El barcelonés Manuel de Cabanyes (1808-1833) planteó una poesía de espíritu romántico desde un clasicismo formal y temático. Defendió la independencia moral del poeta y ensayó nuevos metros, imitando ritmos propios de la métrica latina.
LA INDEPENDENCIA DE LA POESÍA
Eu nunca consenti que a minha lyra
fosse lyra de cortes:
a verdad, a so unica verdade
soube inspirar-me o canto.
FRANCISCO MANOEL
Como una casta ruburosa virgen
se alza mi Musa, y tímida las cuerdas
pulsando de su arpa solitaria,
suelta la voz del canto.
¡Lejos, profanas gentes! No su acento
del placer muelle corruptor del alma
en ritmo candencioso hará suave
la funesta ponzoña,
¡Lejos, esclavos! Lejos: no sus gracias
cual vuestro honor trafícanse y se venden;
no en sangri-salpicados techos de oro
resonarán sus versos.
En pobre independencia, ni las iras
de los verdugos del pensar la espantan
de sierva a fuer; ni, meretriz impura,
vil metal la corrompe.
Fiera como los montes de su Patria,
galas desecha que maldad cobijan:
las cumbres vaga en desnudez honesta;
¡mas guay de quien la ultraje!
Sobre sus cantos la expresión del alma
vuela sin arte: números sonoros
desdeña y rima acorde; son sus versos
cual su espíritu, libres.
Duros son, mas son fuertes, son hidalgos
cual la espada del bueno: y nunca, nunca
tu noble faz con el rubor de oprobio
cubrirán, madre España,
cual del cisne de Ofanto los cantares
a la reina del mundo avergonzaron,
de su opresor con el infame elogio
sus cuitas acreciendo.
¡Hijo cruel, cantor ingrato! El cielo
le dio una lira mágica y el arte
de arrebatar a su placer las almas
y de arder los corazones;
le dio a los héroes celebrar mortales
y a las deidades del Olimpo… El eco
del Capitolio altivo aun los nombres,
que él despertó, tornaba,
del rompedor de pactos inhonestos
Régulo, de Camilo, el gran Paulo
de su alma heroica pródigo, y la muerte
de Catón generosa.
Mas cuando en el silencio de la noche
sobre lesbianas cuerdas ensayaba,
en nuevo son, del triunviro inhumano
la envilecida loa;
se oyó, se oyó (me lo revela el Genio)
tremenda voz de sombra invincada
que: ¡Maldito, gritó, maldito seas,
desertor de Filipos!
Tan blando acento y a la por tan torpe
tuyo había de ser, que el noble hierro
de la Patria en sus últimos instantes
lanzando feamente,
¡deshonor!, a tus pies, hijo de esclavo,
confiaste la salud: ¡maldito seas!
Y la terrible maldición las ondas
del Tíber murmuraban.
Preludios de mi lira, 1833.