La poesía del escritor vallisoletano José Zorrilla (1817-1893) es representativa del Romanticismo tradicionalista y religioso. En sus poemas líricos y leyendas encontramos la misma musicalidad, fácil inventiva y colorismo que en su más famosa pieza dramática, el Don Juan Tenorio.
INTRODUCCIÓN A LOS «CANTOS DEL TROVADOR»
¿Qué se hicieron las auras deliciosas
Que henchidas de perfume se perdían
Entre los lirios y las frescas rosas
Que el huerto ameno en derredor ceñían?
Las brisas del otoño revoltosas
En rápido tropel las impelían,
Y ahogaron la estación de los amores
Entre las hojas de sus yertas flores.
Hoy al fuego de un tronco nos sentamos
En torno de la antigua chimenea,
Y acaso la ancha sombra recordamos
De aquel tizón que a nuestros pies humea.
Y hora tras hora tristes esperamos
Que pase la estación adusta y fea,
En pereza febril adormecidos
Y en las propias memorias embebidos.
En vano a los placeres avarientos
Nos lanzamos doquier, y orgías sonoras
Estremecen los ricos aposentos
Y fantásticas danzas tentadoras;
Porque antes y después caminan lentos
Los turbios días y las lentas horas,
Sin que alguna ilusión de breve instante
Del alma el sueño fugitiva encante.
Pero yo, que he pasado entre ilusiones,
Sueños de oro y de luz, mi dulce vida,
No os dejaré dormir en los salones
Donde al placer la soledad convida;
Ni esperar, revolviendo los tizones,
El yerto amigo o la falaz querida,
Sin que más esperanza os alimente
Que ir contando las horas tristemente.
Los que vivís de alcázares señores,
Venid, yo halagaré vuestra pereza;
Niñas hermosas que morís de amores,
Venid, yo encantaré vuestra belleza;
Viejos que idolatráis vuestros mayores,
Venid, yo os contaré vuestra grandeza;
Venid a oír en dulces armonías
Las sabrosas historias de otros días.
Yo soy el Trovador que vaga errante:
Si son de vuestro parque estos linderos,
No me dejéis pasar, mandad que cante;
Que yo sé de los bravos caballeros
La dama ingrata y la cautiva amante,
La cita oculta y los combates fieros
Con que a cabo llevaron sus empresas
Por hermosas esclavas y princesas.
Venid a mí, yo canto los amores;
Yo soy el trovador de los festines;
Yo ciño el arpa con vistosas flores,
Guirnalda que recojo en mil jardines;
Yo tengo el tulipán de cien colores
Que adoran de Estambul en los confines,
Y el lirio azul incógnito y campestre
Que nace y muere en el peñón silvestre.
¡Ven a mis manos, ven, arpa sonora!
¡Baja a mi mente, inspiración cristiana,
Y enciende en mí la llama creadora
Que del aliento del Querub emana!
¡Lejos de mí la historia tentadora
De ajena tierra y religión profana!
Mi voz, mi corazón, mi fantasía
La gloria cantan de la patria mía.
Venid, yo no hollaré con mis cantares
Del pueblo en que he nacido la creencia,
Respetaré su ley y sus altares;
En su desgracia a par que en su opulencia
Celebraré su fuerza o sus azares,
Y, fiel ministro de la gaya ciencia,
Levantaré mi voz consoladora
Sobre las ruinas en que España llora.
¡Tierra de amor! ¡tesoro de memorias,
Grande, opulenta y vencedora un día,
Sembrada de recuerdos y de historias,
Y hollada asaz por la fortuna impía!
Yo cantaré tus olvidadas glorias;
Que en alas de la ardiente poesía
No aspiro a más laurel ni a más hazaña
Que a una sonrisa de mi dulce España.
Cantos del Trovador, 1840-1841.
INTRODUCCIÓN A LOS «RECUERDOS Y FANTASÍAS»
Broté como una yerba corrompida
Al borde de la tumba de un malvado,
Y mi primer cantar fue a un suicida:
¡Agüero fue, por Dios, bien desdichado!
Al eco de este cántico precito
Dijo el mundo escuchándome: «Veamos»,
Y sentose a mirarme de hito en hito:
Y el mundo y yo, por mi primer delito,
Desde entonces mirándonos estamos.
Dejemos a los muertos en reposo
Y que duerman en paz, si es su destino;
Harto haremos en mar tan proceloso
Como es la vida, en encontrar camino.
Yo el mío me busqué por las turbadas
Ondas de aqueste mar, y mi barquilla,
Por medio de otras muchas que extraviadas
Bogar sin rumbo vi desesperadas,
Procuró conducir hacia la orilla.
Velé, gemí, con angustiado lloro
Volvime al cielo y acudí a las ciencias:
¿A la ribera tocaré? Lo ignoro;
Sólo sé que la tengo en mi presencia.
Al verla, aunque de lejos, lancé un grito,
Y a impulso de recóndito misterio
Diole la soledad eco infinito,
Y fue, tornado en cántico maldito,
A expirar en mitad de un cementerio.
Yo sentí que la tumba me aplaudía,
Y ansío de gloria al corazón hallando,
Dije dentro de mí: «La tierra es mía.»
Y con mayor afán seguí cantando.
Creí de Dios mi soberano aliento,
De arcángel mi poder; mi alma altanera
Me arrebató hacia el alto firmamento,
Y la región azul del vago viento
Embelesé con mi canción primera..
