María Victoria Atencia (Málaga, 1931), poeta vinculada a la generación del 50 y al grupo malagueño de la revista Caracola, alterna en su poesía las referencias autobiográficas con el interés culturalista por la pintura y la música. Lectora entusiasta de San Juan y Rainer Maria Rilke, sus versos destacan por su belleza y su simbolismo.
SAZÓN
Ya está todo en sazón. Me siento hecha,
me conozco mujer y clavo al suelo
profunda la raíz, y tiendo en vuelo
la rama, cierta en ti, de su cosecha.
¡Cómo crece la rama y qué derecha!
Todo es hoy en mi tronco un solo anhelo
de vivir y vivir: tender al cielo,
erguida en vertical, como la flecha
que se lanza a la nube. Tan erguida
que tu voz se ha aprendido la destreza
de abrirla sonriente y florecida.
Me remueve tu voz. Por ella siento
que la rama combada se endereza
y el fruto de mi voz se crece al viento.
«Cuatro sonetos», 1955. En Arte y parte, 1961.
SI LA BELLEZA…
Si la belleza debe ceder en su frescura
no dejes que se extinga en mí su poderío,
pues si di preferencia a otros dones, no tuve
en menosprecio el alto valor de tus obsequios:
la posible hermosura de que tú me colmaste
o que así parecía a quien más que a mí quise,
porque me concediste gozar crecidamente
de apasionado amor, con exceso llenando
el jarro que dispuesto llevé para la cita.
Resquebrajado el barro, sin lañas ni remiendos,
déjame una prestancia que demore a la muerte.
Marta & María, 1976.
PAPEL
Para Rafael
Un estado anterior a la página en blanco
son las fibras de hilo
que antes vistieron, desnudaron cuerpos,
y luego, laceradas, el agua puso a flote.
Sobre la blanca superficie contiendo mi batalla,
mi agresión a los signos de los que alzo un recado
que en el papel silencia su confidencia apenas; el papel,
mi enemigo y mi cómplice, mi socio deseado, mi delator
herido sin piedad a lo largo del alma.
La pared contigua, 1989.
LA PALABRA
La palabra agotada por su uso,
su propio peso exhausto, su medida,
alza de nuevo su antigua dimensión y viene
—aspiración apenas— a mi lápiz,
tan transitoria y leve
como el amor, en la memoria
atosigada por su desmesura.
El hueco, 2003.
COMO LAS COSAS CLAMAN
Ay, alma mía, habítame, me dije; y me sabía
contemplando la espalda del aire y su dominio,
mi tierra sin cultivo y la costumbre y una
deuda de aliento sobre mi razón abatida.
Pero el poema me iba —sin yo saberlo—, me iba
reclamando tenaz como las cosas claman
por su dueño, y de súbito, tras de tanto silencio,
se me vino a las manos sin que supiese cómo,
como el rayo de luz que atraviesa unos vidrios.
De pérdidas y adioses, 2005.
COMO UN ROCE EN SUS LABIOS
Que alguien pase mis páginas, pues que debo perderme
en la oscura raíz de mi arboleda. Puedo
escuchar cómo gime el silencio, y ya soy
solo un roce en sus labios, aunque el escribidor
de versos solo sea alguien que habla de cosas que no entiende.
Que me recorra un soplo, y pueda yo alcanzar
—sin que quizás me entienda— a escribir cada día
una línea distinta para inventar la vida que me falta,
y me aprenda, y me olvide, pues me sé de memoria después de tantos años.
No deteriora el tiempo la belleza:
la perfecciona en otra manera de hermosura.
De pérdidas y adioses, 2005.
LAS ANTICIPACIONES
Os debo prometer, recaudadores
de nombres substantivos, mi regreso a la música
—la música ante todo— y empezar a olvidar que os he leído,
y he tenido por mías instancias y expresiones
que os tuvieron, en noches del sentido, dando el alma a la muerte.
O acaso es que tenemos como un alma en común y nos recorre,
como por turnos, una misma sangre,
y un solo y mismo trance se nos va fieramente anticipando
con palabras iguales
hasta justificarse en el poema.
De pérdidas y adioses, 2005.