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Antonio Gamoneda

Composición, de Manuel Rivera

El ovetense Antonio Gamoneda (1931) define la poesía como “arte de la memoria”, y la memoria como “conciencia de la pérdida”, “conciencia de ir hacia la muerte”.

PROPONGO MI CABEZA ATORMENTADA…

Propongo mi cabeza atormentada
por la sed y la tumba. Yo quería
despedir un sonido de alegría;
quizá sueno a materia desollada.

Me justifico en el dolor. No hay nada;
yo no encuentro en mis huesos cobardía.
En mi canto se invierte la agonía;
es un caso de luz incorporada.

Propongo mi cabeza por si hubiera
necesidad de soportar un rayo.
No hablo por mí solo. Digo, juro

que la belleza es necesaria. Muera
lo que deba morir; lo que me callo.
No toques, Dios, mi corazón impuro.

Sublevación inmóvil, 1953-59.


Antonio Carvajal

Primavera, de José María Guerrero Medina

El granadino Antonio Carvajal (1943), gran poeta amoroso y vital, sobresale entre los escritores de su generación por su espectacular dominio de los recursos métricos y expresivos.

ELEGÍAS

8

Quizá de la poesía sea yo el mejor obrero.
Lo dicen tantos. Ellos deben saber por qué.
Pero no saben darme la palabra que quiero,
toda ella encendida de esperanza y de fe.

Pero no saben darme el abrazo que espero;
porque antes que poeta, antes que artista, que
domador del vocablo rebelde, hubo un certero
rayo que hirió mi alma y curarla no sé.

Porque antes que poeta, y antes que profesor
de vanidades, soy un varón de dolor,
un triste peregrino que busca su alegría.

Tal vez cordial o vano, tal vez il miglior fabbro;
pero pocos entienden que en mis palabras labro
esa fosa con flores que llamamos poesía.

Miradas sobre el agua, 1993.


Juan Lamillar

Jardines de Sevilla, de Jorge Pedraza López

Juan Lamillar (Sevilla, 1957) es una de las voces con mayor propensión metafísica y carga sensorial de su generación, la de los poetas de la experiencia.

POÉTICA

¿Para alcanzar qué voz,
qué cuerpo presentido,
qué noche de amistad,
qué playa embelleciendo la memoria,
escribo este poema?

Alguien decía unos versos,
y una música oscura perduraba
más que el mar esa noche.

¿Cómo trazar tu risa en el recuerdo,
y aquel fulgor vencido de la hoguera?
¿Qué rescoldo brillante me quema ahora las manos?

Frente a otro mar más misterioso escribo.
Frente a otra playa aún más intangible.

Música oscura, 1989.


Jorge Teillier

Niños con manicero, de Reinaldo Villaseñor

Jorge Teillier (1935-1996) es uno de los representantes de la poesía lárica chilena, centrada en la provincia, la infancia y el respeto por las tradiciones.

EL POETA DE ESTE MUNDO

A René-Guy Cadou (1920-1951)

Poeta de nombre claro como un guijarro en medio de la corriente,
reunías palabras que eran pedernales
de donde nace un fuego que no es olvidado.
René-Guy Cadou, amigo del tonelero, el cartero, el aduanero
[y el contrabandista,
vivías en una aldea de seiscientos habitantes.
Allí eras profesor rural,
el peso del olor del jardín vecino sofocaba la sala de clases
como a la sala de clases donde tu padre había sido maestro.
Te gustaba hablar con la gente de cara parecida a ollas de greda,
caminar descalzo,
ver jugar a las cartas en la taberna.
En la noche a la luz de un fuego de espino
abrías un libro mientras Helena cosía
(”Helena como una gota de rocío en tu vaso”).
Tenías un poeta preferido para cada estación:
en otoño era Verlaine, la primavera te traía todas las rosas de Ronsard,
el invierno llegaba con el chirriar del carruaje del Grand Meaulnes
y la estación violenta
el ruido de espadas entrechocándose en una posada de Alejandro Dumas.
Tú nunca estabas solo,
te iluminaba el recuerdo de tu padre volviendo de caza en el invierno.
Y mientras tus amigos iban al Café,
a la Brasseire Lipp o al Deux Magots,
tú subías a tu cuarto
y te enfrentabas al Rostro radiante.

