Diego de Torres Villarroel

Bodegón con frutos del bosque, de Luis Egidio Meléndez

Entre los poetas que prolongan el gusto barroco en el siglo XVIII, destaca Diego de Torres Villarroel (Salamanca, 1694-1770), discípulo ferviente de Quevedo. De él toma el estilo conceptista y la burla mordaz.

AL IR A ESCRIBIR, CONFIESA SU DESCONFIANZA

Sobre la mesa el codo y acostada,
en la siniestra mano la cabeza,
la pluma en ristre y a tenderse empieza
sobre plana no escrita y ya borrada.

Así estaba el ingenio en la estacada,
cuando asalto de presto a mi rudeza,
de Calderón la gracia y la agudeza
y de Solís la musa celebrada.

Cogióme su memoria tan de susto,
que ni con prosa ni con verso salgo;
consulto el miedo a sus ideas justo.

Y viendo que con estos nada valgo,
dejé la pluma, desmayóse el gusto,
y eché las Musas a espulgar un Galgo.

Obras, 1752.


Armando Uribe

Sin título, de Eugenio Dittborn

Armando Uribe Arce (Chile, 1933) es autor de breves poemas en torno al dolor, la persistencia de la muerte, el asombro ante la divinidad… La indignación o la ironía marcan el tono de sus versos.

¿QUIÉN RECIBE AL POETA EN ESTE MUNDO?…

¿Quién recibe al poeta en este mundo?
Viven como ratones perseguidos
por gatos perseguidos
por perros perseguidos por su cola.

No hay lugar, 1970.


Lo Ping-wang

Cortesanas con flores en el pelo, de Zhou Fang

Al igual que otros poetas de la Dinastía Tang (618-907), la de mayor esplendor de la poesía china, Lo Ping-wang (h. 640-684) recurre a imágenes de la naturaleza, como la cigarra del poema seleccionado, para expresar sus propios sufrimientos.

EL POETA OYE CANTAR A UNA CIGARRA

¡Cómo me atrista el ritmo
vibrátil del insecto
que canta entre las hojas!
Es la cigarra amiga
cuyas líricas alas,
grávidas de rocío,
la estorban para el vuelo,
pero no para el canto.
Desde mi dura cárcel
la miro.

Así mi alma,
vencida de amarguras,
no logra alzar sus remos
allá donde no silban
las pérfidas saetas.
Bajo el ciclón que ahora
me tiene derribado,
lloro… mientras escribo
serenas poesías.

Traducción de Guillermo Valencia.


María Arrillaga

Los pecadores comerán primero, de Arnaldo Roche Rabell

Según Matos Paoli, la poesía de María Arrillaga (Puerto Rico, 1940) participa de la “desmitologización de la cultura convencional”, tanto en la reivindicación de la esencia sexual del ser humano como en su compromiso con la justicia social.

POESÍA

I

Poesía es emoción,
asombro de la vida,
cascabel que rompe el ruido de los tiempos
y
de los silencios.
Angustia de muerte
y
luz de todas las mañanas.
Como columpio que suena el aire
o un perro solo que muere
o un héroe solo muriendo.

II

Poesía es un sillón,
y lo que siente un hombre pobre.
Es un cajón donde se come,
y el vómito de la amargura cotidiana.

Es una perla dañada.
Una vieja en el cristal
reflejando los reflejos
desde convite absurdo
de pan y ojos que miran
el universo agrandarse.

III

Es la luz de la ciudad,
se la puede aceptar.
Soñar:
que ya pronto volveremos
a San Juan.
Que como perros mordiéndose
volveremos a querernos.

IV

Es la sangre de los besos en la noche
cuando mi última energía
desea la poesía
como amante fiel que me acompañe
al lecho del descanso.

Y entonces la palabra se hace carne y toma espíritu.
Junto a mí el ritmo de las voces
de todos los tiempos levantadas
de los hombres y mujeres que gritaron
del sentimiento al alma para afuera
para que no haya corazones solos.
Porque en medio del suicidio de las mentes
está el exquisito abismo de las voces compañeras
clamando al infinito
la humanidad del sueño de la nada apocalíptico.

Vida en el tiempo, 1974.


Juan de la Cueva

Los infantes don Felipe y doña Ana, de Juan Pantoja de la Cruz

El dramaturgo y poeta sevillano Juan de la Cueva (1543-1612) publicó en 1606 el Ejemplar poético, un tratado de preceptiva literaria en verso –lo componen tres extensas epístolas en tercetos encadenados–, que es la primera obra de esta naturaleza de nuestra literatura.

CUANTOS OIRÁN MIS LÁSTIMAS RIENDO…

Cuantos oirán mis lástimas riendo,
cuando más mi dolor les representen,
no dudo que en pláticas las cuenten
diferentes que yo las voy sintiendo.

Y sin considerar que estoy muriendo,
por devaneos míos las sustenten,
porque ajenas pasiones no se sienten,
si no es del que está en ellas padeciendo.

Al que sabe de amor las mías le ofrezco,
que el sabio puede mucho, aunque esté solo;
que no doy al vano vulgo mis querellas,

solo al que siente el mal que yo padezco.
Pues sola una centella, que da Apolo,
alumbra más que todas las estrellas.

Obras, 1582.