Etiqueta: XIX

Ryokan

Gorrión sobre un ciruelo, de Matsumura Keibun

Ryokan (Japón, 1758-1831), también conocido como Daigu Ryokan, fue un monje budista, que vivió como un ermitaño mendicante, disfrutando de la naturaleza y de la compañía humana. Escribió, con hermosa caligrafía, versos en diferentes estilos, en chino y en japonés. Su poesía es sencilla y espontánea.

¿QUIÉN DICE QUE MIS POEMAS SON POEMAS?…

¿Quién dice que mis poemas son poemas?
Mis poemas no son poemas.
Cuando entiendas que mis poemas no son poemas,
podremos empezar a hablar de poesía.

Traducción de Carlos A. Castrillón.


Jean Moréas

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Jean Moréas, seudónimo de Ioannis Papadiamantopoulos (Atenas, 1956 – París, 1910), fue un poeta simbolista griego de expresión francesa. Definió al simbolismo como un movimiento «enemigo de la enseñanza, la declamación, la falsa sensibilidad y la descripción objetiva». Poco después, abandonaría sus filas para retornar a la métrica y estilo clásicos.

TÚ QUE SOBRE MIS DÍAS DE TRISTEZA Y DE PRUEBA…

¡Tú que sobre mis días de tristeza y de prueba
aun, sola, brillas como
un cenit estrellado que, en la noche de un río,
parte sus flechas de oro;

amable poesía, rodéame el espíritu
de un sutil elemento,
que me convierta en agua, en sarmiento y en hoja,
en tempestad y en fuego;

que, sin las inquietudes que atormentan al hombre,
suba hacia el cielo, verde
cual un roble divino, que me consuma igual
que una llama esplendente!

Las estancias, 1905, libro tercero, estancia XII. Traducción de Juan Ramón Jiménez.


José de Diego y Martínez

Mi hijo Jaime, de Miguel Pou Becerra

El gran poeta de la transición del Romanticismo al Modernismo en Puerto Rico es José de Diego y Martínez (1866-1918). Concibió la poesía como medio de expresión de su vida afectiva, al mismo tiempo que como arma para combatir la opresión de su patria. Es uno de los padres del independentismo puertorriqueño.

ÚLTIMA CUERDA

Yo traje del fondo del mundo una lira curvada,
una lira curvada en un arco de flecha,
brillante, flexible, como hecha
de una hoja acerada
que puso en la lira su atávico instinto,
porque es del acero de la misma espada
que mi padre llevaba en el cinto.

Tuvo en su vario registro la nota apolínea
del himno sonoro,
que elevó a la belleza femínea
el cántico trémulo y fúlgido de una cuerda de oro;

el rígido timbre del duro diamante,
la cuerda fulmínea
del súbito apóstrofe potente y tonante;

el trino de un ave saltando en la línea
de una cuerda de plata radiosa,
que cantó la inocencia virgínea
de una fuente, un lucero, una rosa.

El son de campana,
el zumbo profundo del rum-rum de una cuerda broncínea,
que lloró con el viejo Profeta
la maldad humana,
¡anteviendo al Arcángel doliente de la honda corneta
en el último trágico día sin luz ni mañana!

Una cuerda de oscuro zafiro
en que azules memorias dormían su noche secreta,
y una cuerda de claro rubí, que el suspiro
daba al cielo en el lánguido giro
de las esperanzas y las ilusiones que perdió el poeta…

Y en el largo clamor penetrante de túrgida octava,
en el grito que rompe los vientos, como una saeta,
la cuerda más brava…

¡La cuerda que tiene alaridos de clarín guerrero,
hecha de una tripa del santo Cordero
que gime en la roca de mi Patria esclava!

Siete cuerdas que, a los golpes de mi mano,
percutían a la vez en el acero,
con murmullos de Océano:
en cadencias multiformes
exhalaban el sollozo del abismo,
los estrépitos enormes
de un oculto cataclismo
y el misterio de unas alas, de una onda, de un poema,
porque a veces, en el fondo de su música polífona,
el rugir de un anatema
terminaba en el susurro de una antífona.

Así fue… Mas hoy contemplo, como en brusca epifonema,
que los ecos de mi lira, como pájaros sin nido,
se extinguieron en el aire enrarecido
del ambiente de tormento que nos quema…
¡Cada cuerda emitió ya su última nota
seca y rota
de estallido!…
Y una solo vibra y trema,
y su nota es un balido…
¡¡Un balido del Cordero de mi Patria, en la suprema
rebeldía de su pecho desgarrado y dolorido!!

Esa cuerda está en mi mano,
y la pulso y la conservo,
y estará en mi ronca lira hasta la muerte,
como el bien más soberano,
que pudiera la fortuna dar al siervo…
¡Una cuerda larga y fuerte!
¡¡Una cuerda larga y fuerte para el cuello del tirano!!

