Categoría: Literatura hispanoamericana

Bernardo Ortiz de Montellano

Caballos, de Federico Cantú

Bernardo Ortiz de Montellano (México, 1899-1949) formó parte del grupo Contemporáneos. En su poesía, que gira en torno a la niñez, la muerte y los sueños, se perciben las influencias de la lírica indígena, Sor Juana, Amado Nervo y T. S. Eliot.

POSTDATA A LA LECTURA DE UN POETA

Poeta es aquel que llena un vasto silencio con furtivas palabras;
que vuelve de la nada, enlutado y alegre,
inviolado y valiente; que lucha
a zarpazos de lirio con el sueño y la muerte.
Poeta es el solitario que sólo a solas siente
de su furia secreta
la palabra que dice
la forma de lo amorfo de su muerte.

Sueño y poesía, 1952.


Aurelio Arturo

Montañas, de Débora Arango

La poesía de Aurelio Arturo (Colombia, 1906-1974) reacciona contra los excesos retóricos de la generación anterior. Sus versos evocan la geografía rural del sur de Colombia con mirada íntima y rigor estético.

CLIMA

Este verde poema, hoja por hoja,
lo mece un viento fértil, suroeste;
este poema es un país que sueña,
nube de luz y brisa de hojas verdes.

Tumbos del agua, piedras, nubes, hojas
y un soplo ágil en lodo, son el canto.
Palmas había, palmas y las brisas
y una luz como espadas por el ámbito.

El viento fiel que mece mi poema.
el viento fiel que la canción impele,
hojas meció, nubes meció, contento
de mecer nubes blancas y hojas verdes.

Yo soy la voz que al viento dio canciones
puras en el oeste de mis nubes;
mi corazón en toda palma, roto
dátil, unió los horizontes múltiples.

Y en mi país apacentando nubes,
puse en el sur mi corazón, y al norte,
cual dos aves rapaces, persiguieron
mis ojos, el rebaño de horizontes.

La vida es bella, dura mano, dedos
tímidos al formar el frágil vaso
de tu canción, lo colmes de tu gozo
o de escondidas mieles de tu llanto.

Este verde poema, hoja por hoja,
lo mece un viento fértil, un esbelto
viento que amó del sur hierbas y cielos.
este poema es el país del viento.

Bajo un cielo de espadas, tierra oscura.
árboles verdes, verde algarabía
de las hojas menudas y el moroso
viento mueve las hojas y los días.

Dance el viento y las verdes lontananzas
me llamen con recónditos rumores:
dócil mujer, de miel henchido el seno,
amó bajo las palmas mis canciones.

Morada al sur, 1963.


Enrique Jaramillo Levi

Rosa y ámbar, de Teresa Icaza

La poesía de Enrique Jaramillo Levi (Panamá, 1944) indaga en el absurdo existencial, el erotismo, el dolor humano, la propia poesía… Su lenguaje, sobrio, está teñido de ironía.

APROXIMACIONES

La poesía es el asombro,
el desvelo pensando el misterio,
la vigilia frente al encantamiento,
un retazo arrancado de soslayo a la vida.

La poesía es la palabra revestida
pero también la que se descarna
cuando finalmente opta por nombrarse,
la que dice todo pero a menudo calla.

La poesía es uno mismo
y es el otro siempre, siempre;
un borbotón ansioso de beber es la poesía
y también la seca plenitud del momento.

La poesía es el silencio que crepita,
un manantial sorbiéndose a sí mismo,
los escombros que se vuelven alegría
en cada nuevo vislumbre titubeante.

La poesía es manifestar enojo
y franca disconformidad
ante la miseria humana
o la siempre inaceptable explotación.

La poesía es una de tantas
tímidas aproximaciones
a las entretelas del amor
expresadas con fulminante acierto.

Entrar saliendo, 2006.


Pedro Prado

En la orilla, de Benito Rebolledo Correa

Pedro Prado (1886-1952), poeta posmodernista chileno, fundador del grupo de Los Diez, artistas unidos por el afán de “cultivar el arte con una libertad natural”, introdujo en su país el verso libre. También cultivó con maestría el poema en prosa y el soneto.

MI CANTO

No sé lo que voy a decir. Ignoro lo que voy a cantar.

Mi voz aún está en el fondo de mí mismo.

Sonrío como una madre que siente a su hijo agitarse en las entrañas.

Al igual de ella, yo no sé si mi canto será rudo como un hombre o tierno como una mujer.

No lo sé; pero estoy cierto de que vive y se nutre silenciosamente.

No lo sé; pero sonrío imaginando su belleza.

Cuando él nazca, yo también estaré entre la vida y la muerte.

Y cuando él pueda valerse por sí solo y lleguen mis amigos, yo lo presentaré orgulloso y embelesado.

Y él cantará con su voz pura y juvenil.

Mis amigos sonreirán indiferentes y yo no diré nada, nada…

Sólo sufriré, porque sus palabras, como aves perseguidas, buscarán mis oídos con insistencia.

Sólo sufriré, porque mi canto no tiene cabellos que poder acariciar, ni ojos que poder besar, ni cuerpo que proteger entre mis brazos tristes y paternales.

Los pájaros errantes, 1915.


Alejandro Romualdo

Azul diagonal, de Eduardo Moll

Alejandro Romualdo (1926-2008), poeta peruano de la generación del 50, evoluciona desde un lirismo de estirpe rilkeana hacia las formas más coloquialistas de la poesía social.

EL CUERPO QUE TÚ ILUMINAS

Porque eres como el sol de los ciegos, Poesía,
profunda y terrible luz que adoro diariamente.
Mis ojos se queman como los ojos de las estatuas
mi corazón padece como una vaso de vino en un armario.

Tú eres un puente de agonía, un mar animado
de agua viva y palpitante. Tú te alzas y brillas:
yo giro alrededor de ti; alta y pura te miro
como los perros a la luna, como un semáforo para morir.

¡Oh Poesía incesante, mi buitre cotidiano,
me tocó servirte en el reparto de sufrimientos:
como un niño exploraba las tierras pálidas del sol.

¡Oh Poderosa! Yo soy para ti uno de los miembros
de esta numerosa familia sideral
compuesta de padres e hijos milenarios.
Yo soy para ti la noche: Tú me enciendes,
ardo en el vientre universal,
rabio con las olas y las nubes,
escribo al girasol que me ama diariamente deslumbrado.

Yo te devuelvo, amor mío, como un espejo desierto
en cuyas entrañas están las cenizas de donde Tú renaces.
Yo te devuelvo amor, mi vientre se renueva sin cesar.
Tú te ocultas y muerdes, entonces, como una ola gloriosa,
llena de dulzura y vigor.

¡Oh Poesía, mi rayo divino y cruel, clava tu pico,
devora el fuego que me abate, apaga esta zarza inmortal!

He aquí mi cuerpo, roído por las estrellas,
pálido y silencioso como un dios que ha cesado
y que Tú arrastras, borrándolo, como el mar o la muerte.

El cuerpo que tú iluminas, 1950.