Ígor Barreto (Venezuela, 1952) perteneció al Grupo Tráfico, que propugnó una poesía diurna y de la calle. Más tarde, abandonaría la temática urbana para plasmar una visión cuasi mística del llano venezolano.
ARS UTÓPICA
Para Armando Rojas Guardia
Los carpinteros tienen sus propias palabras
y deberían tener
su propia Academia de la Lengua,
sus poetas y ensayistas.
Los guardabosques
aún conservan el habla de la Ciudad Perdida.
La sintaxis se invierte
y sus verbos
son amables bisagras
pesadas llaves.
De Cervantes, nadie habla con tanta propiedad
como un guardabosques.
En las cárceles
florece
otra flor primitiva:
la Lengua del encierro,
el habla
de los que tienen más de once años
en la espera.
A mí un ladrón me dijo:
Acompáñame
que junto a mí
nadie te ve.
Estas son sus palabras de sigilo.
En mi país
hay poetas que lo envidiarían:
los hay parlanchines,
los hay pobres;
mas el ladrón
dice siempre lo justo.
También pensé en los albañiles
y constructores.
Un poema de Obra Limpia
siempre quise escribir.
Ser el poeta de pequeños grupos
de veinte o treinta personas.
Pesa tanto ese deseo
como el techo de una casa altísima,
este sueño
de escribir un libro
que reúna
como grupos de diversas aves
estos
distintos lenguajes.
Prefiero el andamio,
la vereda y la celda
a la puritana realeza de la Lengua.
Soy el muchacho más hermoso de esta ciudad, 1987.
DIÁLOGO CON MI MAESTRO DE TAI-CHI
A Rafael Arráiz
Mientras caminamos por la calle
Li Sum cuenta
que un jinete
entró a un bosque
y al salir
dijo que no vio nada: algunas hormigas
y un saltamontes.
¿Pero
cómo un jinete
desde su altura y su paso
puede observar cosas tan pequeñas?
Esto no es posible.
Sí es posible –responde Li Sum.
El poeta puede revelar estos universos.
Aquel saltamontes
fue para el jinete
su silencio;
lo opuesto
a un tigre
o un bandido.
Por qué no decir en un poema:
mientras ella lo besaba
las hormigas
seguían entrechocándose
o
el hombre de la moto
fue alcanzado
por un moscardón.
Soy el muchacho más hermoso de esta ciudad, 1987.
ELOGIO DEL DESTELLO
La emoción
que origina el poema
ocurre en ese destello
de la refriega de los días
y apenas
permanece el tiempo
que toma una cerilla
en encenderse
iluminando
el rostro
como la geografía
más lozana
pero si no sacas
tu libreta y anotas
con paticas de grillo
presurosas
que salen
de la punta del lápiz
y si penosamente
solo te conformas
con soplar la cerilla
para dormirte
entonces el fuego
se transformará
en humo
y lo revelado
dibujará siluetas:
una nube
que apenas
será capaz
de procurar
palabras inservibles.
La sombra del apostador, 2021.