En la proa de tu barco
te asomabas a ver los caminos de tu país de hadas y pantanos,
caminos trazados como las líneas de un cuaderno de copia.
Tus palabras llegaban
como pájaros que saben que siempre hay una ventana abierta
al fin del mundo.
Y los poemas se encendían como girasoles
nacidos de tu corazón profundo y secreto,
rescatados de la nostalgia,
la única realidad.

Tú sabías que la poesía debe ser usual como el cielo que nos desborda,
que no significa nada sino permite a los hombres acercarse y conocerse.
La poesía debe ser una moneda cotidiana
y debe estar sobre todas las mesas
como el canto de la jarra de vino que ilumina los caminos del domingo.
Sabías que las ciudades son accidentes que no prevalecerán
[frente a los árboles,
que la poesía no se pregona en las plazas ni se va a vender
[a los mercados a la moda,
que no se escribe con saliva, con bencina, con muecas,
ni el pobre humor de los quieren llamar la atención
con bromas de payasos pretenciosos
y que de nada sirven
los grandes discursos tartamudos de los que no tienen nada que decir.
La poesía es un respirar en paz
para que los demás respiren,
un poema
es un pan fresco,
un cesto de mimbre.
Un poema
debe ser leído por amigos desconocidos
en trenes que siempre se atrasan,
o bajo los castaños de las plazas aldeanas.

Pocos saben aquí lo que es un poema,
pocos han puesto su cara al viento en medio de un trigal;
pocos saben lo que es un poeta
y cómo debe morir un poeta.
Tú moriste en un cuarto en donde se congregaba toda la primavera
mirando un cesto con manzanas.
“He visto morir a un príncipe”
dijo uno de tus amigos.

Y este Primero de Noviembre
cuando me rodean los muertos que siempre están conmigo
y pienso en tu serena y ruda fe
que se puede comprender
como a una pequeña iglesia azul de pueblo
donde hay un párroco que no pide sino compartir su pan.
Tú hablabas con tu Dios
como al pobre hijo de un carpintero,
pues sabías que también se crucifica todos los días a un poeta
(Jesús tenía treinta y tres años,
Jean Arthur también era Cristo
crucificado a los treinta y siete).
Pero a ti no te importaba que te escupieran la cara o te olvidaran
porque como tú lo decías, nadie puede impedir a un pájaro
que cante en la más alta cima,
y el poeta derribado
es sólo el árbol rojo que señala el comienzo del bosque.

Muertes y maravillas, 1961.


Luis Muñoz

Flores 4, de Francisco Arroyo Ceballos

La poesía de Luis Muñoz (Granada, 1966) funde los elementos experienciales con la meditación moral y humanística. Del simbolismo, toma el gusto por la sugerencia, la vaguedad; de los poetas herméticos italianos, a los que ha traducido, la intensificación de la imagen.

EL ARMA CARGADA

La poesía hace sitio a la nube del tiempo,
relampaguea como si todo abarcase,
se convierte en un salto, en un grito,
en un anillo absorto, en esperanza.

Cuando parte el silencio la nuez de algún poema,
la poesía es un viento con origen,
un sedal desatado,
la corriente rizada y fragorosa,
la lata de cerveza donde se prueba el tiro.

Y no sé si costumbre o cambio de costumbre,
si revés o si cara, si moneda del día.
Su certeza es la misma que nimba cada cosa.

Yo no sé qué hace falta para ser necesario.

De «Lámpara en la niebla», en Manzanas amarillas, 1995. En Limpiar pescado: poesía reunida, 2005.