
El poeta salmantino Aníbal Núñez (1944-1987) huyó del confesionalismo, buscando una poesía que se atuviera al lenguaje, que renovase la fantasía o la crónica con un previo compromiso con la palabra instrumental.
ARTE POÉTICA
Comenzar: las palabras deslícense. No hay nada
que decir. El sol dora utensilios y fauces.
No es culpable el escriba ni le exalta
gesta o devastación, ni la fortuna
derramó sobre él miel o ceguera.
Escribe al otro lado del exiguo gorjeo,
a mano. Busca en torno (fruta, lápices) tema
para seguir. Y sigue –sabe bien que no puede-
haciendo simulacro de afición y coherencia:
la escritura parece (paralela, enlazada)
algo. Un final perdido lo reclama
a medias. Fulge el broche de oro en su cerebro,
desplaza al sol extinto,
toma forma –el escriba cierra los ojos- de
(un moscardón contra el cristal) esquila.
Un rebaño invisible y su tañido escoge
entre símbolos varios del silencio; e invoca:
«Mi palabra no manche intervalos de ramas
Y de plumas: no suene.» Terminar el poema.
Cuarzo, 1988.