Cantos de rebeldía, 1916.


José Zorrilla

Paisaje de la Ribera de Manzanares, de Carlos de Haes

La poesía del escritor vallisoletano José Zorrilla (1817-1893) es representativa del Romanticismo tradicionalista y religioso. En sus poemas líricos y leyendas encontramos la misma musicalidad, fácil inventiva y colorismo que en su más famosa pieza dramática, el Don Juan Tenorio.

INTRODUCCIÓN A LOS «CANTOS DEL TROVADOR»

¿Qué se hicieron las auras deliciosas
Que henchidas de perfume se perdían
Entre los lirios y las frescas rosas
Que el huerto ameno en derredor ceñían?
Las brisas del otoño revoltosas
En rápido tropel las impelían,
Y ahogaron la estación de los amores
Entre las hojas de sus yertas flores.

Hoy al fuego de un tronco nos sentamos
En torno de la antigua chimenea,
Y acaso la ancha sombra recordamos
De aquel tizón que a nuestros pies humea.
Y hora tras hora tristes esperamos
Que pase la estación adusta y fea,
En pereza febril adormecidos
Y en las propias memorias embebidos.

En vano a los placeres avarientos
Nos lanzamos doquier, y orgías sonoras
Estremecen los ricos aposentos
Y fantásticas danzas tentadoras;
Porque antes y después caminan lentos
Los turbios días y las lentas horas,
Sin que alguna ilusión de breve instante
Del alma el sueño fugitiva encante.

Pero yo, que he pasado entre ilusiones,
Sueños de oro y de luz, mi dulce vida,
No os dejaré dormir en los salones
Donde al placer la soledad convida;
Ni esperar, revolviendo los tizones,
El yerto amigo o la falaz querida,
Sin que más esperanza os alimente
Que ir contando las horas tristemente.

Los que vivís de alcázares señores,
Venid, yo halagaré vuestra pereza;
Niñas hermosas que morís de amores,
Venid, yo encantaré vuestra belleza;
Viejos que idolatráis vuestros mayores,
Venid, yo os contaré vuestra grandeza;
Venid a oír en dulces armonías
Las sabrosas historias de otros días.

Yo soy el Trovador que vaga errante:
Si son de vuestro parque estos linderos,
No me dejéis pasar, mandad que cante;
Que yo sé de los bravos caballeros
La dama ingrata y la cautiva amante,
La cita oculta y los combates fieros
Con que a cabo llevaron sus empresas
Por hermosas esclavas y princesas.

Venid a mí, yo canto los amores;
Yo soy el trovador de los festines;
Yo ciño el arpa con vistosas flores,
Guirnalda que recojo en mil jardines;
Yo tengo el tulipán de cien colores
Que adoran de Estambul en los confines,
Y el lirio azul incógnito y campestre
Que nace y muere en el peñón silvestre.

¡Ven a mis manos, ven, arpa sonora!
¡Baja a mi mente, inspiración cristiana,
Y enciende en mí la llama creadora
Que del aliento del Querub emana!
¡Lejos de mí la historia tentadora
De ajena tierra y religión profana!
Mi voz, mi corazón, mi fantasía
La gloria cantan de la patria mía.

Venid, yo no hollaré con mis cantares
Del pueblo en que he nacido la creencia,
Respetaré su ley y sus altares;
En su desgracia a par que en su opulencia
Celebraré su fuerza o sus azares,
Y, fiel ministro de la gaya ciencia,
Levantaré mi voz consoladora
Sobre las ruinas en que España llora.

¡Tierra de amor! ¡tesoro de memorias,
Grande, opulenta y vencedora un día,
Sembrada de recuerdos y de historias,
Y hollada asaz por la fortuna impía!
Yo cantaré tus olvidadas glorias;
Que en alas de la ardiente poesía
No aspiro a más laurel ni a más hazaña
Que a una sonrisa de mi dulce España.

Cantos del Trovador, 1840-1841.


José Juan Tablada

Naturaleza muerta con granada, de Roberto Montenegro

José Juan Tablada (México, 1871-1945) es figura clave en la transición del modernismo a las vanguardias. Introdujo en nuestra lengua el haikai japonés y escribió poemas ideográficos en fechas tempranas. Su poesía, depurada y sintética, siente predilección por la imagen nueva y sorprendente.

PRÓLOGO

Arte, con tu áureo alfiler
las mariposas del instante
quise clavar en el papel;

en breve verso hacer lucir,
como en la gota de rocío,
todas las rosas del jardín;

a la planta y el árbol
guardar en estas páginas
como las flores del herbario.

Taumaturgo grano de almizcle
que en el teatro de tu aroma
el pasado de amor revives,

¡parvo caracol del mar,
invisible sobre la playa
y sonoro de inmensidad!

Un día… (Poemas sintéticos), 1919.