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Elvio Romero

Los embolsados, de Carlos Colombino

Elvio Romero (Paraguay, 1926-2004) escribió, en palabras de Miguel Ángel Asturias, una «poesía invadida por la vida, por el juego, y el fuego de la vida». Sus versos, la mayoría de temática social, son claros y musicales, y transmiten gran intensidad emocional.

ESCRIBIR PARA LOS DE ABAJO

Escribir para los de abajo,
para los pobres de la tierra,
es hacer que la lluvia caiga
en calcinadas sementeras,
como aromar una vasija
resquebrajada por la seca,
prender a un árbol antiguo
nuevos ramajes con que crezca,
a las corolas que se mustian
olor que las tornen enhiestas;
abrir el cauce a una surgente
en un lugar lleno de piedras.

Escribir para los de abajo,
para los pobres de la tierra,
es corno dar vuelta una lágrima
y hallarle una sonrisa plena,
apartar los velos nocturnos
y adivinarles día de fiesta,
ir asustando a las perdices
esperando que nos sorprendan,
rasgar una roja guitarra
y verle el corazón que lleva,
arrebatarle la blancura
al jazmín mientras no florezca.

Escribir para los de abajo,
para los pobres de la tierra,
es como conversar con pájaros
a los que damos miga tierna,
es dar agua de coco a un niño
con sed de sorber su esencia,
como descubrirle el reverso
de las estrellas que contempla,
colgar potes de mieles claras
a la vista de su apetencia,
y amontonarle azul rocío
alrededor cuando despierta.

Escribir para los de abajo,
para los pobres de la tierra,
es ir a regar en rozados,
y a florecer sobre la arena,
es extender al aire libre
las manos y tomar la fuerza
de dos vientos que se fecundan
como dos semillas inmensas,
recibir los soplos que traen,
recoger las magias que llevan,
acercarse a la piel del alba
y recordarle que amanezca.

Escribir para los de abajo,
para los pobres de la tierra,
es entregarles un mensaje,
decirles que no se doblega
el hombre entre cosas oscuras
heredadas de su pobreza,
que desde su fondo resurgen
las sembraduras de la tierra,
modelarles una fe firme,
cuanto se sabe y se confiesa,
¡es afilar la línea dura
con que se rompe las cadenas!

Escribir para los de abajo,
para los pobres de la tierra.

Los innombrables, 1970.


Andrés Bello

Retrato de Rafaela Díaz de Heria, anónimo

La Ilustración en Latinoamérica está asociada al escritor venezolano Andrés Bello (1781-1865), partidario de una poesía enraizada en la geografía, la historia y la cultura americanas, como muestra su extenso poema «Alocución a la poesía».

ALOCUCIÓN A LA POESÍA

Fragmentos de un poema titulado «América» 

I

Divina Poesía,
tú de la soledad habitadora,
a consultar tus cantos enseñada
con el silencio de la selva umbría,
tú a quien la verde gruta fue morada,
y el eco de los montes compañía;
tiempo es que dejes ya la culta Europa,
que tu nativa rustiquez desama,
y dirijas el vuelo adonde te abre
el mundo de Colón su grande escena.
También propicio allí respeta el cielo
la siempre verde rama
con que al valor coronas;
también allí la florecida vega,
el bosque enmarañado, el sesgo río,
colores mil a tus pinceles brindan;
y Céfiro revuela entre las rosas;
y fúlgidas estrellas
tachonan la carroza de la noche;
y el rey del cielo entre cortinas bellas
de nacaradas nubes se levanta;
y la avecilla en no aprendidos tonos
con dulce pico endechas de amor canta.

¿Qué a ti, silvestre ninfa, con las pompas
de dorados alcázares reales?
¿A tributar también irás en ellos,
en medio de la turba cortesana,
el torpe incienso de servil lisonja?
No tal te vieron tus más bellos días,
cuando en la infancia de la gente humana,
maestra de los pueblos y los reyes,
cantaste al mundo las primeras leyes.
No te detenga, oh diosa,
esta región de luz y de miseria,
en donde tu ambiciosa
rival Filosofía,
que la virtud a cálculo somete,
de los mortales te ha usurpado el culto;
donde la coronada hidra amenaza
traer de nuevo al pensamiento esclavo
la antigua noche de barbarie y crimen;
donde la libertad vano delirio,
fe la servilidad, grandeza el fasto,
la corrupción cultura se apellida.
Descuelga de la encina carcomida
tu dulce lira de oro, con que un tiempo
los prados y las flores, el susurro
de la floresta opaca, el apacible
murmurar del arroyo trasparente,
las gracias atractivas
de Natura inocente,
a los hombres cantaste embelesados;
y sobre el vasto Atlántico tendiendo
las vagorosas alas, a otro cielo,
a otro mundo, a otras gentes te encamina,
do viste aún su primitivo traje
la tierra, al hombre sometida apenas;
y las riquezas de los climas todos
América, del Sol joven esposa,
del antiguo Oceano hija postrera,
en su seno feraz cría y esmera.


