Cuenco, de Emil Alzamora

La poesía del peruano Carlos Oliva (1960-1994), publicada póstumamente en el volumen titulado Lima o el largo camino de la desesperación (1995), nos muestra una voz que se siente heredera de los grandes poetas malditos (Baudelaire, Rimbaud, Ginsberg), y al mismo tiempo sabe reírse de sí misma. Oliva fue uno de los fundadores del grupo poético Neón.

S/T

Tu tesoro, Carlos Oliva, es el amor que perdiste
en tus manos de navegante ebrio,
de náufrago sobre un tronco a la deriva,
de marino agotado de tanto nadar contra la corriente,
para llegar tenuemente hacia la resaca.
Mi poesía en sí no tiene nada que ver con la poesía:
es un clamor de condenado.
Es una protesta, pero esta protesta es principalmente
contra mí mismo.
El canto por el canto en sí no existe (ni siquiera en los pájaros).
El objeto de mi canto –lo que sea– es liberarme de mí mismo,
negarme a mí mismo, es decir, salvarme de mí mismo.
De mi propia autodestrucción que está a punto de desintegrar mi vida.
Es una protesta contra mi condición humana, narcisista y sórdida
y decadente.

Lima o el largo camino de la desesperación, 1995.