Carles Riba (Barcelona, 1893-1959) concibe la creación poética como una ofrenda amorosa, en que el poeta se entrega junto con sus trazos, sus palabras. Representa dentro de la literatura catalana el primer empeño por conseguir una poesía pura, sin referencias explícitas a la realidad.
DON DEL POEMA
¿A quién, si no a ti,
diré, Amor, la hora llorada en la soledad invisible,
en donde el imposible deseo crece y calla,
donde el verde es nocturno y todo astro inseguro
y sed de mayor sed hace imposible el deseo?
¡Tú me llamas, regio amor verdadero!
Puedo huir: todo lazo se quema en tu llama encendida;
ay, y morir: todo fruto me ha sido dado en tu dulzura.
Pero quedo en tu vida, nazco a lo que más vale
desde el secreto corazón de tu dulzura.
Vivo, no por anteriores sueños,
te traeré, Amor, el poema inefable,
sino por la hora tuya, pura en su extremo tallo,
y por el trabajo humilde que mis manos hicieron
para imitar la flor –¡oh poema inefable!
Del juego y del fuego, 1946. Traducción de Paulina Crusat.