Categoría: Literatura colombiana

Giovanni Quessep

La poesía de Giovanni Quessep (Colombia, 1939) está marcada por la celebración del mundo y la lucha dolorosa e inútil contra el tiempo que nos lo arrebata. Quessep recrea, con un lenguaje decantado, los arquetipos y símbolos de muy diversas tradiciones literarias.

PRELUDIO DE LA MUERTE

¿Aun si la poesía no es un engaño
del telar que se mueve ante tus ojos,
dónde hallarás la salvación
y quién o qué podrá salvarte? En nada crees.

Como quien va a morir
esperas en la puerta de tu casa:
Duro oficio esperar lo que se ignora,
buscando, entre las ruinas, una mágica sombra.

Muerte de Merlín, 1985.


Piedad Bonnett

La vecina de enfrente, de Heriberto Cogollo

Según Piedad Bonnett (1951), los poemas expresan «las incertidumbres eternas de una manera siempre nueva». La crítica reconoce en ella a una de las más valiosas voces de la poesía colombiana contemporánea, capaz de indagar, con un lenguaje hondo y transparente, en las más profundas galerías del alma.

VUELTA A LA POESÍA

Otra vez vuelvo a ti.
Cansada vengo, definitivamente solitaria.
Mi faltriquera llena de penas traigo, desbordada
de penas infinitas,
de dolor.
De los desiertos vengo con los labios ardidos
y la mirada ciega
de tanto duro viento y ardua arena.
Abrazada de sed,
vengo a beber de tus profundos manantiales,
a rendirme en tus brazos,
hondos brazos de madre, y en tu pecho
de amante, misterioso,
donde late tu corazón como un enigma.
Ahora
que descansando estoy junto al camino,
te veo aparecer en cada cosa:
en la humilde carreta
en que es más verde el verde de las coles,
y en el azul en que la tarde estalla.
Humilde vuelvo a ti con el alma desnuda
a buscar el reflejo de mi rostro,
mi verdadero rostro
entre tus aguas.

De círculo y ceniza, 1989.


Héctor Rojas Herazo

Mujer con violín, de Héctor Rojas Herazo

La poesía de Héctor Rojas Herazo (Colombia, 1921-2002), barroca y amarga, constata que “estamos hechos de destrucción y dudas”, que todos nuestros sueños están abocados al fracaso.

LÍMITE Y RESPLANDOR

Algo me fue negado desde mi comienzo,
desde mi profundo conocimiento.
Y he velado dulcemente
sobre las espadas que segaron mi luz.
Con nocturno rostro me he alzado
a batallar en el esplendor de mis dormidas normas,
con el pavor de mi júbilo primero
y en otra sombra abatida he pronunciado mi nombre,
mi tremendo, mi orgánico nombre,
mi nombre de filo y de simiente
bajo el sueño de un ángel.
Mis apetitos totales he derramado
como un tributo de reconocimiento,
mi olfato y mi tacto como duros presentes.
Mis olvidados sacrificios he reunido,
mis anteriores fuerzas,
mi casto furor,
mi más antiguo y añorado fuego.
Y he aquí que todas mis potencias
no logran arribar al límite de lo perdido.
En otra edad dichosa
mi palabra fue herida de terrestre amargura.

Rostro en la soledad, 1952.


Álvaro Rodríguez

Ecume, de Marisol León

La poesía del colombiano Álvaro Rodríguez (1948), austera y meditativa, se nutre de la memoria, la incertidumbre y esa “venganza de lo real” que es la belleza.

DE RERUM NATURA

La naturaleza habla siempre de sí misma,
incluso a extraños.
La duración es el mundo posible
de sus actos.
Poema ella misma
y predestinada al poema,
es emblema o símbolo,
blanco hueso ungido por el milagro.

Para otras voces, 1999.


Julio Flórez

Retrato de joven, de Andrés de Santamaría

De acuerdo con Gabriela Mistral, “no ha habido en la América un poeta de mayor inspiración, ni un romántico más aristocrático que Julio Flórez” (Colombia, 1867-1923). Su poesía, pasional y truculenta, en torno al amor y la muerte, gozó de una gran popularidad en su tiempo.

¡OH POETAS!

Nosotros los cansados de la vida,
los pálidos, los tristes,
los que vamos sin rumbo en el mar hondo
de la duda, entre escollos y entre sirtes;

nosotros los ceñudos
náufragos, soñadores de imposibles;
los que damos en cláusulas candentes
el corazón, aunque sangriento, virgen;

nosotros los cobardes
de esta contienda mundanal y horrible,
porque sentimos el dolor ajeno,
porque gemimos, ¡ay! por los que gimen;

nosotros los que vamos
sin saber nuestro fin ni nuestro origen,
con los ojos clavados en la eterna
sombra, en busca de un astro que nos guíe;

ya que no nos es dable
ver la virtud preponderante y libre;
pero sí el llanto y la miseria abajo,
y en la eminencia el deshonor y el crimen;

ya que el siglo expirante
rueda a la noche lóbrega y sin límites
de la insondable eternidad cual monstruo
mudo y brutal como la esfinge;

llevando en su carrera
la fe del corazón y las terribles
garras ensangrentadas,
como las garras con que apresa el buitre;

ya que el talento es sombra
y luz el oro, con el cual consiguen
los perversos las honras, las conciencias
y hasta el azul donde el Señor sonríe;

ya que la humanidad,
doliente, enferma, aunque solloce y vibre
como el mar en su lecho tenebroso,
del cielo ni una lágrima recibe;

ya que la fuerza bruta
no pone ciega a sus desmanes dique,
y con fiereza y saña
echa el dogal y la garganta oprime,

dejemos las endechas
empalagosas, vana y sutiles:
No más flores, ni pájaros, ni estrellas…
es necesario que la estrofa grite.