Categoría: Literatura venezolana

Ana Enriqueta Terán

Sin título, de Feliciano Carvallo

La poesía de Ana Enriqueta Terán (Venezuela, 1918) se caracteriza por su dimensión metafísica y su cuidada musicalidad. La huella del surrealismo está presente en esta escritura, que persigue el hallazgo, mediante la intuición, de todo lo que se oculta a la mirada del hombre.

PIEDRA DE HABLA

La poetisa cumple medida y riesgo de la piedra de habla.
Se comporta como a través de otras edades de otros litigios.
Ausculta el día y sólo descubre la noche en el plumaje del otoño.
Irrumpe en la sala de las congregaciones vestida del más simple acto.
Se arrodilla con sus riquezas en la madriguera de la iguana…

Una vez todo listo regresa al lugar de origen. Lugar de improperios.
Se niegan sus aves sagradas, su cueva con poca luz, modo y rareza.
Cobardía y extraño arrojo frente a la edad y sus puntos de oro macizo.
La poetisa responde de cada fuego, de toda quimera, entrecejo, altura
que se repite en igual tristeza, en igual forjeceo por más sombra
por una poquita de más dulzura para el envejecido rango.

La poetisa ofrece sus águilas. Resplandece en sus aves de nube profunda.
Se hace dueña de las estaciones, las cuatro perras del buen y mal tiempo.
Se hace dueña de rocallas y peladeros escogidos con toda intención.
Clava una guacamaya donde ha de arrodillarse.
La poetisa cumple medida y riesgo de la piedra de habla.

Libro de los oficios, 1967.


Arturo Gutiérrez Plaza

Juglar III, de Edgar Álvarez Estrada

La poesía de Arturo Gutiérrez Plaza (Venezuela, 1962) investiga los mensajes, las huellas y los recados que se hallan ocultos en la realidad más cotidiana. Los personajes y objetos que pueblan sus versos son un símbolo de la soledad y fragilidad del hombre contemporáneo.

ALMORZANDO EN UN BURGUER KING

Escribir un poema en una servilleta
–como éste que ahora escribo–
sentado en una mesa blanca y rosada
–como ésta en que estoy sentado–
comiendo una hamburguesa “Big King”
con papas fritas y coca-cola
–como la que como, mientras hago
una pausa en lo que escribo–
no puede terminar de otra manera
que con la frase final del ticket
que está sobre mi bandeja:
“Have a nice day < smile >
–como la sonrisa de la cajera,
la instantánea y única musa de este poema–

Apuntes sobre un sobre sin abrir, inédito. En Zur Dos: última poesía latinoamericana, 2004.


Miguel Otero Silva

Paisaje Samán de Güere, de Joaquín Caicedo

La poesía de Miguel Otero Silva (Venezuela, 1908-1985) sirve de expresión a las inquietudes sociales y existenciales de su autor y muestra una clara preferencia por la dicción clásica y las formas tradicionales.

LA POESÍA

Tú, poesía,
sombra más misteriosa
que la raíz oscura de los añosos árboles,
más del aire escondida
que las venas secretas de los profundos minerales,
lucero más recóndito
que la brasa enclaustrada en los arcones de la tierra.

Tú, música tejida
por el arpa inaudible de las constelaciones,
tú, música espigada
al borde de los últimos precipicios azules,
tú, música engendrada
al tam-tam de los pulsos y al cantar de la sangre.

Tú, poesía,
nacida para el hombre y su lenguaje,
no gaviota blanquísima sobre un mar sin navíos,
ni hermosa flor erguida sobre la llaga de un desierto.

Umbral, 1966.


Vicente Gerbasi

Sin título, de Luisa Palacios

Vicente Gerbasi (1913-1992) es el principal representante de Viernes, grupo cercano al surrealismo, clave en la renovación de la poesía venezolana de los años 40. Su escritura es, a la vez, alucinada y armoniosa.

DOCUMENTO DE LOS SENTIDOS

He aquí un propósito de alucinado,
un paso más a orillas del abismo,
hacia el fondo agreste de la música,
donde duerme una pastora rodeada de yerbas del año:
hacer el relámpago sobre materiales de sombra,
iluminar hongos en rincones forestales,
despertar el agua en su silencio de serpientes azules.

He aquí que soy un habitante del sonido, de la humedad, del hueso,
en un espacio turbio de mercado,
donde se derraman las manzanas y las piñas,
donde brilla el ojo de la sardina.

Había dejado atrás a mis padres recogiendo bellotas en el crepúsculo,
vistiendo espantapájaros en una luz de confín.
Mis hijos vinieron de la sombra pastoreando conejos,
recogiendo estrellas en el césped.

¿Dónde estaba yo cuando descubrí la música
que hace desbordar las flores del día como en un espejo?
Mi edad había iniciado una cacería de venados bajo las palmas,
había guiado el entierro de un labriego
hacia el paraje lúcido de las cigarras.

¿Hacia dónde iba yo cruzando las noches del bambú
y la luz de los gavilanes?

Entré a la ciudad oyendo las campanas,
mirando las ventanas abiertas en un mes claro.

El perfil resume a los arcángeles,
despierta estatuas en el crepúsculo.
La ciudad después de la lluvia
es el espejo oscuro de los mendigos.

He aquí un propósito de alucinado:
fundar un espacio de lumbres, de escarabajos, de rostros
en el documento de los sentidos.

Los espacios cálidos, 1952.


José Barroeta

Inverlunios, de Karim Borjas

La muerte, la infancia, la familia y su aldea natal (Pampanito, en Trujillo, Venezuela) pueblan las visiones surrealistas de la poesía de José Barroeta (1942-2006). Sus versos constatan el vacío del vivir, la pérdida de todo lo amado.

ARTE DE ANOCHECER

Hay un arte de anochecer.
De la entrada del cuerpo al alma,
de la niebla a la redondez
y del círculo al cielo;
hay un arte de luz,
un campo donde anochecer
es mirar la vida
con el cuerpo cerrado.
Hay un arte de anochecer,
un descenso en la entrada del día
a la completa oscuridad.
Un intermedio donde es necesario
recibir y saber todo sin estremecimiento.
Hay un arte,
un paisaje a veces amable,
a veces torvo,
donde ascenso y descenso son accesorios
de la materia limpia.
Hay un arte de anochecer.
Quien haya vivido o soñado con bosques,
luces y demonios,
lo sabe.

«Fluvial», en Arte de anochecer, 1975.