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Antonio Pereira

Bodegón con trapos y frutas, de Carlos Nadal

Aunque es más conocido por sus relatos, el escritor leonés Antonio Pereira (1924-2009) también cultivó la poesía. Formó parte del grupo de poetas que desde la revista Espadaña introdujeron las preocupaciones existenciales y sociales en la lírica española de la posguerra.

SOLO LA VOZ

Si tuviera una guitarra,
siempre callada estaría.
Me basta con las palabras.
La música va escondida.

Digo amor, y suena el mar
haciéndome compañía.
Dios grito, y no es una cuerda,
es mi corazón que vibra.

Canciones sin más ni más
que escribo, nunca más vivas.
Si tuviera una guitarra,
para qué me serviría.

Situaciones de ánimo, en Contar y seguir, 1962-1972.


Eugenio de Nora

Anochecer, de Agustín Redondela

El leonés Eugenio de Nora (1923), uno de los cofundadores, en 1944, de la revista Espadaña, cultivó una poesía dramática, desgarrada, expresión de inquietudes existenciales y sociales. Sus versos giran en torno al amor, la muerte, la historia, la política y el deseo de trascender la dura condición humana.

OTRA VOZ

Durante tiempo y tiempo,
mirando a las estrellas, entre dulces muchachas,
flores azules, pájaros de colores,
y otras circunstancias así de tiernas y conmovedoras,
el poeta fue como un erguido girasol celeste,
deslumbrado en el vivo resplandor
de la lejana e impasible belleza.

Durante días y noches
tendió siempre a lo alto, clamó hacia lo imposible,
y se arrancó jirones de aquel manto divino,
cuidó bien esconderlos, como en un cofre repujado y hermético,
inviolables a fuerzas de espadas,
en artísticas rimas, en símbolos e imágenes
inaccesibles a la profanación bestial de las sedientas multitudes.

Mientras crujía espeso el huracán,
o caía, caía con suavidad la hermosa nieve,
tras los tibios cristales el poeta buscó algo que adecuar a su alma;
o en los atardeceres calurosos, de invencible pereza,
entonces, cuando los segadores encallecen las manos frente al trigo,
soñó quizás en los ojos oscuros
de mujeres que existen en islas del Océano.

Sí. Ciego, cruel, extático, su infantil mano puede
que alguna piedra avara y mágica, arrancara
de la profunda mina, algún tesoro inviolado.
¡Ciego! Sin oír, sin ver la Tierra,
poblada, sudorosa de hombres que ríen o sufren,
de tremendas criaturas amorosas o hambrientas,
injustas, criminales, o fracasadas, solas.

…Durante mucho tiempo. Hasta que un día,
la desnuda presencia de la muerte, de pronto,
abrió sus ojos.
¡Oh muerte bienhechora,
certidumbre única, luz bella y verdadera entre sueños que huyen!
¿Qué sería la vida si tu vino precioso
no infundiera valor, no le diera
rigidez de ya eterno
a cada fugitivo instante? ¡No, ya nunca,
nunca más, aterido por el claro lunar,
por el gentil atardecer o el majestuoso firmamento,
olvidará el poeta, rechazará a sus vivos y a sus muertos!

Abrió los ojos y vio al mundo terrible
de los hombres de carne, sólo eso:
dolor frente a la muerta.

Puesto que vano, vano, fútil y sin destino
es todo lo que fuera del hombre sucede, aunque la sombra
arrincone en lo anónimo tantas vidas oscuras:
¡Oh poeta, esclarece el Destino!
Húndete, arraiga hondo,
con los ojos abiertos, con el alma fundida
en la sangre, el anhelo, y la voz de los hombres.
Con la voz de los muertos,
y de todos aquellos que en silencio agonizan,
y de cuantos por siglos morirán sin hablar.

Cantos al destino, 1945.