Autor: editor

Eugénio de Andrade

Niños conversando, de Júlio Artur da Silva Pomar

La poesía para el portugués Eugénio de Andrade (1923-2005) es una forma de celebración del mundo, de las cosas elementales. Tienen un lugar preferente en su obra el paraíso de la infancia, los pliegues del deseo y la fusión con la naturaleza.

EL ARTE DE LOS VERSOS

Toda ciencia está aquí,
en el modo que tiene esta mujer,
de los alrededores de Cantão,
o de los campos de Alpedrinha,
de regar cuatro o cinco bancales
de coles: mano certera
con el agua,
intimidad con la tierra,
empeño del corazón.
Así se hace el poema.

Próximo al decir, 1992. Traducción de Ángel Campos.


Guillermo Sucre

Construcción nº 2, de Carlos Cruz Díez

El conflicto entre la realidad y la ilusión, el paso del tiempo, las trampas de la memoria, son algunos de los temas que recorren la poesía del venezolano Guillermo Sucre (1933).

SINO GESTOS

plume solitaire éperdue
Mallarmé

Las notas que tomo en mi memoria
y luego olvido o traslado
torpemente,
desasistido ya
de ese relámpago que enardecía mi infancia,
las veo llenarse de ruinas, frases
que no logro hilvanar
con hechizo,
y así se deslizan,
discurren con crueldad.
Lo extraño: su tenaz compañía,
los gestos, los sueños que hacen
nacer en mí
y las furias, las cóleras
que en mí sepultan.
Para decirlo todo: añaden no
la confusión
sino el espejo
transparente
del fracaso.
Donde me miro y reconozco
mi nombre.

La mirada, 1970.


Francisco Brines

El valenciano Francisco Brines (1932-2021), miembro destacado de la generación de medio siglo, cultivó una poesía de preocupaciones metafísicas y tono meditativo y elegíaco.

EL PORQUÉ DE LAS PALABRAS

No tuve amor a las palabras;
si las usé con desnudez, si sufrí en esa busca,
fue por necesidad de no perder la vida,
y envejecer con algo de memoria
y alguna claridad.

Así uní las palabras para quemar la noche,
hacer un falso día hermoso,
y pude conocer que era la soledad el centro de este mundo.
Y sólo atesoré miseria,
suspendido el placer para experimentar una desdicha nueva,
besé en todos los labios posada la ceniza,
y fui capaz de amar la cobardía porque era fiel y era digna del hombre.

Hay en mi tosca taza un divino licor
que apuro y que renuevo;
desasosiega, y es
remordimiento;
tengo por concubina a la virtud.

No tuve amor a las palabras,
¿cómo tener amor a vagos signos
cuyo desvelamiento era tan sólo
despertar la piedad del hombre para consigo mismo?
En el aprendizaje del oficio se logran resultados:
llegué a saber que era idéntico el peso del acto que resulta de lenta reflexión y
[el gratuito,
y es fácil desprenderse de la vida, o no estimarla,
pues es en la desdicha tan valiosa como en la misma dicha.

Debí amar las palabras;
por ellas comparé, con cualquier dimensión del mundo externo:
el mar, el firmamento,
un goce o un dolor que al instante morían;
y en ellas alcancé la raíz tenebrosa de la vida.
Cree el hombre que nada es superior al hombre mismo:
ni la mayor miseria, ni la mayor grandeza de los mundos,
pues todo lo contiene su deseo.

Las palabras separan de las cosas
la luz que cae en ellas y la cáscara extinta,
y recogen los velos de la sombra
en la noche y los huecos;
mas no supieron separar la lágrima y la risa,
pues eran una sola verdad,
y valieron igual sonrisa, indiferencia.
Todos son gestos, muertes, son residuos.

Mirad al sigiloso ladrón de las palabras,
repta en la noche fosca,
abre su boca seca, y está mudo.

Insistencias en Luzbel, 1977.


Gonzalo Márquez Cristo

Bodegón, de Gerardo Caro

Al colombiano Gonzalo Márquez Cristo (1963) le interesa la poesía como indagación filosófica, la palabra poética como símbolo agudo que profundiza en las preguntas esenciales del hombre.

LAS PALABRAS PERDIDAS

Alguien descifra la escritura de la lluvia y sin embargo no puede escapar.

Un alud de imágenes nos extravía la palabra; acudimos al grito y al llanto, a veces a la indiferencia, pero sabemos que necesitamos de la guerra para ser inocentes.

Todo lo ha ofrendado la ceniza.

Desde que desterramos a la noche desaparecieron las más profundas alianzas y nuestros perseguidores pueden encontrarnos.

Una herida siempre recuerda la vida, todo nacimiento procede de su túnel. Un árbol arde en nuestros ojos de agua.

La verdad –es decir lo prohibido– impone su reino de terror… y hemos decidido habitarlo con las manos entrelazadas.

Creímos que la poesía nos enseñaría a morir…

Persistimos… Con frecuencia hacemos la extraña sonrisa del miedo. Si huimos, la soledad convertirá a alguien en víctima. Por eso la palabra se pasa de mano en mano para construir una morada invisible.

A veces para sobrevivir renunciamos al conocimiento.

Y cuando todos duermen, escribimos… Pero un poema es el fósil de un sueño, el cadáver de un dios…

¿Aún podremos salvarnos?

La palabra liberada, 2001.


Horacio

Eros castigado por Venus, fresco pompeyano

Horacio (65-8 a.C.) es, dentro de la lírica latina, un maestro del equilibrio formal y la contención. Sus versos están llenos de matices y de certera ironía. Su Epístola a los Pisones es la más conocida de las artes poéticas del clasicismo: «Estudiad los modelos griegos; leedlos noche y día», aconsejó.

UN MONUMENTO ME ALCÉ…

Un monumento me alcé
más duradero que el bronce,
más alto que las pirámides
de regia, fúnebre mole.
Uno que ni el Aquilón
ni aguaceros roedores
vencerán, ni cuantos siglos
rápido el tiempo amontone.

Yo entero no moriré:
gran parte de mí a los golpes
vedada está de la Parca;
e irá creciendo mi nombre,
fresco entre coros de aplausos
de nuevas generaciones,
mientras haya ojos que miren
el augusto sacerdote
y muda Vesta, subiendo
al Capitolio del orbe.

Yo, si bien de humilde cuna,
seré proclamado noble,
en el yermo donde al cabo
Fauno reinó entre pastores,
y donde el violento Bufido
al mar estruendoso corre.
Lo seré porque el primero
fui yo quien al duro albogue
del latino arrancar supe
eolios líricos sones.

Préciate, pues, de tus méritos
oh inflamadora Melpómene
y mis cabellos tu mano
con lauro délfico adorne.

Odas, libro tercero, oda XXX, 20 a. C. Traducción de Rafael Pombo.