Los poemas de Mario Meléndez (Chile, 1971) han sido comparados por Luis Alberto de Cuenca con “un cuadro de Magritte que se hubiera pintado allá en lo alto de la cordillera andina, en un nido de cóndores”. En su poesía conviven la recuperación de las raíces culturales de América Latina y Chile con el gusto por lo insólito y absurdo.
QUÉ DEBO HACER PARA CANTAR
… a Telvy Orellana
Qué debo hacer para cantar
si a veces se me pierde el grillo
que llevo adentro
se me desprende la campana
el timbre, el ave
y sólo me queda el latido
de algún jilguero en la memoria
luchando por desatar su melodía
sobre las alas del abecedario
Y cuando encuentro al fin mi flauta
en un estanque del tiempo
se me oscurece la garganta de pensar
a quién, a quién, a quién
dirigiré las notas
de este arcoiris sin luz
de esta ampolleta mal colocada
y casi siempre insatisfecha
Preferiría escuchar por las tardes
a una gaviota sentada en mi cuaderno
jugando a ser paracaídas
en los espacios en blanco
o repetir el grito de unos bigotes
al ser arrancados de su lugar de origen
Preferiría el sonido de un huevo
sacándole la lengua al aceite
apresurado por entrar a la boca
de mil mujeres sin dentadura
Entonces recuerdo
que llevo pegada una mosca
al tímpano del alma
ella se reproduce en mis sueños
y no es violín
porque en la muerte desafina
y se le rompen las cuerdas
al detenerse en la sangre.
Vuelo subterráneo, 1996.
PARA MAYOR SEGURIDAD
Vengan a ver mi poesía
no está hecha de material ligero
aguantará perfectamente el invierno
y en verano refrescará
las mentes y los cuerpos
Hay poderosas vigas entre cada verso
hay listones apuntalando mis palabras
Y si la lluvia desea entrar
pondré mis sueños en el techo
y taparé las goteras
con mi propio dolor
Vuelo subterráneo, 1996.
LA RECETA O EL COMIENZO DE LA POESÍA
Una gota de amor
por cada cinco versos.
Tres cucharadas de oficio
por cada día del año.
Un cuarto de inspiración
y otro tanto de locura.
Un octavo de risa
aliñada con ironía.
Media taza de recuerdos
y cuatro de realidad.
Dos litros de lágrimas
instantáneas.
Una docena de emociones.
Cien gramos de fantasía
o de razón a gusto.
A todo esto, agregue sus ojos,
sus manos y sus labios,
y revuelva a fuego lento
durante toda la vida.
Vuelo subterráneo, 1996.