La poesía del brasileño Olavo Bilac (1865-1918), de afiliación parnasiana, destaca por el rigor constructivo y la perfección métrica. Consideró el oficio de la poesía semejante al del orfebre obsesionado por obtener la forma más bella y pura.
PROFESIÓN DE FE
Le poète est ciseleur,
Le ciseleur est poète.
Victor Hugo
No quiero el Zeus Capitolino,
Hercúleo y bello,
Tallar en el mármol divino,
Con el martillo.
Que otro –¡no yo!– la piedra corte
Para, brutal,
De Atenea erguir altivo porte
Descomunal.
Más que esa forma extraordinaria
Que ojos asombra,
Me atrae un leve relicario
De fino artista.
Copio al orfebre cuando escribo:
Su amor envidio
Con que él en oro, alto relieve
De una flor hace.
Lo imito. Y, pues, ni de Carrara
La piedra hiero:
Blanco cristal, la piedra rara,
Ónix prefiero.
Por eso corre, por servirme,
Sobre el papel
La pluma, como en plata firme
Corre el cincel.
Corre; traza, adorna la imagen,
La idea viste:
Ciñendo al cuerpo amplio ropaje
Azul celeste.
Gira, pule, retoca, lima
La frase; al fin,
La rima verso de oro engasta,
Como un rubí.
Quiero la estrofa, cristalina,
Forjada al modo
De orfebre, que de taller salga
Sin un defecto:
Que la labor del verso, acaso,
De tan sutil,
Pueda hacer recordar a un vaso
De Becerril.
Y horas sin cuento paso, mudo,
Mirando atento,
Ver trabajar, lejos de todo,
Al pensamiento.
Porque escribir –tanta pericia,
Tanta requiere,
Que a oficio tal… no hay noticia
Que otro semeje.
Así procedo. ¡Y mi pluma
Sigue esta norma,
Sirviéndote, Diosa serena,
Serena Forma!
¡La ola vil, Diosa, que crece
De un torvo mar,
Deja aumentar; y espuma y barro
Deja pasar!
Blasfemo, en grito horrendo y sordo
Ímpetu, el bando
Venga de Bárbaros creciendo,
Vociferando…
Deja: que venga y pase aullando.
–¡Bando feroz!
¡Nada cambie el color del rostro,
Tono de voz!
Míralos sólo, armada y pronta,
Radiante y bella:
Y, escudo al brazo, afronta la ira
De esa tormenta!
Éste que al frente viene, y todo
Posee arrogante
De un Vándalo o de un Visigodo,
Cruel y audaz;
Éste, que, entre los más, su masa
Levanta férrea,
Y expele, en chorro, amargo insulto
Que a ti te enloda;
Se esfuerza en vano, y a la lucha
Se arroja; en vano
Blandiendo alta la maza bruta
En bruta mano.
¡No morirás, Diosa sublime!
En trono egregio
Asistirás intacta al crimen
Del sacrilegio.
Y, si murieras por ventura,
Que muera yo
Contigo, ¡y que esa noche oscura
A ambos envuelva!
¡Ah! ver por tierra, profanada,
Partida el ara;
¡Arte inmortal pisoteado,
Prostituido!…
¡Ver derribar del trono eterno,
Lo Bello, oír
Caer la Acrópolis sonando,
El Partenón!…
¡Sin sacerdote, ida la Creencia
Sentir, y el susto
Ver, y entrando, el exterminio,
Al templo augusto!
¡Ver esta lengua, que cultivo,
Sin oropeles,
Reseca al hálito nocivo
De los infieles!…
¡No! ¡Muera todo cuanto quiero,
Quede yo solo!
¡Y que no encuentre un solo amparo
En mi camino!
Que mi dolor ni a un amigo
Piedad inspire…
Pero, ¡ah! quedar solo contigo,
Contigo solo!
¡Vive! yo viviré sirviendo
Tu culto, oscuro,
A tus custodias esculpiendo
Del más puro oro.
Celebraré a tu oficio
En el altar:
¡Mas si es pequeño el sacrificio,
Me iré también!
¡Caiga también, sin esperanza,
Aunque tranquilo,
Aún al caer, blando la lanza,
Por el Estilo!
Poesías, 1888. Traducción de Rodolfo Alonso.