Categoría: Literatura hispanoamericana

Alejandro Oliveros

Amigos, de Alexis Fernández

Alejandro Oliveros (1949) introduce en la poesía venezolana el poema de talante narrativo de inspiración anglosajona, en el que se combina culturalismo y experiencia.

ARS

Con los mismos pronombres y adjetivos
todos los poemas deben estar escritos
en alguna parte. Tal vez nuestra derrota
sea lo puramente aproximativo, la cercanía
máxima del ave a la rareza de los cuerpos fijos.
A menos que el círculo
cuadre y se encierre
en el techo convexo de su doble, que la palabra
resista y se reconozca en el horizonte.
Reconocer los confines del canto, su extensión,
no frente a la muerte en la rama del árbol
sino ante el centro mismo que nos evade.

El sonido de la casa, 1983.


Gilberto Owen

Paisaje de Papantla, de Gunther Gerzso

Gilberto Owen (1905-1952), componente del grupo poético mexicano Contemporáneos, cultivó una poesía hermética, pero impregnada por un particular sentido del humor y la ironía.

PUREZA

¿Nada de amor –¡de nada!– para mí?
Yo buscaba la frase con relieve, la palabra
hecha carne de alma, luz tangible,
y un rayo del sol último, en tanto hacía luz
el confuso piar de mis polluelos.

Ya para entonces se me había vuelto
el diálogo monótono,
y el río, Amor –el río: espejo que anda–,
llevaba mi mirada al mar sin mí.

¡Qué puro eco tuyo, de tu grito
hundido en el ocaso, Amor, la luna,
espejito celeste, poesía!

Desvelo, 1925.


Eduardo Llanos Melussa

Sin título, de Andrés Vio

Eduardo Llanos Melussa (1956), psicólogo, docente y crítico literario, además de poeta, es una de las voces imprescindibles que surgen en Chile en los años 80, tanto por la lucidez crítica de sus versos, como por el diálogo constante que en ellos mantiene con la mejor tradición poética de su país.

ACLARACIÓN PRELIMINAR

Si ser poeta significa poner cara de ensueño,
perpetrar recitales a vista y paciencia del público indefenso,
inflingirle poemas al crepúsculo y a los ojos de una amiga
de quien deseamos no precisamente sus ojos;
si ser poeta significa allegarse a mecenas de conducta sexual dudosa,
tomar té con galletas junto a señoras relativamente deseables todavía
y pontificar ante ellas sobre el amor y la paz
sin sentir ni el amor ni la paz en la caverna del pecho;
si ser poeta significa arrogarse una misión superior,
mendigar elogios a críticos que en el fondo se aborrece,
coludirse con los jurados en cada concurso,
suplicar la inclusión en revistas y antologías del momento,
entonces, entonces, no quisiera ser poeta.

Pero si ser poeta significa sudar y defecar como todos los mortales,
contradecirse y remorderse, debatirse entre el cielo y la tierra,
escuchar no tanto a los demás poetas como a los transeúntes anónimos,
no tanto a los lingüistas cuanto a los analfabetos de precioso corazón;
si ser poeta obliga a enterarse de que un Juan violó a su madre y a su propio
[hijo
y que luego lloró terriblemente sobre el Evangelio de San Juan, su remoto
[tocayo,
entonces, bueno, podría ser poeta
y agregar algún suspiro a esta neblina.

Contradiccionario, 1983.


Raúl González Tuñón

Desocupados, de Antonio Berni

Poeta de la ciudad, el argentino Raúl González Tuñón (1905-1974) formó parte del grupo de los matinfierristas, marcadamente vanguardistas. Junto a “versos celestes”, escritos bajo la influencia del surrealismo, compuso otros de vocación más popular, en los que refleja sus preocupaciones sociales.

EL POETA MURIÓ AL AMANECER

Sin un céntimo, tal como vino al mundo,
murió al fin, en la plaza, frente a la inquieta feria.
Velaron el cadáver del dulce vagabundo
dos musas, la esperanza y la miseria.

Fue un poeta completo de su vida y de su obra.
Escribió versos casi celestes, casi mágicos,
de invención verdadera,
y como hombre de su tiempo que era,
también ardientes cantos y poemas civiles
de esquinas y banderas.

Algunos, los más viejos, lo negaron de entrada.
Algunos, los más jóvenes, lo negaron después.

Hoy irán a su entierro cuatro buenos amigos,
los parroquianos del café,
los artistas del circo ambulante,
unos cuantos obreros,
un antiguo editor,
una hermosa mujer,
y mañana, mañana,
florecerá la tierra que caiga sobre él.

Deja muy pocas cosas, libros, un Heine, un Whitman,
un Quevedo, un Darío, un Rimbaud, un Baudelaire,
un Schiller, un Bertrand, un Bécquer, un Machado,
versos de un ser querido que se fue antes que él,
muchas cuentas impagas, un mapa, una veleta
y una antigua fragata dentro de una botella.

Los que le vieron dicen que murió como un niño.
Para él fue la muerte como el último asombro.
Tenía una estrella muerta sobre el pecho vencido,
y un pájaro en el hombro.

Nuevos poemas de Juancito Caminador, 1941.


Sebastián Salazar Bondy

Desnudo en verde, de Víctor Humareda

Los versos de Sebastián Salazar Bondy (Perú, 1924-1965), austeros y serenos, proyectan una mirada melancólica y crítica sobre el entorno urbano.

EL POETA CONOCE LA POESÍA

Permítanme decir que la poesía
es una habitación a oscuras, y permítanme también
que confiese que dentro de ella nos sentimos muy solos,
nos palpamos el cuerpo y lo herimos,
nos quitamos el sombrero y somos estatuas,
nos arrojamos contra las paredes y no las hallamos,
pisamos en agua infinita y aspiramos el olor de la sangre
como si la flor de la vida exhalara en esa soledad
toda su plenitud sin fracasos.

Permítanme, al mismo tiempo, que pregunte
si un peruano, si un fugitivo de la memoria del hombre,
puede sentarse allí como un señor en su jardín,
tomar el té y dar los buenos días a la alegría.
Qué equivocados estamos, entonces, qué pálida
es la idea que tenemos de algo tan ardiente y doloroso.
Porque, para ser justos, es necesario que envolvamos nuestra ropa,
demos fuego a nuestras bibliotecas,
arrojemos al mar las máquinas felices que resuenan todo el día,
y vayamos al corazón de esa tumba
para sacar de ahí un polvo de siglos que está olvidado todavía.

No sé si esto será bueno, pero permítanme que diga
que de otro modo la poesía está resultando un poco tonta.

Confidencia en alta voz, 1960.