
su noble gentileza,
su enhiesto cuello y gala;
cántate de sus ojos hechizado;
y ciego en sus dulcísimos ardores,
haz que suene su nombre celebrado
por tu verso entre todos los pastores.
Coronado de flores,
sigue, tierno zagal, sigue a Cupido,
brazo con brazo a tu zagala asido.

En estos frescos valles
el ánimo se encanta;
corra feliz tu planta
sus tortuosas calles,
estancia amena de la Cipria diosa,
grata mansión de mil dríadas bellas,
do a alegre trisca incitan amorosas
en talle airoso cándidas doncellas.
Sigue, sigue sus huellas;
sigue, tierno zagal, sigue a Cupido,
brazo con brazo a tu zagala asido.

Mira allí prevenidas
entre parras espesas
cien opíparas mesas,
de cupidos servidas,
do los que inflama Amor van a sentarse.
Al Teyo mira, que el festín honrando,
ya empieza con los brindis a turbarse;
y entre lindas rapazas retozando,
te está dulce cantando:
Sigue, tierno zagal, sigue a Cupido,
brazo con brazo a tu zagala asido.

Corre, joven dichoso,
do el anciano te llama,
y con su copa inflama
tu pecho aún desdeñoso.
Ven, entra en los pensiles del Parnaso,
donde hallarás otros muchachos bellos,
cual Tibulo, Villegas, Garcilaso,
y alegre el niño Amor jugando entre ellos.
Ea, si quieres vellos,
sigue, tierno zagal, sigue a Cupido,
brazo con brazo a tu zagala asido.

Ve cuál las palomitas
se arrullan amorosas,
o susurrar gozosas
punzantes abejitas,
y allá, bajo una hiedra enmarañada,
gemir dos venturosos amadores,
la sien de mirto y rosa entrelazada,
y a Venus derramar sobre ellos flores.
Aquí, que es todo ardores,
sigue, tierno zagal, sigue a Cupido,
brazo con brazo a tu zagala asido».

Dijo Erato amorosa,
y en una vega amena,
de aves parleras llena,
dejonos cariñosa;
y yo y mi zagaleja nos entramos
en una gruta retirada, umbría,
y quién más pudo arder allí probamos,
y ella mi amor, y el suyo yo vencía.
Desde tan fausto día
sigo, siervo feliz, sigo a Cupido,
brazo con brazo a mi zagala asido.

Poesías, 1797.


José Cadalso

María de las Nieves Michaela Fourdinier, de Luis Paret

El gaditano José Cadalso (1741-1782) publicó sus poesías bajo el título de Ocios de mi juventud (1773), donde se percibe la influencia de la poesía bucólica y sentimental, de tono menor, a la manera del griego Anacreonte.

VUELVE, MI DULCE LIRA…

Vuelve, mi dulce lira,
vuelve a tu estilo humilde,
y deja a los Homeros
cantar a los Aquiles.
Canta tú la cabaña
con tonos pastoriles,
y los épicos metros
a Virgilio no envidies.
No esperes en la corte
gozar días felices,
y vuélvete a la aldea,
que tu presencia pide.
Ya te aguardan zagales
que con flores se visten,
y adornan sus cabezas
y cuellos juveniles.
Ya te esperan pastores,
que deseosos viven
de escuchar tus canciones,
que con gusto repiten.
Y para que sus voces
a los ecos admiren
y repitan tus versos
los melodiosos cisnes,
vuelve, mi dulce lira,
vuelve a tu tono humilde,
y deja a los Homeros
cantar a los Aquiles.

Ocios de mi juventud, 1973.