Etiqueta: generación del 27

Dámaso Alonso

Don Quijote de la Mancha, de Joaquín Peinado

Dentro de la poesía pura hay que situar la obra inicial del madrileño Dámaso Alonso (1898-1990). Ya en la posguerra, escribe Hijos de la ira (1944), obra fundamental en lo que él mismo denominó poesía desarraigada, es decir, la de aquellos para quienes el mundo es “un caos y una angustia, y la poesía una frenética búsqueda de ordenación y de ancla”.

CÓMO ERA

¿Cómo era, Dios mío, cómo era?
JUAN R. JIMÉNEZ

La puerta, franca.
Vino queda y suave.
Ni materia ni espíritu. Traía
una ligera inclinación de nave
y una luz matinal de claro día.

No era de ritmo, no era de armonía
ni de color. El corazón la sabe,
pero decir cómo era no podría
porque no era forma, ni en la forma cabe.

Lengua, barro mortal, cincel inepto,
deja la flor intacta del concepto
en esta clara noche de mi boda,

y canta mansamente, humildemente,
la sensación, la sombra, el accidente,
mientras Ella me llena el alma toda!

Poemas puros, poemillas de la ciudad, 1921.


José Bergamín

Rosa en un vaso, de Luis Fernández

El clasicismo de los versos del madrileño José Bergamín (1897-1983) sorprende a menudo por el contraste con sus llamativos hallazgos expresivos. Cultivó con éxito el poema breve, epigramático, cercano al aforismo.

POETA, TU RAZÓN DE SER…

Poeta, tu razón de ser
no es ser de razón engendro;
Dios no inventó un diccionario
cuando creó el universo;
ni para nombrar las cosas
utilizó un alfabeto;
ni consultó la gramática
cuando empezó por el Verbo.

Duendecitos y coplas, 1963.


Emilio Prados

Composición cubista, de Manuel Ángeles Ortiz

La obra poética del malagueño Emilio Prados (1899-1962) destaca por su radical ensimismamiento y su ardua elaboración. Ensayó las más variadas corrientes literarias de su generación, la del 27: la poesía pura, la estilización del folclore andaluz, la poesía social, el surrealismo…

HIPNÓGRAFO

Sienta la soledad
su pulso entre pinceles
y el pensamiento enreda
sus blandas serpentinas;
cíñense los recuerdos
sus plumajes de niebla
y cúrvase el silencio
maduro de armonía.

El aire se ha filtrado
por blancos cielos cóncavos,
privando a la presencia
de su algodón sin cuerpo.
La inspiración del aire
deja hueca la escena,
suspensa en el paréntesis
de su incompleto aliento.

La piedra se atesora
bajo traje de pluma
que en envidiable máscara
su grave flor esconde.
La agilidad del salto
su esbelta luz dilata
y muerta la distancia
sus brújulas se rompen.

Busca la voz sus bridas
perdidas por ausencia,
y encuentra mudo al grito
ahorcado en el misterio.
Flota el gesto sin rumbo,
trémulo en el vacío,
y el pájaro se cierne,
sin alas, sobre el cielo.

Júntase la memoria
y escoge entre las lunas
de sus espejos flojos
la imagen más severa:
dulce farol de estirpe,
que deshilando enojos,
derrámase en el sueño
dando sangre a su vena.

Remánsase la sombra
y la luz reverbera
sobre el cristal naciente,
curvado, del milagro.
Y la esfera cumplida,
en pulpa y en simiente
resuélvese la baya
del árbol del engaño.

Vuelta, 1925.


Concha Méndez

Almendro, de Benjamín Palencia

En los versos de la madrileña Concha Méndez (1898-1986) se percibe una clara influencia de la poesía popular de Alberti, así como un sostenido equilibrio entre tradición e innovación, clasicismo y vanguardia.

POESÍA

Está en el aire, la siento,
y sé que viene a buscarme;
de par en par se abre el alma;
también yo me siento aire.

Las dos juntas recorremos
tan fantásticos lugares
que yo diría que son sueños,
para otros inalcanzables…

Vida o río, 1979.


Luís Pimentel

Fiesta, de Urbano Lugrís

Poesía impresionista, en verso libre, sencilla, dolorida, melancólica, la de Luís Pimentel (1895-1958), poeta lucense en lengua gallega y castellana, que participó de las inquietudes de renovación literaria de la generación del 27.

LA POESÍA ES EL GRAN MILAGRO DEL MUNDO

Te enseñaré sin gritos.

El poeta es un maestro sin ira.
Te llevaré a mi reino,
donde te aguarda
la bandera de la esperanza.
No te mostraré aquélla
triste, abatida sobre el mástil,
solitaria bajo una lluvia cenicienta.

Estoy arrepentido de pensar
que el más zafio y bruto de los hombres
no pueda descalzarse
para entrar en nuestro reino.

(¡La poesía es el gran milagro del mundo!)

Yo haré que veas a través de tus manos toscas
la luz de tu sangre.
Puliremos tu frente de cuarzo
hasta hacerla casi luna.
No te haré levantar pesadas piedras
ni subir al monte más alto,
donde está clavada
la bandera de mi verso,
ni sostener con tus hombros las noches.
Todo esto lo ha hecho ya el poeta
por ti, para ti y para el mundo.
Te prometo que quedarás absorto,
mirando a las estrellas.
Llegará tu rudo sentido del tacto
a conocer las rosas invisibles en la noche.
Oirás el rumor de tu propia sangre
y el silencio que todos llevamos
cuando digas:
los senos de mi amada…
Quedarás deslumbrado por su luz,
bajo la sombra verde en el bosque.

(¡La poesía es el gran milagro del mundo!)

Haremos música de tu vocerío.
Aquí estamos con tu lenguaje vulgar.
Nombrarás cualquier cosa
–árbol, caballo, piedra…–
y los verás nacer con su vida más íntima,
con sus contornos más puros.

Mira esa hormiga,
ese trocito de polvo oscuro…
¿Qué delicados dedos de alfarero
pudieron modelar tan diminuto corazón,
que late ahora bajo los altos árboles?
¿No percibes que se ha movido el silencio?
Es esa ave nocturna
que ha cruzado el bosque:
dulces, sordas plumas,
abanico de la noche.

Sombra del aire en la hierba, 1959 (póstumo). Traducción de Miguel González Garcés.