Primavera, de Francisco Borrás

La obra poética del cordobés Ricardo Molina (1917-1968), miembro destacado del grupo Cántico, gira en torno al amor, la naturaleza y los sentimientos religiosos. Vitalismo y culturalismo conviven en sus versos.

ARS POÉTICA

Oh alma mía, sé libre y como águila que azota la plata del aire,
elevándose o descendiendo alternativamente sobre los prados quietos y
[el remolino salvaje del mar
no cuides de los ojos que ciega el vacío luminoso del himno rimado,
y, atenta sólo a tu gozo, suscita nueva agitación, nueva música
hasta ascender a la plenitud de la armonía.

¡Nada de quietud, alma mía!
Danza, lanzada con la tierra a los brillantes espacios.
Reinen sobre el paisaje frecuentado por los rebaños invernales
las voces medidas, como pasto nutricio para una sola estación;
tú no te deslumbres en el húmedo fulgor de las hierbas
y alza sobre la anchura virginal e inviolada
la voz libre y tempestuosa.

«A orillas del tiempo», en El río de los ángeles, 1945.

LA VUELTA A LA POESÍA

I

No lo creía entonces. Pasaron meses, años.
Menos yo y este amor, todo ha cambiado ahora.
No creí que pudiera volver a ti, poesía.
Lo necesario estaba en las cosas que mueren.

Lo necesario era tan bello y pasajero.
Tú allá en la lejanía seguías fiel y pura.
Tú allá en tu cielo claro seguías siendo el alba.
Lo necesario estaba en la tierra de paso.

Pasaron meses, años. Tu remota presencia
surgía en ocasiones, tal la súbita diosa
a Odiseo, en un dulce temblor de la enramada,
con relumbre de labio que sabe a sal e incienso.

Pero yo no creía volver a ti ya nunca.
Lo necesario estaba en el cuerpo adorado.
Tu lejanía altiva no tentaba mis ansias.
Tu hermosura inhumana helaba mis sentidos.

Mas a pesar de todo no te dije adiós nunca.
Lo necesario era placer y desengaño.
Tú estabas en tu cielo cumpliendo tu destino.
Yo cumplía mi destino de hombre entre los hombres.

II

No sé dónde buscarte. Fantasía
no eres, ni árbol triste en frío lienzo,
ni muda estatua ni palabra sólo,
ni música siquiera; amor acaso.

Amor que no seas tú yerra el camino.
Tú sola sabes hasta ti guiarnos.
Rama es la vida en tu crujiente fuego
que del hombre, sonoro, se alimenta.

Agua que pasa y hierba has puesto dulce
en mi mirada. Fuente, sol y flores
has encerrado en mi corazón,
y pájaros sensibles en mis manos.

Para que todo te vea y te sienta,
para que en mí palpiten las criaturas
espontáneas, vírgenes, dichosas,
para que todo –y yo– seamos tuyos.

«La vuelta a la poesía», en Elegía de Medina Azahara, 1957.

ARS POÉTICA

Tal virgen, recogí mi voz en el silencio
de mi mismo. Los otros van cantando
por callejas nocturnas y su voz como yedra
escala impuramente paredes encaladas
profanando el silencio por balcones y rejas.

Como virgen he puesto mi voz en esa anoche
solitaria y desnuda de los patios,
mientras los otros pasan abrazados
al talle de la luna y confunden su alma
con un vago rumor de putas y de astros.

A la luz de cada día, 1967.

RAZÓN DE LA POESÍA

HOMENAJE A EUGENIO FRUTOS

Aún se canta en el año mil novecientos sesenta y tantos,
lo que implica igualdad de circunstancias con el pasado.
¿Qué es –humano o celeste– el canto, y qué fragancias
o estrellas inventan una pauta a nuestro arte confuso?

Sin duda la enigmática fuente de nuestra poesía
radica en algo permanente y necesario;
mas renunciemos a toda ambición metafísica
y prefiramos no indagar la razón suficiente
de tanta canción helada, tanto himno paralítico,
sin movimiento interior, desordenado y caído,
tal esta interrogación estéril, ay, que pregunta
por qué todavía esta año la luna, la luna pálida,
cruza nuestros poemas tristes tan desolada y desnuda.

Homenaje, libro póstumo.