Vittoria Colonna

Sibila délfica, de Miguel Ángel

De las Rimas de Vittoria Colonna (1490-1547) se hicieron hasta diecinueve ediciones solo en el siglo XVI. Su poesía amorosa llora la pérdida de su marido, que murió luchando en el ejército de Carlos V. También cultivó la poesía religiosa y la política.

SOLO ESCRIBO PARA ALIVIAR EL DAÑO…

Solo escribo para aliviar el daño
que suele al pecho enviar la luz del mundo
y no para alumbrar a mi sol bello
al claro espíritu y al honrado despojo.

Justa razón a lamentar me lleva,
a doler que su gloria yo decrezca;
con otra pluma y palabras más sabias
hay que a la muerte arrebatar su nombre.

La pura fe, el ardor, la intensa pena
todos a mí me excusen, que el gran llanto
es tal, que tiempo ni razón lo frenan.

Amargo lagrimar, no dulce canto,
foscos suspiros que no voz serena
no de estilo mas de dolor presumo.

Rimas, 1538. Traducción de María Cinta Montagut.


José María Álvarez

Adán y Eva, de Ferran García Sevilla

José María Álvarez (Cartagena, 1942) es uno de los más destacados representantes de la estética novísima. Su poesía, llena de citas literarias y de todo tipo de referencias culturales, pretende ser un compendio de toda la belleza del mundo.

EN LA ESTANCIA DE ORO

    « –Magnífico caviar
–Sólo compro de esturiones felices»
DE UNA PELÍCULA
                «Entonces enloquecimos»
              ARTHUR RIMBAUD

El Otoño se extiende suntuoso
sobre París. Imposible substraerse
al célebre alarde: ese alma noble
misteriosamente indescifrable
del poeta, que siente
con suma intensidad el deslumbramiento
de esta visión sublime.
Bajo la lluvia brilla el oro viejo
de una tarde arrogante. Qué notable
excitación, qué grato asombro.
Tan elegante, o más, que ese ámbito excelso
el ánima del vate, fastuosa, divina,
trata de hallar metáfora eminente
que por los siglos de los siglos
recreando esta hora, maraville
por su exquisita inteligencia y lucimiento
sin distinción de clases, razas, lenguas.
Inefable el enigma, sin embargo
nuestro querido amigo no se topa
la clave del portento. Desespera;
busca afanosamente en los recursos
de su arte sagaz: todo es inútil.
Demasiada Belleza. Hasta medita
en un suicidio que vincularía
su nombre a ese titánico aspaviento
del artista moderno, loco, muerto
en pos de la expresión inasequible.
Por fin, más moderado,
más cuerdo y tolerante,
recuerda que tampoco es para tanto,
y regresa a su casa, lee a Plutarco
y deja que su carne se macere
solitaria ante el mundo y sus ilustraciones.

Museo de cera, 2002.


José Rizal

Las damas romanas, de Juan Luna

José Rizal (1861-1896), paladín del independentismo filipino, es uno de los máximos representantes de la literatura hispanofilipina. Su obra recupera el espíritu reformista de la poesía ilustrada y el acento patriótico de la poesía romántica.

ME PIDEN VERSOS

I

Piden que pulse la lira
Ha tiempo callada y rota:
¡Si ya no arranco una nota
Ni mi musa ya me inspira!
Balbuce fría y delira
Si la tortura mi mente;
Cuando ríe, solo miente;
Como miente su lamento:
Y es que en mi triste aislamiento
Mi alma ni goza ni siente.

II

Hubo un tiempo… ¡y es verdad!…
Pero ya aquel tiempo huyó,
En que vate me llamó
La indulgencia o la amistad.
Ahora de aquella edad
El recuerdo apenas resta,
Como quedan de una fiesta
Los misteriosos sonidos
Que retienen los oídos
Del bullicio de la orquesta.

III

Soy planta apenas crecida
Arrancada del Oriente,
Donde es perfume el ambiente,
Donde es un sueño la vida:
¡Patria que jamás se olvida!
Enseñáronme a cantar
Las aves, con su trinar;
Con su rumor, las cascadas;
Y en sus playas dilatadas,
Los murmurios de la mar.

IV

Mientras en la infancia mía
Pude a su sol sonreír,
Dentro de mi pecho hervir
Volcán de fuego sentía;
Vate fui, porque quería
Con mis versos, con mi aliento,
Decir al rápido viento:
«¡Vuela; su fama pregona!
¡Cántala de zona en zona;
De la tierra al firmamento!»

V

¡La dejé! … Mis patrios lares,
¡Árbol despojado y seco!,
Ya no repiten el eco
De mis pasados cantares.
Yo crucé los vastos mares
Ansiando cambiar de suerte,
Y mi locura no advierte
Que, en vez del bien que buscaba,
El mar conmigo surcaba
El espectro de la muerte.

VI

Toda mi hermosa ilusión,
Amor, entusiasmo, anhelo,
Allá quedan bajo el cielo
De tan florida región:
No pidáis al corazón
Cantos de amor, que está yerto;
Porque en medio del desierto
Donde discurro sin calma,
Siento que agoniza el alma
Y mi numen está muerto.

1882.