El madrileño Francisco Giner de los Ríos (1917-1995) realizó una gran labor como difusor de la poesía de los españoles exiliados en América. La suya se caracterizó por la transparencia del lenguaje y la hondura con la que se expresan anhelos y nostalgias.
ROMANCILLO DE LA SOLA RAZÓN
Nada puede callarme
lo que bulle aquí dentro.
No hay flor posible ya
que perfume su anhelo,
que me contenga el ansia
y la doble en silencio.
Sólo quiero esta llaga
que me requema el pecho
y me entrega la luz
constante del recuerdo.
Frente a los ojos limpios
hay mil paisajes nuevos
que no adquieren presencia
tapados por el fuego.
¡Que nadie me pregunte
de dónde ciego vengo,
que la angustia me nace
otra vez en el sueño
y me deshace el grito
que me sostiene entero!
En mi sangre hay cien nombres
con sus ramas revueltos.
¡Nadie me los separe
ni traicione mi acento,
que no hay nada más noble
que dé fuerza a mi pecho!
A la rosa y a la seda
nunca me las encuentro.
Hacia el cielo y la nube
se ha quebrado mi esfuerzo.
Nada puede callarme
lo que bulle aquí dentro.
Jornada hecha, 1953.
¡ASÍ CANCIÓN, ASÍ!…
¡Así canción, así!
¡Cómo me dueles siempre!
¡Cómo te espero
la palabra precisa
en la inútil palabra!
Jornada hecha, 1953.
SONETO DE LA CANCIÓN
Canción sobre los árboles callados,
canción entre la luz atardecida,
canción por la montaña verdecida,
canción desde el color de los collados.
Canción desde los campos angustiados,
canción por la floresta amanecida,
canción entre la noche malherida,
canción sobre el horror de los tejados.
Canción, siempre canción, desvaneciendo
la angustia que se niega a la canción.
Canción sobre la tierra y el cielo yendo
hasta la limpia sed de mi canción.
Y en la cansada voz amaneciendo,
siempre desnuda y pura, la canción.
Jornada hecha, 1953.