Manuel Rico (Madrid, 1952) combina en sus versos memoria, melancolía, apelación a la historia e indagación en el lenguaje. Concibe el poema como un espacio donde amalgamar “palabra reveladora y conciencia crítica”.
PAPELES INCIERTOS
Jamás la certidumbre. Nunca
la posesión de lo absoluto.
Sí lo que abraza y reconstruye
tu frágil corazón con la materia
que forman las palabras, los apuntes,
las piezas de la vida
o de la muerte.
La tentación perenne que no evitas.
El tacto de la ropa acostumbrada
a tus vicios secretos.
La pasión de las horas entregadas
en bares derrotados y en bocas clandestinas.
La secreta función bajo la tinta
de esta pluma que adoras
por no ser sólo tuya, quién diría,
sino medio y cedazo
que recoge y que criba, selecciona
los datos, los temblores, las derrotas,
la luz difuminada de la tarde,
los aloja en el páramo
de esos folios vacíos, a la espera
de la letra y su luz,
del poder que los unge de un tizne diferente:
ser papeles inciertos, llanuras asequibles
a emociones difusas, a recuerdos y nubes,
a octubres memorables.
Papeles inciertos, 1990.
MATERIA Y POEMA
La materia, que da sentido al agua y a las constelaciones,
que se adensa en el hombre, y allí llora y se aturde
y se acuesta debajo de los puentes,
¿determina los sueños?
¿No se esculpe, en su fibra,
la conciencia? ¿No se dibujan en su luz de madera
la pasión y su azogue, la lluvia o el desgaste de todo cuanto amamos?
Tal vez en esa patria, que no es filosofía, que es arcilla
de tiempo y de memoria, que atesora juguetes
ya prescritos, cordeles y quinqués, disfraces y tragedias,
nos salvemos.
Allí duermen los niños que el tiempo asesinó,
y con ellos conviven, como viejos parientes,
las horas expropiadas a la noche, la palabra aprendida
contra los amanuenses de la niebla.
¿No anidó en sus ramajes ese pájaro huidizo
al que llaman verdad los insensatos?
Acaso en su interior, como esquivos reptiles,
los sueños busquen una brizna de sol con que encender el mundo.
Hemos vivido: lo atestiguan fotografías, grabaciones, actas notariales.
En ellas aún respira
la sombra que nos miente, el polvo
de la fugacidad, el testimonio
de todo lo que el tiempo hermanó con la nada.
Mas será otra materia quien nos salve:
esta senda de tinta que en un papel cualquiera
te atreviste a trazar, monstruo sin garras
al que dicen poeta
los inquilinos de la noche, los adictos
a esa efímera luz que algunas veces
destella entre las ruinas.
Donde nunca hubo ángeles, 2003.