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Pablo García Baena

Las tres gracias del flamenco, de Antonio Povedano

Pablo García Baena (1923-2018) es la principal figura del grupo Cántico de Córdoba, caracterizado por el intimismo y el rigor estético, rasgo éste último que lo vincula al 27. Su poesía se define por la alternancia entre lo pagano y lo cristiano, entre sensualidad y espiritualidad, así como por el canto apasionado al amor y sus límites, o los acentos elegíacos ante la fugacidad y la muerte.

RUMOR OCULTO

Quiero que sea mi verso
como luna de abril,
como las rosas blancas,
como las hojas nuevas.
Que mi cítara suene
como el agua en la yedra,
que mi canto sea nada
para que lo sea todo
y que a mis versos caigan
heridas las estrellas.

Rumor oculto, 1946.


Julio Aumente

Árboles en flor, de Manuel del Río

El poeta cordobés Julio Aumente (1923-2006) es uno de los fundadores de la revista Cántico, que se convirtió, en la inmediata posguerra, en el refugio de la poesía esteticista, bella y sensual. Sus versos destacan por su imaginación, su ironía, su tono decadente…

DE POÉTICA

Torna voluble el facistol girante
de talladas caobas enceradas y oscuras,
donde en pintados pergaminos lucen
árboles genealógicos hasta Olimpos sublimes.

Comnenos, Lusignan, Valois, Hohenstaufen,
Hungría y Aragón, Plantagenet-Anjou;
es tal tanta belleza suntuaria que habría de ser mentira
–real verdad y mentira del hombre o de la historia, quién la sabe–.

Pues sí, amigos, poética concurrencia,
lucháis como jauría hambrienta por vana dominación.

Tomad mi parte, pavoneaos en el jardín de la fama.
Sin ambición, me quedo errante en mi pasado, en mis salones…

La antesala, 1981-83.


Ricardo Molina

Primavera, de Francisco Borrás

La obra poética del cordobés Ricardo Molina (1917-1968), miembro destacado del grupo Cántico, gira en torno al amor, la naturaleza y los sentimientos religiosos. Vitalismo y culturalismo conviven en sus versos.

ARS POÉTICA

Oh alma mía, sé libre y como águila que azota la plata del aire,
elevándose o descendiendo alternativamente sobre los prados quietos y
[el remolino salvaje del mar
no cuides de los ojos que ciega el vacío luminoso del himno rimado,
y, atenta sólo a tu gozo, suscita nueva agitación, nueva música
hasta ascender a la plenitud de la armonía.

¡Nada de quietud, alma mía!
Danza, lanzada con la tierra a los brillantes espacios.
Reinen sobre el paisaje frecuentado por los rebaños invernales
las voces medidas, como pasto nutricio para una sola estación;
tú no te deslumbres en el húmedo fulgor de las hierbas
y alza sobre la anchura virginal e inviolada
la voz libre y tempestuosa.

«A orillas del tiempo», en El río de los ángeles, 1945.