Atrás dejó las águilas que miran
Con ojo audaz al sol, atrás quedaron
Las nubes que relámpagos respiran,
Los soles mil que por espacios giran
Donde mortales ojos no llegaron.
Creí el mundo a mis pies; alcé la frente
Para cantar mi orgullo, y mis oídos
Del medio de una nube refulgente
El acento de Dios omnipotente
Oyeron, de pavor estremecidos.
«Canta, dijo una voy, tal es tu suerte,
Pero canta en el polvo que naciste,
Allí donde jamás han de creerte:
Canta la vida, mientras va la muerte
A sí llamando tu existencia triste.»
Dijo, y me echó a la tierra y a la vida,
Y al impulso de su hálito divino,
Con cántiga risueña o dolorida
La soledad alivio del camino:
Y cumplo así la ley de mi destino.
Inunda paz sabrosa
Mi corazón tranquilo,
Y dichas y deleites
Encuentro por doquier:
Mi ser halló en mi alma
Inalterable asilo,
Mi espíritu respira
El ámbar del placer.
Y nada me atormenta,
Ni envidio ni deseo:
Mi espíritu al abrigo
De la tormenta está:
Pasar a las edades
Indiferente veo;
Mecido en dulces sueños
Mi pensamiento va.
Y a veces me arrebata
Mi loca fantasía
En alas de su joven
Fecunda inspiración;
Y a un mundo me transporta
De encanto y de armonía,
Do gozan mis potencias
Espléndida ilusión.
Mi espíritu se libra
Del cuerpo que le encierra,
Y grande y poderoso
Como su Dios se cree,
Y alcanza desde el cenit
A la lejana tierra,
Cual punto en el espacio
Que apenas no se ve.
Y el orbe ante mis ojos
Despliega los misterios
Que impulsan la infinita
Y excelsa creación;
Y hollando los escombros
De tronos y de imperios,
Revienta en armonía
Mi libre corazón.
Cuanto es en los espacios
Su ser me patentiza:
Un templo ante mis ojos
El universo es,
Y todo en su recinto
Se ensalza y diviniza,
Y la creación entera
Tendida está a mis pies.
No hay canto, ni suspiro,
Lamento ni murmullo,
Cuyo eco misterioso
Fingir no sepa yo,
Que mi niñez mecieron
Los bosques con su arrullo,
Y su creencia santa
La soledad me dio.
La música comprendo
Que en las volubles hojas
Resuena a la presencia
Del céfiro fugaz;
Y entiendo en el otoño
El ¡ay! de sus congojas
Con que piedad imploran
Del ábrego tenaz.
Yo sé cómo susurran
Con diferentes voces,
Marchitas en Setiembre,
Jugosas en Abril;
Ya rueden con el polvo
En círculos veloces,
Ya con su teldo verde
Coronen el pensil.
Yo entiendo de las aves
Los cánticos distintos,
El saludar al alba
o huir la tempestad;
Buscando de las selvas
Los cóncavos recintos,
En donde alegres gozan
Salvaje libertad.
Entiendo el agorero
Graznar de la corneja,
La ronca voz de buitre
Que huele su festín;
Del solitario búho
La temerosa queja,
Y el amoroso trino
Del ágil colorín.
Y el ruido con que vuela
La errante mariposa,
Los pasos de la oruga
Sobre la fresca flor,
El desigual zumbido
Con que anda codiciosa
La abeja, de su cáliz
Volando en derredor.
El sol con que su nido
Columpia la oropéndola,
Del álamo frondoso
Suspenso en la altitud,
Y los murmullos que alzan
Las ráfagas, meciéndola,
Haciendo, revoltosas,
Eterna su inquietud.
Los mágicos rumores
Que elevan diferentes
Las diferentes aguas
Del bosque o del jardín,
Cuando los montes surcan
Sus rápidos torrentes,
Cuando en los valles buscan
Sus arroyuelos fin.
Y el temeroso acento
De las voraces fieras,
De la tormenta ronca
El iracundo son.
En mis oídos posan
Las notas lisonjeras
Que ensalzan y armonizan
La inmensa creación.
Conozco de los astros
La incógnita carrera,
Del ángel que los guía
La luminosa faz,
Y la del Rostro Santo
Que en ellos reverbera,
Torrentes derramando
De vida y claridad.
Las nubes le saludan
Con majestuoso trueno,
La atmósfera lo enciende
Relámpago veloz,
La tierra le abre humilde
Su perfumado seno,
Y el mar canta su gloria
Con incesante voz.
Si airado pestañea,
Los mandos se estremecen;
Si torna el rostro, yacen
En muerta oscuridad,
Si su hálito les niega,
Caducan y envejecen:
El solo es la existencia,
La luz y la verdad.
Para Él tiene tan sólo
La eternidad guarismo,
Y el número los astros,
Y las edades fin,
Y límite el espacio,
Y término el abismo;
Y nada se le esconde
Por lóbrego ni ruin.
Su dedo es la balanza
Que en equilibrio tiene
La máquina gigante
De su alta creación,
Y cuanto en ella existe,
Su dedo lo mantiene,
Y ese es el Dios que canta
Mi lengua y mi razón.
Y voz no hay ni suspiro,
Lamento ni murmullo,
Cuyo yo misterioso
Por Él no entienda yo;
Que mi niñez meciera
Los bosques con su arrullo,
Y su creencia santa
La soledad me dio.
Recuerdos y Fantasías, 1844.