
La poesía de José Pérez Olivares (Cuba, 1949) es una suerte de parábola moral sobre la condición humana. Su faceta de pintor se refleja en la belleza plástica de sus versos.
ALTERACIONES EN EL ORDEN DE LAS COSAS
Me gustan los poemas que salen de la sombra y relumbran,
esos poemas hechos con la seda de fantasmas,
con los enigmas de ciudades que cayeron vencidas por la noche.
Me gustan aquellos versos húmedos
como labios que destellan y murmuran sus desastres
de terrible inocencia.
He abierto de par en par mis palabras.
A través de ellas se evaden las profecías del tiempo;
a través de ellas se evaden las siluetas de amados cuerpos.
Sólo queda el mar con su oleaje transparente;
sólo queda el ansia del converso,
la huella del animal sediento de luz.
Prepárate a sentir el goce de antiguas agitaciones.
Prepárate a saborear aéreas texturas
que bajan del centro de ese estado de lucidez.
Algo nos convoca y nos reúne,
algo espejea allá abajo, donde no puedes ver.
Yo quisiera asir delgadas estructuras
y nombrar todo cuanto asedia;
quisiera dibujar con el dedo un nombre que palpite en el viento.
Llegan despacio las viejas doncellas de tu edad.
Llegan los delfines
y se instalan suavemente en las pupilas del insomne.
Quién eres tú que abres una puerta y te escondes,
tú que inauguras centellas y ardes como una brasa en la ceniza.
He palpado el gran sueño,
el gran sueño que decapita
la ciega realidad de los vencidos.
También he palpado los frutos de oro del árbol milenario
y tengo el sueño y el anhelo de fatales estaciones.
Háblame de aquel espejo de dos caras;
rompan los escudos de amianto, esas leves y exactas profecías.
Escribir es tocar a plenitud el lado oscuro de las cosas,
escribir es lanzar un garfio
contra el galeón enemigo.
Escribir es hacer flamear una espada
en el instante en que los perros ladran a la luna.
Cristo entrando en Bruselas, 1993.



